sábado, 23 de junio de 2012

De mi mundo personal: La bruja que soy y el mundo que sueño.





Suele ocurrir que cuando digo "soy bruja" el interlocutor de turno, me mira de estas dos  maneras: O con cierta incredulidad compasiva - y que viene a significar: esta loca - o con manifiesta hostilidad - o lo que es mismo: que ignorante -. O en los casos más amables, simplemente hace como no escuchó y continuamos conversando como si tal cosa, como si no hubiese mencionado el tema o lo que es más probable, que no le importa en absoluto. Cualquiera de las situaciones anteriores, es algo que considero natural y de hecho me he enfrentado toda mi vida desde que decidí salir "del closet" de las creencias, como muy bien dijo mi amiga E. hace unos cuantos días mientras comentábamos del tema. 

Porque es indudable, que hablar de brujería, creencias, fe, paganismo en el mundo actual es un terreno delicado. Es algo que la mayoría de las veces provoca malentendidos, cuando no franca incomodidad. Me he enfrentado a eso desde que era una niña y llevaba al colegio un pentáculo al cuello en lugar de un crucifijo o cuando proclamé en Noveno año de Secundaria que "Dios era mujer y lo había sido por mucho tiempo". Recuerdo que la religiosa que impartía las clases de teología me dedicó una mirada hosca, durísima y esa fue unas  de las cosas que más me dolió de la escena: que una mujer me dedicara esa desconfiara por el mero hecho de celebrar la divinidad, la mía y la suya, como parte de mi vida. Porque me eduqué creyendo firmemente en el poder de la Luna y celebrando los Solsticios con una sensación tan radiante que a veces me lleva esfuerzos explicarla. Porque crecí convencida no solo que la Divinidad es creacionista, sino que todos formamos parte de ella, como un gran organismo hermoso y palpitante de vida que es parte de cada uno de nosotros. Crecí, mirando las estrellas para soñar, y caminando descalza sobre Tierra sintiéndola Mi Madre. Y que te digan que todo eso está mal, que estás equivocada, que es "pecado" es doloroso. En ocasiones humillante. Siempre triste.

De manera que crecer, llamándote bruja y que esa palabra te defina no es sencillo. Pero si muy hermoso. O al menos lo fue para mí. Porque soy bruja de las herencia, de las que su abuela enseñó las propiedades de la herbología, de las que revisas su cartera y vas a encontrar un maso de cartas de Tarot, y probablemente una bolsita de piedras y cristales. Soy la que aun lleva al cuello un pentáculo de plata donde puedes leer "Soy el misterio de las estrellas y el dulce canto de la Tierra".  Soy la que escribe - sí, a mano - un libro de las Sombras, que no es más que una pequeña colección de anécdotas, pequeñas costumbres y esa sensación de profundo amor que me hacen sentir mis creencias. Es una experiencia curiosa, dura y extraña, llamarte a ti misma por una palabra que tiene tantas connotaciones y la mayoría de ellas, ofensivas. Pero lo hago porque en mi mente, ser bruja es comprender una herencia femenina tan vieja como poderosa y además, construir mi futuro a base de esa forma de crear tan antigua como personal: la fe. 

La bruja, la mujer. Quien soy.

Por supuesto, no siempre pensé de esa manera. Como cualquier persona, tuve momentos de absoluta desesperación y sobre todo de angustia existencial. Durante mi adolescencia, intenté por todos los medios olvidar esa parte de mi misma tan poderosa como intima. Lo intenté con total convicción: recuerdo que fue una etapa de incredulidad, de cuestionarlo todo, de gritar y rebelarme. Y no solo contra la manera de ver el mundo de mi familia, sino además, contra mi misma. Porque contra lo que me debatía era sin duda la sensación de ser distinta en un mundo de iguales, y el dolor, tan privado que eso implica. Recuerdo la vergüenza que sentí cuando una buena amiga de por entonces se rió por mi amor a mis cartas del Tarot, o el hecho que llevara hojitas de Laurel en el morral del colegio. No es fácil, enfrentarte a ese tipo de experiencias teniendo quince años, sintiéndote desesperamente aislada, queriendo formar parte de algo que ni siquiera sabes que es. La soledad joven de necesitar comunicarte sin poder hacerlo. La tristeza de querer comprender el mundo sin lograrlo.

Pero esa etapa pasó y más pronto de lo que creí. No solo porque simplemente acepté que mi diferencia, cualquiera que fuera, era parte de mi manera de crear y construir mi propio mundo, sino además porque de pronto, esa necesidad de pertenecer dejó de tener sentido. Eran los tiempos Universitarios, agitados y excitantes y volver a mis raíces, al pensamiento original fue encontrarme de nuevo, mirarme en el espejo y sonreir, sentir la plenitud de creer en esa necesidad mía de elevarme por encima de mis propios temores y encontrar una razón para avanzar. De niña a mujer quizá. 

De esos años de renacimiento, recuerdo una escena: mi primer ritual de la Luna a solas. Mi abuela había muerto hacia unos cuantos meses atrás y vivía sola en el apartamento que me heredó. Y me senté, en la oscuridad, desnuda, rodeada de pétalos de flores, mirando la llama de la única vela que encendí. Fue como conectarme, vertiginosamente, con el poder de mi propia mente, creciendo, sintiendo esa personal sonrisa interior de encontrar esa puerta en mi interior que había estado cerrada durante tanto tiempo. Lloré, a solas, invocando en voz baja, sintiéndome pequeña y torpe, pero feliz. Una nueva visión de mi vida, de las cosas, de mirar hacia dentro de mi misma y contemplar, cuanto había crecido el jardín de mi espíritu, en flor.


Han pasado unos cuantos años de eso. Y ya no es tan difícil sonreír cuando alguien me dedica una mirada entre extraña y confusa cuando me llamo bruja. De hecho, es más fácil que nunca, porque la mujer que soy, en la que me convertí, es la que siente el placer enorme de reencontrarme con mis propias palabras, de soñar con mi futuro en forma de creación y de sentir esa furiosa necesidad de creer y tener esperanza, que con tanta ingenuidad, yo solo llamo fe. 

Una forma de mirar el mundo, el mio y el que me rodea, mi propia concepción de las cosas.

Así sea.

C' est la vie. 

1 comentarios:

Marianna Di Ferdinando dijo...

"Porque crecí convencida no solo que la Divinidad es creacionista, sino que todos formamos parte de ella, como un gran organismo hermoso y palpitante de vida que es parte de cada uno de nosotros" ... que hermosura de frase mi Cronopio!

Se ha malinterpretado por muchos años el reconocimiento de uno mismo como parte del poder creador, como parte de la naturaleza y como parte del cosmos.

Todos tenemos dentro de nosotros ese poder maravilloso de conectar con lo que realmente es, lo que pasa es q en este mundo dual de reglas impuestas para castrar ha sido más fácil enseñar a la gente a juzgar y a comportarse como borregos en vez de educarlos para encontrar el camino a su verdadero re-conocimiento.

Re-conocerse, Re- aceptarse y amarse comprendiendo que somos parte de la Divinidad y que ella es una sóla, una inagotable fuente de amor, puro, total ...

Yo soy más del sol q de la luna ;) pero creo en el poder de la fe y del amor como verdadera herramienta universal para alcanzar la realización ... te quiero ma belle

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