De vez en cuando, me imagino como sería un mundo donde la divinidad fuera femenina. No me refiero claro, a un pensamiento feminista, radical, prejuiciado o determinante - siempre es bueno aclararlo - sino a una simple pregunta académica. Hay pocas experiencias al respecto: quizás las tribus del Congo que tan bien documentó Margareth Mead, o los pequeños pueblos perdidos de las Islas Canarias donde la Curandera y la Divinidad como mujer y creadora, es parte de las creencias culturales. De resto, apenas tenemos memorias de los tiempos donde Dios era mujer, donde el mundo se paria - una imagen casi literal - de un vientre fecundo universal y misterioso. Una idea de la Divinidad creacionista, salvaje, poderosa e implacable, pero de alguna manera justa, en contraposición con la visión masculina de Dios: mecanicista, cruel, despóta y en ocasiones vengativo.
Muy probablemente hablamos sobre un tema de sabiduría, conocimiento, la cualidad del saber y el aprender como base de esa religiosidad natural a la que todos somos proclives. La posesión de la sabiduría - o conocimiento esotérico - a menudo a sido fuente de consuelo para los perseguidos y por momentos, el género femenino lo ha sido. Durante siglos enteros, la mujer careció de poder de decisión, fue una niña moral y social hasta que progresivamente comenzó a liberarse de los eslabones de una larga cadena de ignorancia. Aun así, continuó siendo perseguida, como bruja, como puta y ramera. Necesitaba un refugio y de alguna manera lo obtuvo, de un lugar bastante inesperado: La Kabala y su poderosa representación de la mujer: La Matronit.
La Kabala, nombre como se conoce el misticismo simbólico judío, surgió en la Edad Media y se convirtió en un movimiento popular del judaísmo Europeo, a partir de 1492, año en que los judíos fueron expulsados de España. Para entonces la Matronit o matrona se había convertido en la manifestación más popular de Shekhina y, al igual que su alter ego posterior popularizado por la imagineria cristiana - la virgen María - obraba milagros y era adorada por su generosidad y gracia.
Según la Tradición judaíca, cuando Dios se retiró a un cielo inaccesible después de la destrucción del templo de Jerusalén, la matronit permaneció en la tierra con sus hijos.
Según el Zóhar - texto místico hebreo del siglo XIII - es el cuarto elemento del tetragrama de la Kabala, simbolizada por las cuatro letras del nombre de Dios: YHVH: La Y representa al padre/Sabiduría, la H a la madre / comprensión, la V al hijo / la belleza y la H a la hija / monarquía.
La Matronit también tiene un carácter Cuádruple, lo que permite compararla con la gran Diosa de Oriente Próximo en sus diversos aspectos. Es virginal y voluptuosa, maternal y destructiva y las descripciones la convierten en una figura fantasiosa: Pura hasta que el suplicante despierta por primera vez sus deseos y la convierte en una Ramera para gratificarse, la Matronit recupera la castidad cuando él está ausente, aunque satisface su necesidad de ser tranquilizado y es su superprotectora.
Resulta cuando menos curioso que el judaismo - una de las religiones m{as restrictivas con respecto a la divinidad - tuviera una figura femenina tan fuerte y complementaria de la idea divina masculina. Y más intrigante es aun, esta idea más amplia que la Metronit representaba protección, la ternura e incluso, de deseo. ¿Cuantas otras Diosas femeninas, identidades religiosas con nombre de mujer se han perdido en el tiempo y podrian ofrecernos una visión nueva a nivel cultural? Esa pregunta me inquieta con frecuencia, o mejor dicho, me apasiona el pensamiento que quizá el rostro de esa Diosa primigenia, muda y desconocida, sea parte de nuestra cultura de una manera que apenas comenzamos a entender.
Divagaciones sin sentido, sin duda, pienso en ocasiones con una sonrisa. O un recuerdo de una conciencia primitiva que sin duda reconoce su antiguo lenguaje: la creación.
C'est la vie.
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