jueves, 12 de abril de 2012
Entre el bien y el mal: La divinidad y el Castigo en el pensamiento Universal
Creo, que incluso a los muy descreídos, de vez en cuando la preocupación Universal de que hay más allá del hombre - como circunstancia, como realidad, como parámetro cultural - les interesa. Hablo que, para todos hay una serie de ideas comunes que se complementan unas a otras: ¿Que sucede más allá de la muerte? ¿Hay algo realmente transcendental? ¿La divinidad es un concepto aprendido o natural? ¿Que tan necesarios son los mitos para nuestra identidad cultural? Los cuestionamientos son inevitables y su número aumenta a medida que analizamos nuestro cotidiano como una forma de lenguaje, quizá de expresión.
Tal vez por ese motivo, Los conceptos opuestos de Cielo e Infierno han subyugado al hombre desde los tiempos más remotos. Todas las culturas del universo comparten la expectativa de una paz y una felicidad eternas para quienes han llevado una vida recta. y también asignan eternos sufrimientos para los obradores de la maldad.
Por lo general, las descripciones clásicas del Cielo y del Infierno tienen el peligro de caer en el tópico. La interpretación final del convencionalismo del simbolismo - alados, arpas y aureolas - así como la imagen del Infierno subterráneo es común en muchas culturas.
La creencia en la vida del más allá es un hecho universal, pero nadie, naturalmente, sabe aun con exactitud lo que ello comporta.
Frecuentemente, lo que el hombre imagina más allá del sepulcro está relacionado con los deseos terrenales. Los pueblos del desierto esperan deliciosas fuentes; los guerreros vikingos, la compañía de los héroes.
El jardín del Edén:
La palabra paraíso es de origen persa y después pasó a los griegos. Literalmente significa «tierra de los bienaventurados». Designaba los jardines de palacio de los reyes persas, encerrados tras muros, y fue utilizado más tarde para aludir al Paraíso Terrenal o Jardín del Edén. Finalmente, los escritores del Nuevo Testamento lo aplicaron al Cielo, morada eterna de los cristianos bienaventurados. En casi todas las religiones y mitologías se halla situado en algún lugar del firmamento.
La religión védica del Indostán lo entendía como un reino de luz situado en los confines del cielo. Este Paraíso ofrecía la plena satisfacción de los deleites terrenos, «con música, cumplimiento de los deseos sexuales y ausencia de dolores y preocupaciones».
Morada de los ángeles:
El hinduismo tiene también su Paraíso por encima de las nubes, mientras el budismo muestra en el suyo diversos grados y lo sitúa en un cielo vago y no astronómico, más allá de la atmósfera.
El cristianismo se inspiró abundantemente en las religiones hebrea y griega. Del judaísmo procede esa región del cielo donde habitan Dios y sus ángeles. Del helenismo tomó la idea del viaje espiritual.
La idea de los siete cielos -siendo el séptimo y último la máxima felicidad- también es griega. El Elíseo era la morada de los bienaventurados en la mitología de los griegos. De ahí proceden los Campos Elíseos de los poetas que Homero coloca en el «confín del mundo». Otros griegos eran más precisos y los situaban hacia el Atlántico, en una «fértil tierra que tres veces al año producía frutos dulces como la miel».
Los vikingos:
La imagen escandinava del Valhalla, versión vikinga del Cielo, era menos placentera y así lo expresa Wagner en sus grandiosas óperas. En la mitología nórdica, el Valhalla era la mansión de los muertos. Se decía que el imponente palacio de Asgard tenía 450 puertas, tan enormes que podían entrar por cada una un frente de 800 guerreros muertos en combate. En su interior el dios Odín celebraba festines con los héroes que las Valkirias, sus servidoras, conducían al Valhalla. Estas cabalgaban radiantes en medio de las batallas y seleccionaban entre los muertos aquellos guerreros dignos de cenar con Odín. Pero la paz de los valientes era exigua, pues cuando los muertos llegaban al Valhalla debían reanudar diariamente la lucha. Cuantos caían en la lid eran resucitados para el banquete de la noche, con el dios de las batallas.
El Yang y el Yin:
Miles de años antes de Cristo, la antigua filosofía china desarrolló una armoniosa concepción del orden natural.
Existían muchos cielos diferentes a donde se dirigían los muertos para gozar en amable compañía. Los más importantes eran las Islas de los Bienaventurados, en los mares orientales, y el Paraíso de Occidente, situado donde se alzan las montañas del Turquestán.
El universo se componía de dos elementos relativos, el Yang y el Yin. El Yang era lo positivo o masculino, y estaba representado por el calor, la actividad, la dureza, la claridad, la creación y la estabilidad.
El Yin era lo negativo o femenino, y estaba representado por la humedad, el fría, lo pasivo, lo blando, lo misterioso, lo confuso y lo variable.
La eterna cópula de ambos principios dio origen al Cielo y a la Tierra; en aquél predominaba Yang y en ésta Yin. Mientras el dualismo de las demás filosofías -lo bueno y lo malo- se halla en eterno conflicto, el Yang y el Yin están invariablemente de acuerdo.
El Tao:
El taoísmo constituye el fundamento de la filosofía china. Es una «senda» o un «camino» y en la comprensión del Tao está el auténtico sentido de la vida.
La unidad del Cielo y de la Tierra sólo es posible cuando el Tao sigue su curso natural. En un principio el taoísmo parecía pulsar resortes ocultos y mágicos y transportaba a las mentes a una tierra de ensueño.
El Islam:
La más joven de las grandes religiones, es también la más sencilla: adora al único y supremo Dios, y le invoca con el nombre de Alá. La palabra «islam» significa «sumisión» a la voluntad de Dios. La palabra «muslim» o musulmán significa «el que se somete». La religión islámica afirma que Dios es Alá y Mahoma el profeta por quien Alá se ha comunicado.
Mahoma redactó los primeros capítulos del Corán, la «Biblia islámica», aunque no le sabe si el libro quedó terminado en vida del profeta.
El Corán describe con vivos colores las delicias del Cielo. Ofrece jardines, fuentes, vino y hermosas vírgenes. Aquellos que son admitidos en él pueden beber el vino que les estuvo prohibido en la Tierra y mofarse incluso de los sufrimientos de los no creyentes.
Budismo:
Los budistas se apartan de la general creencia en el Paraíso. Ellos, y todos los seres vivos, están sujetos a innumerables ciclos de nacimiento, muerte y resurrección.
El budismo, religión de los discípulos de Gautama Buddha, se esparció por el norte de la India en el siglo VI antes de J. C. y pretende enseñar al hombre la forma de librarse del sufrimiento de la vida. Sólo cuando el hombre se sobrepone a las ansias y deseos materiales puede alcanzar el Nirvana, estado en que se alcanza la paz absoluta.
No obstante, en la China primitiva, en el Japón y en el Tíbet, existía una rama del budismo que creía en el «Gran Paraíso Occidental». Un antiguo texto que ha llegada hasta nosotros lo describe como «un lugar inundado de luz y brillantes joyas de valor incalculable... Buda se sienta en su trono de flor de loto, como sobre una montaña de oro, en medio de todas las excelencias y rodeado de sus santos».
Amenaza del fuego:
El Infierno responde a diversas concepciones según las culturas, pero el judaísmo y el cristianismo lo presentan como terrible medio disuasorio para el pecador impenitente. Supone la amenaza de condena eterna, especialmente entre llamas, y se han descrito con viveza sus castigos como medio saludable contra la inmoralidad, el crimen y en definitiva para la salvación del cristiano.
Los primeros cristianos aceptaron desde el principio la realidad del Infierno y en especial la existencia del tormento del fuego. Ello explica la difusión de las enseñanzas El Apocalipsis de Pedro en el siglo II, que dice así: «Algunos condenados estaban colgados de la lengua: eran aquellos que habían blasfemado contra la justicia, y tenían bajo sus pies un fuego cuyas llamas les atormentaban... Y en otro lugar había piedras más afiladas que espadas, calentadas como ascuas de fuego, sobre las que hombres y mujeres cubiertos de harapos eran arrastrados con gran tormento... Junto a ellos había unas muchachas sin más vestido que las sombras, las cuales eran cruelmente castigadas y sus carnes desgarradas en pedazos. Son aquellas jóvenes que no supieron conservar su virginidad hasta el momento de ser otorgadas en matrimonio.»
Homero escribió con pesimismo una espantosa oscuridad a la que todos o casi todos los muertos debían ir. Era la morada del Hades, el dios de la muerte, que gobernaba, tal como se describe en La Ilíada, «odiosas estancias de podredumbre que llenan de horror a los propios dioses». Los griegos sentían tal horror de la muerte que incluso procuraban no nombrarla.
El río de la muerte:
La Estigia, una laguna o río de la Arcadía, se convirtió en el río principal de ultratumba. Los muertos la cruzaban en la harca de Caronte, que cobraba por el pasaje una moneda, depositada por los parientes en la boca o en la mano del difunto.
La descripción del Islam no es menos tenebrosa: el Infierno estaba «cubierto de fuego, barrido por vientos pestilentes e inundado de agua hirviendo».
La abundancia de medios de comunicación y la fuerza de sus mensajes gráficos y audiovisuales parecieran haber abaratado el significado tanto del cielo como del infierno. Cuando Dante describió el infierno, más allá de las alusiones personales, creó conceptos que hasta hoy perduran. Todavía es un lugar común decir que algo terrorífico es "dantesco". Lo mismo se podría decir de las terribles ilustraciones de Gustavo Doré.
0 comentarios:
Publicar un comentario