miércoles, 28 de septiembre de 2011

Proyecto 30 Libros: Uno que me haya asustado





Las obras de Chuck Palahniuk no son sencillas de digerir: hay algo en su manera de ver el mundo que resulta inquietante, asombroso, incluso un poco repugnante. Y no me refiero unicamente a su necesidad de desconcertar, lo cual logra con gran facilidad, sino ese analisis despiadado, triste y angustioso de la naturaleza, apreciada desde una perspectiva que descubre al monstruo subyacente en cada uno de nosotros. Porque para Palahniuk los monstruos no provienen del espacio exterior o nacen del temor, sino se esconden detrás de la normalidad. Tal vez por eso, sus especialicisimas percepciones literarias tienen la capacidad de darme escalofrios. Y el libro que mayor sobresalto me ha causado es precisamente uno de los suyos, "Fantasmas", una historia donde el animal humano se transforma en una burla de si mismo y en su propio enemigo.

Fantasmas destaca por sobre toda la producción anterior de Chuck Palahniuk (Portland, Oregón, 1964) como una novela que no da una vuelta de tuerca al género que trabajara Boccaccio, Chaucer o Saint-Laurent, sino que la retuerce hasta hacerla saltar. Al nombrar a sus predecesores nos vendrá a la boca el Decamerón, Los cuentos de Canterbury o la menos conocida La sobremesa. Éstas son obras cuyos personajes desgranan anécdotas de diversa índole, o bien para animar el cotarro o bien para contar alguna intimidad que les viene traumatizando desde hacía tiempo. En esta línea argumental se asienta Palahniuk, mostrándonos a un grupo de aprendices de escritor que se inscriben a un taller de escritura liderado por el enigmático Brandon Whittier, un joven afectado con el síndrome de progeria de Hutchinson-Gilford, que le hace “envejecer a un ritmo siete veces más rápido de lo normal”. El taller que nos ofrece Palahniuk entra dentro de esa obsesión del autor por combatir la globalización a través de la creación de clubes, como ya vimos en sus anteriores trabajos. No obstante, el retorcimiento de tuerca mencionado, hace que el bautizado “Mesías de la Posmodernidad” también critique duramente el posicionamiento de asociación, abofeteando las conciencias sin ningún pudor y a todas luces con gran rechifla.

En Fantasmas los aprendices de escritor van a parar a una casa aislada del mundo exterior, y allí, como si de un preparatorio de reality show se tratara, los participantes se irán eliminando hasta que sólo quede uno (ésa es la intención). La obsesión de los escritores es sobrevivir de esa lucha delirante, vencer y presentarse ante el mundo con una historia única, una experiencia que les convertirá en héroes en todos los medios de información. En definitivas cuentas, es la respuesta a esa pregunta que nos hemos hecho muchos en los últimos años: ¿Y si se hiciera un Gran Hermano con escritores? El resultado podría ser escalofriante.

La narración de Palahniuk queda fragmentada en 24 capítulos que son, en cierto modo, prólogos a los relatos que les siguen. Y aquí, nos encontramos con la maravilla: los relatos no dejarán a nadie indiferente, y más de uno abandonará la lectura salpicado por la grima que transpira cada página. Solamente el primer relato, Tripas, hará pensar al lector no iniciado en lo macabro, si es aconsejable para él seguir con la lectura de este libro. Palahniuk nos avisa desde el principio, apenas leídas diez páginas. Los 23 relatos que componen el libro son las confesiones de los aspirantes a escritor, participantes de un show anónimo cuya recompensa está al final de los tres meses de reclusión, y en estas narraciones, los participantes, desgranan sus fantasmas, sus secretos más atroces, en una competición donde la locura se alza como única vencedora.

Si Bret Easton Ellis se afianzó como el novelista más truculento de los noventa, Palahniuk deja en pañales al gurú del dirty realism, demostrando que la literatura es un arma cargada de futuro, arma que más que nunca necesitamos ante esta guerra sin cuartel que vivimos día a día contra la alienación consumista y vacía del occidente de hoy.

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