domingo, 11 de septiembre de 2011

Un Sentido Adiós




Creo que he este año he hablado de la muerte en dos o tres oportunidades. Y siempre, la sensación de desolación, esta llena de un simple asombro, de esa incredulidad casi infantil que todos sentimos hacia la muerte. Tal vez se deba a que todos imaginamos que aceptamos la abstracción de un hecho tan natural como inevitable, pero en realidad nunca es real hasta que ocurre. Nunca es tan evidente, quizá atemorizante hasta que comprendemos el sentido de una ausencia insustituble. Y esa idea es tan simple, tan lapidaria que no hay manera de matizarla, asumirla con cierta sutileza. La muerte es la muerte, y su naturaleza llana no hace que sea menos poderosa - e inquietante - su realidad fisica.

Dicen que quién te conoce desde niño, te recuerda lo mismo de si mismo. Y tal vez es así: Conocí a Orlando en la típica crisis de la adolescencia. Era el único de mis amigos que no era especialmente literato, ni tampoco problemático. Un sujeto huesudo y normal que solía sonreír con mis pequeñas crisis de existencialismo simplón. Y creo que congeníamos tan bien, por la razón más vieja de todas: podíamos estar en silencio uno junto al otro. Ese silencio que puede resultar incomodo en algunas circunstancias, pero entre nosotros era casi natural. Fue de esas amistades que parecen fluctuar con el tiempo: epocas de especial efusividad y lentas etapas de aburrimiento. Pero con todo, Orlando siempre fue mi amigo, ese que solía escucharme con paciencia, a quién podía telefonear solo para escuchar reir, el amigo con quién disfrutaba de ser simplemente yo.

Hoy es un domingo de lluvia, para despedirte. A ambos nos gustaba esa Caracas Gris de las Tormentas, con el Ávila encapotado y hermoso, el sol delicado de un iniverno falso. Miro la lluvia y pienso en que una vez más, en lo irrevocable de la muerte, en los hechos simples que te la recuerdan a cada paso. ¿Sabes? Hay cosas tuyas que no volveré a usar. Ese viejo disco de Offspring que tanto criticabas o los libros que abandonabas por aburrimiento y que solo intentabas leer porque yo te lo pedia. Creo que  tendré que comprarme un ejemplar propio de Rebecca para leerlo porque el que había lo estabas leyendo tú y no podré leerlo sin sonreir, sentir esta simple angustia de saber que ahora las palabras de cada párrafo son solamente mias. Y dejaré de pasear tu edición de la poesía de Miguel Hernández y de meterle más papelitos por el medio. Tardaré años en volver a leer a Bolaño porque hablabamos de su muerte justo cuando tú empezabas a  morir.


Moriste un día de lluvia. Un día de esos que tanto te encantaban y a mi me fastidiaban por considerarlos sin palabras propias sino repetidas por melancolía. Hoy me desperté sobresaltada, pensando en los sueños, en la fragilidad de la existencia humana, en lo infinito del tiempo de nuestra mente.  Eran las cinco de la mañana. Tú no estás en ninguna parte. Bueno, sí, de vez en cuando, cuando sueño contigo y me acuerdo. Es un poco ingrato, eso de vivir en la memoria de los demás.  Se parece un poco a esa poesía melosa y un poco absurda que siempre critiqué y que te hacia reir. Sólo un poco, pero es mejor que nada. Aunque me despierte angustiada porque ya empiezo a saber que no vas a volver hasta cuando sueño.
Vuela alto Orlando, más allá de las nubes que tanto te gustaban. 

1 comentarios:

Gabriel dijo...

hablar sobre la muerte es un topico que no es facil mas alla de hablar y recordar a nuestros viejos amigos o seres queridos. y comprender que de alguna manera no se han desvanecido es creo lo mas importante de todo

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