jueves, 22 de septiembre de 2011
Proyecto 30 libros:Uno de poemas (no valen antologías)
Aunque parezca una herejía literaria: Nunca he sido muy amante de la poesía. Tal vez se deba a que no me identifico plenamente con su lenguaje o que de alguna manera, la prosa para mi tiene la capacidad inalienable de crear mundos mucho más comprensible para mí que las metáforas poéticas. Cual sea el caso, mis preferencias en el apartado poético son pocas y puntuales: Bukowski; Ezra Pound y quizá un poco de Baudelaire. Asi que cuando escuché hablar por primera vez de Sylvia Plath - en esa época un tanto turbulenta de la adolescencia donde necesitas interlocutores sobre el dolor - no me interesé demasiado al principio. Leí sobre su vida trágica, su angustiosa necesidad de expresión y por último su suicidio quizá inevitable. Compré El Coloso justamente por intentar comprender a la figura a través de sus palabras y terminé comprendiendo sus palabras a través de su vida.
Y es que si hay algo extraordinario en Sylvia, es su necesidad de cuestionarse, incluso en los momentos más destructores y silenciosos de su alma. Una busqueda importante porque, habiendo sufrido la desesperanza y la angustia existencial de una manera tan agua que la llevó casi a la locura, ella tuvo la necesidad y la valentía absoluta de mirar y expresarlo todo con una sinceridad a veces escalofriante. En su diario escribe (17/7/57): "Escribiré hasta que empiece a escribir sobre mi yo verdadero".
En vida, Sylvia Plath publicó la novela La campana de cristal, el libro de poemas El coloso y un poema para la BBC titulado Tres mujeres (además de muchos poemas y cuentos sueltos en revistas). Tras su muerte, Ted Hughes publicó otros de sus libros y en 1981, Collected Poems de Sylvia recibió el Premio Pulitzer.
Y, aunque la mayoría de la gente considera los escritos de Plath algo deprimentes, como dice Anne Sexton, otra escritora norteamericana, amiga de Sylvia, "quizá la mente creadora que explora sus angustias más profundas sea el único espejo que el arte pueda ofrecernos hoy, y es muy posible que la única liberación de un mundo que niega los valores del amor y la vida sea precisamente el mundo de la muerte".
El mito de Sylvia nos la dibuja como víctima de un mundo machista y víctima de un marido que la abandona, y como una americana en el exilio. Por otra parte, nos encontramos con el mito de Sylvia como poeta maldita y suicida, enfermiza y algo loca, demasiado atrevida para no dañarse a sí misma.
Pues bien, Sylvia no era una víctima del exilio por el hecho de ser una americana en el extranjero. Ella decía que se encontraba mejor en Europa que en su propio país, aunque sí echaba de menos a sus familiares. Sylvia era una persona que se hubiera sentido extranjera en cualquier país. Como dice en su novela semi-autobiográfica La campana de cristal, "[...] tenía que estar pasándomelo en grande, [...] tenía que estar ilusionada como las otras chicas, pero no conseguía reaccionar. Me sentía quieta y vacía [...] como el ojo de un tornado, moviéndome sin ninguna fuerza...
El Coloso y Otros extremos:
“El coloso” es un tanteo o un acercamiento al gran poema de Sylvia Plath, “Daddy”, exploración de la figura del padre.
La muerte de Otto Plath, después de una larga enfermedad, el dos de noviembre de 1940, acabó el encanto de la niñez de Sylvia, entonces de apenas ocho años. El padre es una obsesión en la obra de la poeta norteamericana. Aunque no era judía, en su imaginación veía a su padre como un hombre de negro, ario y antisemita, primero como un coloso y luego como un vampiro. El zapato negro de “Daddy” no solo significa muerte y oscuridad sino ante todo humillación. Poema duro y violento como pocos:
Every woman adores a Fascist,
The boot in the face, the brute
Brute heart of a brute like you.
En Devon, al final de su vida, Sylvia se dedica a la apicultura, antigua pasión de su padre, y en “La llegada de la caja de abejas” escribe: “Encargué esto, esta caja limpia de madera, cuadrada como una silla y casi demasiado pesada. Diría que era el ataúd de un enano o de un niño cuadrado de nos ser por el ruido que no hay en su interior…” La vital laboriosidad de las abejas contaminada por la presencia de la muerte.
Es tan inmensa figura del padre en “El coloso”, y tan aplastante, que la poeta apenas alcanza el tamaño de su oreja. Pero es una figura resquebrajada, fragmentada, despedazada, en ruinas, de huesos estriados, de rebuznos de mula y gruñidos de cerdo. Nunca estará concluida, es decir, nunca completa, nunca las partes volverán a su sitio. Ni treinta años son suficientes para limpiar y pegar. Tanta ruina requiere más que un rayo. En realidad, todo sigue tal cual. El padre, hondo, oscuro y denso, “como foro romano”, seguirá en el corral, ruina entre las ruinas.
Tan importante es el poema que dio su título al primer libro de Sylvia Plath. En realidad, The Colossus (1960), dedicado a Ted Hughes, fue el único libro de poemas publicado por Sylvia Plath en vida. Los demás fueron preparados y publicados por su esposo Ted Hughes y su hermana Olivia Hughes, editora de Rainbow Press. La mayoría de sus poemas de este primer libro fueron terminados en el otoño de 1959, en Yaddo, después del viaje de la pareja. La publicación póstuma de Ariel (1965), el segundo libro de poemas, despertó la atención del público de The Colossus, que fue reeditado en 1967. Sigue, con este método de cuentagotas y el sentido comercial de Hughes, Winter Trees (1971).
Sylvia Plath no sobrevivió al invierno de 1963 en Londres. La mañana del once de febrero dejó pan con mantequilla y leche en el cuarto de los niños y se encerró en la cocina. Selló las rendijas con toallas, abrió el horno y metió su cabeza. Cansada, exprimida, sola con sus dos hijos a la altura de sus treinta años, pues Ted Hughes ya vivía con otra mujer, encontró el alivio.
Su trágico final, sus deslumbrantes libros de poemas y su novela La campana de cristal hicieron de ella una figura de culto. Dice Jesús Pardo que en otros tiempos los suicidas eran enterrados en el camino real, con una estaca clavada en su corazón, como un vampiro. Y la verdad es que resulta difícil imaginar a Sylvia Plath sin esa estaca en el corazón.
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