Mahatma:
He pensado muchísimo en usted durante los últimos trece años. Ya le admiraba desde antes por supuesto, la universitaria idealista que se asombro con su gesta monumental que comenzó de lo discreto, lo pequeño, lo anónimo para convertirse en una lucha titánica. Pero en la última década y un poco más, cada vez que creo desesperar, cada vez que he sentido un dolor por esta Venezuela rota, una desesperación enorme por esta circunstancia caótica que atravesamos, en cada ocasión que he llorado de pura tristeza por mi país, he pensado en usted. En busca de consuelo, de un consejo en la distancia de la historia, sin duda. No solo a la manera de la espiritualidad desbordante, sino en su profundo conocimiento, la convicción perenne que se puede construir el futuro a partir de un deseo, de la fe, de la simple esperanza. Y en todas las ocasiones, su recuerdo, su legado, me ha consolado, me ha hecho tomar una bocanada de aire, levantarme y continuar.
Porque esta década y un poco más de recorrer un camino de violencia y cambios erráticos en mi país, me han recordado sin duda su época esa lucha de convicciones enfrentándose a lo establecido, al poder incuestionable y enorme que domina todo. Y sin duda, las diferencias son obvias, mi país es aun sobernano -apenas - y el suyo era una colonia olvidada de un Imperio histórico, pero aun así, las pequeñas tragedias, las humanas, las simples, eran parte del todos los días, como lo son ahora en esta Venezuela del Siglo XXI, que se nos desangra por todos lados, donde vivimos abrumados por la desazón y caminamos de un lado a otro en busca de respuesta. ¿Fue así para usted Mahatma, los primeros tiempos? ¿Miró con ojo critico lo que ocurría a su alrededor y decidió actuar? ¿Se detuvo, tal vez al bajar de uno de los típicos trenes populosos hindúes y miró a su alrededor, a sus conciudadanos, a los que sufrían y padecían bajo el yugo inglés y supo que el cambio debía existir? Me gusta imaginarlo de esa manera: Le veo a usted, muy joven y decidido, caminando entre las multitudes, comprendiendo que el cambio debía comenzar, intentando descubrir como lograrlo, cual era la manera de construirlo. Y de pronto, tal vez deteniéndose el diminuto prodigio, al comprender, sin duda alguna, que el cambio debía provenir de usted, de su vida, de su visión, de su forma de comprenderse como parte de un país, de una sociedad, de ese entramado enorme y tan poderoso que llamamos identidad cultural. Lo veo tan claro, de pie, a solas. Tan completamente convencido, tan lleno de fe.
Por eso, admirado Mahatma, le escribo esta carta hoy, en el día de su cumpleaños y a cinco días de las votaciones más trascendentales que viviremos en mi país durante la última década y media. Me siento de pie, mirando hacia el futuro que no termino de distinguir, temblando de miedo y expectativa, resuelta a tomar este gentilicio, esta manera de mirar al mundo y crear algo bueno para mi, algo bueno para mi familia, para todos los que amo, para este país que es mi hogar, que es la tierra donde quiero madurar y echar raíces. Lo dijo usted una vez ¿verdad? Que la tierra donde se nace es terreno fértil para el amor, el ideal y el poder del espíritu Y ese es el pensamiento que me acompaña hoy, que siento con tanta nítidez que me desconcierta, que me asusta un poco por su fuerza, por no entender de donde proviene. ¿Que ocurrió antes que no lo percibí? ¿ Por qué ahora sí, finalmente, dejé de ser un ciudadano apático e irresponsable y tomé la decisión de tomar este país, este fragmento de historia entre mis manos y construir algo bueno con él? La verdad, no podría decirle. La esperanza es una cosa muy misteriosa, y por tanto tiempo no la tuve que ahora que estoy llena de ella, siento que el poder de las cosas pequeñas es inmenso, como usted mismo predicó. Una decisión a la vez para crear, una decisión a la vez para soñar.
Y Quizá, Mahatma, la próxima vez que le escriba, sea para hablarle sobre que ocurrió cinco días después de hoy y hablarle de como floreció esa esperanza pequeña pero tenaz que llevo en el pecho, para narrarle, aquí, en este silencio de letras a usted en las estrellas, el nuevo comienzo de una historia que está escribiendo cada Venezolano, cada hijo de esta patria de hombres y mujeres que ahora mismo, están convencidos que la fe es una lenguaje y la esperanza una forma de crear.
Seguimos su ejemplo, Alma grande, el poder de la convicción.
Con sumo amor,
A.
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