lunes, 26 de septiembre de 2011

Proyecto 30 Libros: Uno que asocie con la música que me gusta




Del Conde de  Lautréamont se sabe muy poco: tal vez debido a su muerte prematura ( murió a los 24 años en circunstancias no aclaradas ) o que su vida estuvo rodeada de misterios y enigmas, el mito de su nombre ha trascendido la mera idea del escritor como vehículo creativo. Porque Lautréamont es el mito de su propia idea sobre la literatura, del lenguaje salvaje que instauró, del poder inquietante de su prosa.  Seudónimo de Isidore Ducasse, escritor nacido en Montevideo en 1846, de padres franceses. Lautreamont es conocido por su obra Cantos de Maldoror, en el que acoge materiales sádicos, lúgubres, sangrientos, misteriosos y los elabora con un lenguaje poético que multiplica extraordinariamente las imágenes con una prodigiosa violencia imaginativa, llena de lucidez y de encanto juvenil.


Su única Obra: "Los Cantos de Maldoror" es uno de esos libros que te impresionan por su fuerza, por su extravagancia y su capacidad para transcender ciertos limites que suelen considerarse inmutables. Leí la obra durante mi adolescencia y de alguna manera, reflejo esa época turbulenta de los primeros años de la adultez: ese momento de pura furia radiante, de esa enloquecedora necesidad de libertad y de construir nuevos parámetros ignorando los viejos. Recuerdo que por entonces, me aficioné al rock, al crudo, al que retumba en los huesos. Y mi grupo favorito por sobre todos ( aun lo es ) era Rammstein, la banda de rock industrial que por entonces, desconcertaba al público con sus videos violentos y las letras de sus canciones en algunos casos grotescas. Pero yo me sentí profundamente identificada con ellas, de la misma manera en que sentí una inmediata afinidad por los "Cantos de Maldoror"

Lo extraño, lo divino, lo aterrador:

Los sentimientos que despierta una obra tan extraña como es “Los cantos de Maldoror” son complejos y contradictorios. La dificultad del texto, metafórico en extremo y de una personalidad en ocasiones opaca, cuando no de una impenetrabilidad absoluta, hace que su lectura se torne a ratos una verdadera ordalía; en otros momentos, la pujante pasión que su autor supo imprimir en cada una de sus frases vence cualquier objeción e inunda al lector con ferocidad.

Quizá pueda parecer muy poético todo lo dicho, pero “Los cantos de Maldoror” provocan sensaciones líricas, de resonancia casi épicas. La prosa de Lautréamont es exquisita, cargada de imágenes sugerentes y decadentistas, labrada cada palabra como si de un poema en verso se tratase: tal es la importancia del lenguaje que el autor quiso reflejar en estos seis cantos. Esa belleza venenosa y maligna se personifica en el Maldoror del título, una creación fantástica y onírica, depositaria de toda la crueldad del ser humano y de toda su bondad: narrador a veces, personaje otras, siempre protagonista de las escenas que su descabellado creador teje para ilustrar el absurdo de la existencia humana.

El Hombre y el mito:

Como comenté antes, Isidore-Lucien Ducasse falleció en noviembre de 1870, a los 24 años. Poco antes, había hecho imprimir la edición completa de sus Cantos de Maldoror, una mínima tirada de 10 ejemplares que el editor, Albert Lacroix, de Bruselas, consintió en hacer ante el ruego del autor, temeroso del escándalo que podía producir semejante literatura. De todos modos, Ducasse ya no parecía a esa altura muy interesado en ese libro cuyo primer canto había publicado dos años antes, sin mención de autor. Ducasse pagó el costo de la impresión. En la casi invisible edición belga aparece el seudónimo de Conde de Lautréamont. La obra, ahora considerada hito fundamental de la historia de la poesía moderna, no alcanza en su momento notoriedad alguna.

La anonimia en la edición parcial y el seudónimo en la edición completa, la escasa tirada de una y la escasísima de la otra, más la falta de datos biográficos y, durante mucho tiempo, hasta de un retrato del autor, hizo de Lautréamont un misterio que, durante décadas, muchos intentaron resolver a través de una imaginación con frecuencia desenfrenada. Así, León Bloy dice que Lautréamont es el autor de un libro monstruoso -en obvia referencia a los Cantos-, lava líquida, algo insensato, negro y devorador; luego agrega que este alienado, deplorable, el más desgarrante de los alienados murió en una celda para locos furiosos... Afirmación nacida sólo de la acalorada mente de Bloy ya que Ducasse-Lautréamont murió en su domicilio de la calle Faubourg 7, en París, y, según uno de sus editores, su locura se limitaba a leer mucho, hacer largas caminatas al borde del Sena, beber mucho café y tocar el piano para enojo de los vecinos.


El surrealismo primero y varios autores de otras corrientes del siglo XX reconocieron finalmente la importancia de la obra de Lautréamont. Blanchot afirma que los Cantos son como la sombra fabulosa, aplicada al lenguaje, de una existencia inmensa vuelta a sus orígenes.

Pero, acaso, la frase más certera le pertenezca a Barthes, para él la máxima conquista de Lautréamont ha sido la de obtener , para la literatura, el derecho a delirar.

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