miércoles, 1 de agosto de 2012

De lo girly a la marimacha: ¿Que hay en el medio de ambas cosas?




Nunca he sido muy femenina. No al menos, según el estereotipo más común en mi país, que no olvidemos es territorio de Reinas de belleza. Aunque  me maquillo - mucho, según comentan -, me gusta llevar un buen corte de cabello y cuando lo recuerdo, cuido de mis uñas de pies y manos no soy realmente lo que aparentemente  se espera de una mujer de mi país. Y más allá de esta sencillez de concepto, tampoco me identifico demasiado con el rol femenino que Venezuela asume por necesario: no tengo intenciones de contraer matrimonio ni de tener hijos, no cocino, no lavo, no me considero sacrificada ni tampoco abnegada.  En resumidas cuentas, me considero mujer pero no comulgo con esa idea estrafalaria de la "esencia ultra femenina".

Pero al parecer, en mi país, eso es un poco incomodo. Casi siempre, esta necesidad mía de no definirme por lo que puede hacer mi biología o el tamaño de mis pechos, me ha traído problemas. Y lo hace supongo porque si no puedes definirme porque mi capacidad para procrear o lo voluptuosa que puedo ser, el concepto de lo femenino, como lo vemos en Venezuela, se queda un poco a medias. Ocurre con frecuencia que esa renuencia mía de mirarme en el espejo de lo muy femenino,  me hace cuestionarme a mi misma quién soy o que deseo sobre mi identidad. No es por cierto una idea gratuita, tampoco un temor infundado. Es una especie de dilema si vivir en el margen de cierta idea que podría o no definirte, o simplemente transitar otra, muy personal, pero que tiene como inmediata consecuencia que te tropieces a cada momento con ese ego cultural, esa necesidad de crear un esquema, que es propia supongo de toda sociedad más o menos organizada. Y la identidad de género es una de esas cosas que se debaten a diario, que te afectan allí a donde vayas y te afectan, en menor o mayor grado, cada día de tu vida.

De la Princesa rosada a la Niña disfrazada de Zorro:

Mi mamá es una mujer muy femenina a la manera tradicional. Disfruta con ese elemento intangible que suele llamarse "coquetería" y de hecho, creo que ella se define de alguna manera a través de esa percepción suya de "mujer muy mujer". De manera que debió ser para ella todo un suplicio, que su única hija no lo fuera tanto. La recuerdo intentando convencerme que disfrutara de películas de Disney, con sus bellas princesas heroicas  mientras yo prefería - ya por los diez años o un poco más - las muy sangrientas películas de terror que veía a escondidas. De hecho, hay una escena que podría describir muy bien, esas primeras ideas que tuve sobre mi misma, en una ocasión en que mi mamá decidió obsequiarme el disfraz que por semanas enteras le insistí...y que resultó ser, no el de la bella Bailarina que mi madre miró embelesada o la preciosa Blancanieves que según ella, me quedaría espléndido, sino el del Zorro. Con los ojos de mi mente, me veo a mi misma dando vueltas frente al espejo, fascinada por el traje negro mal cortado y la espalda de plástico  imaginándome muy claro como cabalgaría por los paisajes desolados de unos Baja California que solo existía en el viejo seriado televisivo. Mi madre me miró, entre resignada y fastidiada, y terminó comprándome el disfraz solo por mero cansancio.

Durante mi adolescencia, sin embargo, intenté ser más "femenina", cualquiera sea el comportamiento que defina esa palabra. Lo intenté realmente: me maquillaba, intentaba peinados con mi cabello rebelde y rizado, llevar faldas y vestidos...pero no pude. Sabia una parte de mi que no entendía aquello....o peor aun, que no le importaba en absoluto. Fue la época de maquillarme a la furia, como una Lolita post moderna y malcriada, y escaparme a la Plaza de los Museos para leer a solas, vestida con unos jeans viejos y una camiseta cualquiera. Y nunca me sentí más mujer, más profundamente conectada con esa identidad mía, que esa independencia, esa estupidez tan juvenil de sentirte inmortal, de sertirte por completo atemporal.

Pero no todo es tan sencillo supongo.

De esos tiempos "rebeldes" - no tan rebeldes, en realidad - vienen los primeros epítetos de "marimacha", cosa que no me molestó en exceso al principio pero si me hizo comprender que transitaba esa linea tan incomoda entre lo que se "debe ser" y se es, simplemente. La primera persona que me lo dijo fue mi noviecito por la época, un galán medio torpón de bonitos ojos verdes, que me sugirió debía vestirme más "como mujer". El comentario me afectó, me desconcertó pero tuvo el efecto contrario, tal vez por esa necesidad que todos tenemos entre los quince y un poco más de decirle que no a todo. De manera que me volví más radical, mucho más "yo", o al menos como me definía en esa época: con un mapire tejido colgado al hombro, las muñecas llenas de pulseras de plástico y siempre con mis camisetas de bandas metaleras a la que me volví adicta por pura reacción. No obstante, ese pequeño insulto, ese comentario, siguió allí, corroyendo  en alguna parte, fastidiandome y golpeando ese diminuto orgullo femenino que supongo es natural en todas nosotras.

La cosa no mejoró mientras crecí. En la Universidad, la gran mayoría de las chicas de mi edad, era bealdades pechugonas y curvilineas que al principio me hacían sentir un poco intimidada. Era una sensación curiosa, salir de la adolescencia simple a ese mundo levemente adulto del campus, para encontrarme aun más paralela a esa idea de la feminidad. De esos primeros años, recuerdo la sensación de cuestionarme incesantemente, de mirarme en el espejo y preguntarme de vez en cuando, no sin cierto sobresalto ¿Que va mal en mí? Porque tenía que haberlo ¿No? Tan desgarbada, de ojos enormes, pálidas y definitivamente muy poco pechugona. No obstante aprendí de esa incomodidad, el valor de lo que esencialmente, parecía ser una constante, allá en el mundo niño y aquí en el mundo del joven adulto: mirarme con atención. Mirarme, mientras crecía y comprenderme a través de esa idea tan intima que parecía definirme. Mis autorretratos de la época me mostraron a una mujer desconocida, un poco asombrada e intimidada por el lente de la cámara, Una mujer que no llevaba accesorios o el cabello especialmente peinado. Una mujer que no se sentía especialmente femenina pero si conectada con esa identidad tan profunda, tan fuerte y tan poderosa de la feminidad.

El tiempo siguió transcurriendo. Y me miré siempre con esa necesidad de entenderme más allá del color rosa, de esa delicadeza sugerida que nunca he tenido. Me ocurrieron escenas incomodas: como en el bufete donde trabajé seis meses que alguien me exigió "vestirme como mujer" ( tengo aun el memorándum que me enviaron al respecto ) o sortear esas ideas que parecían necesarias para apuntalar esa idea de la mujer que crece, que se descubre así misma, que se crea a diario, que necesita reconocerse así misma y no lo logra. En ocasiones me sentaba en medio de mis largos insomnios, mirándome al espejo, un poco analizándome bajo la idea de quién era y quien querría ser. Lo hacia también durante mis rituales de Luna Llena, conectada de una manera tan intima como casi salvaje con esa mujer que soy, lo femenino que persiste, que lucha y se construye a diario. Pero quizá no era tan simple llevar ese conocimiento al todos los días, a lo cotidiano tan simple como infinitamente complejo.

¿O sí?

Hoy, entrando casi con timidez en la tercera década de mi vida, sigo siendo la misma mujer que intenta definirse más allá de lo que es esa feminidad a cuenta a gotas, a extremos, a imposición, a necesidad de pertenecer que en ocasiones me abruma y de la que trato de escapar siempre que puedo. Tal vez sea una cuestión de método, como suele decirlo mi inefable amiga E, y que lo femenino  - como concepto, como identidad - deba convencerse así misma que esta labor de titanes que es ser mujer, va más allá del tacón, el maquillaje y está muy cerca de la fuerza, el poder y la pasión.

C'est la vie.

2 comentarios:

Gabriel Landaeta dijo...

te confieso que en muchas ocasiones me he sentado a pensar cual es mi percepcion de lo femenino vs lo feminista(sin llegar a extremos radicales) y dejando de lado ciertas aristas aun por definir concluyo que lo femenino o lo estetico es tan subjetivo. lo que unos consideran normal otros consideramos aburrido tedioso o insipido

Eu. Vicky dijo...

Me Defini tanto, TANTO con lo que hablaste aqui, que hasta pensé en si debia o no hacer el comentario.
Hasta recordé cuando tenía escasos 3 años y le dije a mamá que odiaba el rosa, y hasta el sol del día amo el verde...
Pero, te digo, si, va mas allá de cualquier parámetro de la sociedad, va mas alla de cualquier invento social por tener cuerpos esculturales... es cuastion de esencia, de alma... :)

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