No soy una gran aficionada al fútbol. De hecho, no lo soy a ningún deporte en particular. Pero si lo disfruto. Me parece que hay una cierta belleza en la habilidad, destreza y la combinación de inteligencia y esfuerzo físico que supone un juego - de cualquier disciplina - bien ejecutado. No obstante, sí tuviera que decidir por algún deporte, sin duda, que lo haría por el tradicional balonpié. Tal vez se deba al recuerdo borroso de esas tardes con mi abuelo - gran fanático de hueso rojo de la selección española - disfrutando de cada partido de liga que transmitía por el entonces muy entretenido canal del estado, o que siento una cierta fascinación por esa sincronía, esa economía de movimientos que casi pareciera un baile, esa audacia y fuerza que descubro en cada juego. Cual sea el motivo, siempre que hay un evento futbolistico, me emociono y sin duda, lo disfruto como cualquier, sin grandes dramatismos pero sin ser completamente indiferente.
Por supuesto que, todo esto se ha hecho un poco más visceral desde que la selección nacional de mi país, la querida "Vino Tinto" entró en la escena futbolistica mundial. Nunca grité gol con tanta euforia, ni sentí tanta preocupación como cuando nuestros jugadores salen al campo de juego, llevando el color nacional y haciéndonos sentir a todos los venezolanos, esa conexión inmediata del fanático con el deporte. Lo he sentido, y de hecho, me declaro con toda sencillez una gran seguidora de nuestro equipo, que con sus reveses y aciertos, ha logrado un lugar dentro del mundo del futbol actual. De manera que sí, disfruto el fútbol. Y lo disfruto por razones sencillas y sumamente personales.
Por ese motivo me sorprendo tanto, cuando se lleva a cabo un evento internacional deportivo y lo que debería ser una oportunidad para celebrar esa esencia del fútbol - la alegría, la belleza, el entusiasmo - se convierte en una excusa segura para el insulto y la agresión. Y hablo, desde lo que con un súbito nacionalismo acusan a los fanáticos - cualquiera sea su preferencia - de "pasteleros" o cualquier otro epíteto que parece describir el "terrible" crimen de aupar a un equipo por el cual sentimos alguna simpatía. Por el motivo que sea. Sobre todo, hay una preocupante tendencia a satanizar esa simplicidad del fanatismo deportivo, subrayando esa idea del nacional como una brumosa forma de demostrar un súbito amor a la patria. Y que preocupante resulta, cuando la tipica rivalidad deportiva se transforma en algo más tortuoso, en un insulto genuino y en una ofensa dura y pura por el simple hecho de celebrar la gloria de un conjunto deportivo, que al final del día, solo representa ese instinto común que todos tenemos de la competitividad.
De Venezuela con Cariño: entre sudacas y chilenos de mierda te veas.
Hace unas cuantas semanas, nuestra Vino Tinto, jugó un partido de eliminatorias mundialistas con la selección de Chile. Como todas las veces en que juega la selección de mi país, para mí fue un día importante: me senté frente al televisor con el entusiasmo de la niña que solía disfrutar de los partidos europeos para ver a nuestros nacionales batirse en duelo deportivo con sus iguales chilenos. Como siempre, le eché un vistazo a mi TL de la red social twitter, esperando aupar a mi selección con alguna palabra de aliento, cuando me encontré con una especie de discusión disparatada que me dejó asombrada. No solo una gran cantidad de Venezolanos y chilenos se insultaban mutuamente de la manera más terrible, sino que además, un racismo latente, sesgado y preocupante, parecía aflorar en medio de una trifulca de improperios y obscenidades imparables. Por un largo rato, intenté razonar con mis followers de lado y lado, hasta que finalmente decidí no intervenir de nuevo. Nadie estaba muy interesado en escuchar a alguien que hablaba sobre deporte, fútbol y otras cosas bastante simples, mientras las groserías y despropósitos aumentan de tono rápidamente.
Pero la cosa no comenzó allí, por supuesto. Varios días atrás, la televisión Chilena, en un alarde de puro irrespeto, había transmitido un comercial - que previamente había sido motivo de crítica - burlandose de la selección venezolana en términos que poco o nada tenian que ver su manera de jugar o la trayectoria de nuestra selección. Mientras veía el comercial - una burda publicidad privada que utilizó el tema candente del enfrentamiento futbolistico para su provecho - pensé en que simple era desvirtuar la radiante alegría, la efusividad y la pasión del fanático del deporte en algo más denso y turbio. En odio, quizá, pensé mientras miraba mi TL de nuevo, terminado el partido de futbol, donde lamentablemente perdió mi país. Y en esta ocasión los gritos y enfrentamientos xenófobicos y racistas, venian del lado venezolano y eran respondidos de la misma manera del lado chileno. Preocupada y un poco abrumada, me pregunté que había ocurrido para que el habitual enfrentamiento entre fanáticos desembocará en una circunstancia tan desagradable.
Y algo parecido ha venido ocurriendo durante el desarrollo de la Eurocopa 2012, el Venezolano, hijo de inmigrantes y fanáticos de los grandes eventos comerciales, ha disfrutado como el que más un evento que todos los años desencadena una habitual enfrentamiento entre los fanáticos de los diferentes equipos. Pero esta vez, la xenofobia ha sido parte de la acostumbrada provocación entre los seguidores de cualquier selección. He leído, insultos tan malsonantes, que me he preguntado que tanto hay de una agresividad latente, escondida bajo la defensa de un nacionalismo absurdo y súbito que nadie entiende muy bien de donde surgió. Asombra además, lo virulento de las imprecaciones, el hecho que es evidente que la simple celebración del deporte pasó a un segundo plano, en medio de una discusión que no tiene la menor relación con el deporte. Desde chistes de dudoso gusto, como el del @ChiguireBipolar el día de ayer, con un titular imaginario que exclamaba: "Sudacas hijodeputas celebran victoria de país que no los quiere" hasta una desprorcionada andanada de insultos contra los hijos de inmigrantes que no tiene otro motivo o circunstancia que la de ocultar una especie de resentimiento muy viejo, con la rivalidad deportiva. Y me pregunto de nuevo ¿Qué oculta este rencor sin nombre, este enfrentamiento duro y sin sentido que reverdece en plena euforia deportiva? La respuesta es preocupante y con toda probabilidad, lo es más aun las causas que lo producen.
En origen de algo muy hermoso: y todos gritamos gol.
De pie, en una fila de una panadería cualquiera, con una lata de refresco en la mano, aguardo para llegar a la caja registradora. En el viejo televisor colocado de cualquier modo en el mostrador, los jugadores corren de un lado a otro, casi irreconocibles en medio de la estática y la mala señal. Todos los presentes, un grupo de ancianos de cabello blanco a quienes he visto sentarse una y otra vez en las mismas mesas cada tarde, para tomar en exacta escena una taza de café, gritan de manera inentendible cuando alguien, no distingo que jugador o de qué equipo, anota un gol. Y después, de hecho, todos los presentes celebran, comentan y ríen. Un gran golgorio general. La escena me hace sonreir, porque esta si se parece a la felicidad simple, a la alegría desordenada y ruidosa, que recuerdo de mis tardes junto a abuelo, disfrutando del fútbol, o simplemente de esa complicidad del fanáticos. Una idea reconfortante, cálida, la de este simple amor del deporte por el deporte, sin otra cosa que la simple pasión por lo que llaman, no sin cierta razón, el deporte más bonito del mundo.
C'est la vie.
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