miércoles, 28 de marzo de 2012
De remembranzas y otras ideas: Un mundo personal.
Últimamente he estado recordando muchas cosas sobre mi infancia y sólo sé que extraño una parte de ella, mejor dicho, una cierta frescura que inevitablemente se suele perder al crecer. Extraño esa sensación de pura posibilidades, los parques casi en cada esquina de una Caracas mucho menos violenta, los árboles gigantes que partían en pedacitos las banquetas; también extraño subir a la azotea a ver las estrellas con un mapa todo arrugado y temer que se fueran a caer, pero sobre todo, extraño la sensación de profunda inocencia, el asombro hacia la belleza y la idea que aunque intento conservar como adulta, muchas veces se ve ensombrecida por una pretendida madurez.
Crecer no es sencillo. O mejor dicho, resulta complicado cuando comprendes que ocurrió. Mirar hacia atrás y comprender que hay una parte esencial de ti mismo que lentamente se ha transformado en algo más, en un nueva dimensión de tu mente, probablemente. En mi caso, se trata de un ligero sobresalto: encontrar mis afanosos cuentos escritos a mano cuando era una adolescente furiosa y con infulas de poeta en desgracia o los negativos de mis primeras fotografías. Y comprender el paso del tiempo, no solo a través de mi propio rostro, sino del mundo que me rodea. El ligero sobresalto de reconocer un edificio demolido, o de mirar la sonrisa de alguien que ya pertenece exclusivamente al pasado. Una sensación de ligero asombro amargo. Simple perdida.
Porque la mente está llena de pequeños espejismos de lo que fue: el sabor de las maravillas de reposteria que vendian junto al porton principal del internado donde me eduqué. La sensación de alboroto y exuberancia que sentia cuando me escapaba de la severa vigilancia de las religiosas para comer pastas de crema, galletas rellenas de chocolate y algodón de azucar. Todo parecía tener un brillo distinto durante esos años, la maravillada exageración de una visión del mundo que solo es posible disfrutar cuando las expectativas rebasan las posibilidades. Tengo la sensación de haber vivido increibles aventuras en las casas antiguas, vecinas a la de mi abuela, a las cuales entraba gracias al poco ortodoxo método de saltarme las bardas. En la visión del adulto que soy, solia parecerme un poco ridiculo todo mi empeño por crear un mundo extravagante, en el que esa extraña vitalidad infantil podía prosperar. Sin embargo, he llegado a comprender que era esa sensación de promesa - sin limites, extraordinaria, intensamente satisfactoria - la que con toda probabilidad le dió sentido a muchas de mis actuales idea sobre la visión artistica. Pienso que todos quienes amamos el arte, sentimos esa irresistible sensación de volver al origen, de recrear esa pureza poderosa y por una vez, significativa de la infancia. Esa risa sin pausa, ese llanto totalmente sincero. La furiosa belleza de un deseo inmediato. La audacia de saber lo que anhelas, sin duda alguna, sin resquicio de confusión. Un mundo carente de matices por supuesto, pero absolutamente doloroso y real. Si, un cúmulo de poder en un instante congelado en medio del tiempo.
Sonrio, la mujer que soy, la niña que fui, el espíritu sin edad que me considero. Tal vez el tiempo es solo una forma de recuerdo o mejor aun, una forma de recordar la vida.
¿Quién podría decir que no es asi?
Si alguien se lo pregunta, sí, soy la de niña de la fotografia que encabeza la entrada.
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