lunes, 1 de octubre de 2012

Aventuras y desventuras del ignorante doméstico o la muerte del Refrigerador




Hace unos días, bromeaba en la red social Twitter, que lugares como ferreterías y carnicerías deberían tener un muestrario de mercancía con una fotografía bien visible de cada uno de los artículos y productos que venden. ¿El motivo? La gente como yo, por supuesto. Con toda humildad reconozco que padezco una gran ignorancia sobre el tema  de uso doméstico, que al parecer es un "deber-ser" ineludible, pero que en mi caso es poco menos que un sobresalto. Y hablo que aunque en los últimos años he aprendido lo suficiente como para tener una buena idea de ese sentido común doméstico que al parecer carezco, sigo llevándome mis buenos tropiezos, y sobre todo, mis situaciones poco menos que tragicómicas con lo que respecta a ese misterio que para mi, es la ámbito casero.

Supongo que hay un poco de Karma en todo esto. Fui de las que por mucho tiempo menosprecio a las amas de casa y me preocupé muy poco por aprender lo necesario para sobrevivirle a la cotidianidad. Pero ahora que por cuestiones meramente profesionales, gran parte de mi trabajo se desarrolla frente a mi computadora ( y en casa ) comienzo a lidiar de manera ingenua con toda estas situaciones que supongo, para cualquiera serán normales, pero que para mí, son pequeños desastres diarios. Y es que lo hogareño, como descubrí este año, es de todo menos sencillo y aun menos, normal.

Del dilema del refrigerador dañado y otras menudencias:

Hace unos días, me ocurrió uno de esos pequeños accidentes que descalabran esa normalidad un poco compleja del freelance. Por cuenta propia y sin consultarle a nadie, mi refrigerador decidió que sus tiempos de uso útil habían terminado y dejó de funcionar. La cuestión es que su muerte había ocurrido al parecer varios días atrás y yo solo lo noté, cuando abrí el congelador y me encontré con una pequeña laguna de agua helada desbordándose por las esquinas, con varios paquetes de carne flotando de un lado a otro. Luego de la pasar por todos los estados de la furia del neurótico ( abre y cierra la puerta del refrigerador, lo enciende y lo apaga, grita al cielo por quéee a mi? ) hice lo que todo ignorante del tema hace a continuación con un electrodoméstico dañado: Llamar al técnico de turno. En mi caso, tuve que comenzar desde revolver papeles de archivo buscando la garantía del aparato, hasta googleando, como cualquier hijo de vecino del mundo 2.0, hasta que encontré uno que me pareció lo suficientemente confiable como para no tratarse de un asesino en serie o un estafador. Aun así, de manera muy paranoica, telefonee a unas cuantas opciones, pedí referencias, para terminar quedándome con el primero por el cual me había decidido. Así las cosas, me preparé para comportarme como una eficiente y curtida ama de casa, o fingir serlo al menos.

La cosa empezó un poco movida. Ya sea porque soy muy poco precisa o por mi habitual  falta de conciencia espacial, el técnico le llevo trabajo encontrar mi dirección. Cuando finalmente lo hizo, el hombre me echó una mirada un tanto dura ( despeinada, pálida, en pijamas, con expresión de susto ) y supongo que sacó una conclusión inmediata: Ignorante al acecho. Pero por supuesto, el buen hombre no dijo nada y se limitó a sonreír, cargando con una enorme caja de herramientas muy ruidosa.

No soy muy buena disimulando mis emociones o fingiendo tranquilidad ( soy puro ojos, como diría mi madre querida ) de manera que debió ser muy notoria mi preocupación, mientras el técnico revisaba el refrigerador chasqueando la lengua. Al final, y luego de empaparse en el mar semi helado de carnes del fondo, me miró con expresión de médico novelero a punto de dar un diagnóstico fatal.

- Esto se ve muy mal. Necesitará una resistencia nueva, temporizador - y siguió enumerando piezas, que me señalaba, imagino en un intento de tratar de hacerme entender la gravedad de la avería  Pero yo solo veía cables retorcidos semi congelados. Intenté que no me paralizara el pánico, realmente lo intenté, pero antes de poder detenerme, estaba haciendo un cheque por una importante cantidad de dinero para comprar las piezas dañadas. Mi paranoico interior intentó advertirme, pero lo ignoré olímpicamente  espantada por el olor nausebundo de la nevera, el desastre a todo nivel y sobre todo, la sensación un poco inquietante de esa ruptura de lo cotidiano.

Porque hay todo un tema sobre estos pequeños desastres y es allí lo que hace admirable - en mi humilde opinión - al Ama de Casa. Lidiar con lo cotidiano - lo bueno y lo malo - con gracia, inteligencia y quizá, hasta con una sonrisa.  Como bien descubrí este año, todos tenemos la impresión, muy ajustada y comedida que hay un "duende doméstico" que hace que nuestra casa sea confortable, eficiente y limpia. No nos importa demasiado el proceso, si disfrutamos con el resultado. Pero cuando eres parte de esa otra cara de lo hogareño, cuando debes batallar con las diminutas tragedias de lo cotidiano, las cosas toman otro cariz. Y ese el cariz de ese pequeño caos indeseable, del que incomoda y molesta y con el que no sabes muy bien como lidiar.

Por supuesto, el refrigerador volvió a funcionar. Que alivio sentí cuando volví a ordenar carnes y legumbres y todo pareció de nuevo estar "en su lugar" cualquiera sea el termino o el tema que utilices para definir esa normalidad cómoda. Y me encontré pensando, en que hay una especie de memoria muy ajustada sobre lo que "debe ser" la vida en tus privadas cuatro paredes y lo que no debe ser. ¿ Manías? ¿Mañas? ¿Esa pequeña e inevitable zona personal definiéndose  Ni idea. El caso es que me pareció curiosa aquella sensación de bienestar casi infantil.

...Que me duró exactamente hasta que el refrigerador se detuvo otra vez. Claro que iba a suceder. Imagino que todos los que están leyendo está crónica desordenada, sabían que sucedería  Y lo sabían por evidente, por obvio, como me había advertido mi paranoico interior. También sabrán que el técnico número 1 jamás volvió a contestar el teléfono y que el siguiente, uno acreditado por la marca, me dijo que todos las piezas que había comprado eran innecesarias. Y sentí no solo furia - la lógica - sino además esa sensación casi trágica de cansancio, de comprender hasta que punto el mundo de las cosas mínimas y mundanas, como diría la inefable Jk Rowling, me había hecho una de sus jugarretas.

Con el refrigerador funcionado, el ánimo por los suelos y el orgullo escamoteado, me pregunté que tanto menospreciamos lo obvio y presumimos de lo complejo, cuando la verdad de las cosas parece estar tan cerca de la superficie, de la percepción de lo cotidiano, del simple valor venial de las cosas. Cual sea el caso, pienso tomando un vaso de agua muy fría que me costó muy caro, lo que aprendí de mi pequeña tragedia es que la simplicidad tiene sus bemoles y más allá de eso, un buen aprendizaje.

C'est la vie.


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