Le comenté, mi estimado lector ¿Verdad? Que soy una gran idealista: Que sueño y creo cada vez que puedo en mi vida, que me esfuerzo a diario por confiar en quienes somos, a donde vamos, que construimos. A pesar del cinismo. Y quizás por el cinismo como defensa: Soy de esas personas que están convencidas que cada día podemos levantar, todos juntos, un mundo donde valga la pena sonreír. Claro esta, no siempre me siento así: Tengo mis días muy bajos. Mis días temibles y dolorosos. Mis días en que camino por las calles de mi ciudad tropezando con mi propia tristeza. Duelen, esos días. Duelen muchísimo. Porque en ocasiones, tengo la impresión que el derecho a-ser-feliz, a aspirar algo mejor de lo que tenemos es un derecho que se deshace entre la angustia, el temor y la furia. Pero de vez en cuando, y a pesar de eso, sonríes. Lo haces con libertad, con desenfado, con la rebeldía de la simpleza. Sonríes y levantas los brazos para tomar esa gran bocanada de aire radiante. O mirar la belleza. O bailar a solas. O tomar la mano de alguien más y darle un afectuoso tirón. Es una pequeña batalla supongo.
Y la vivimos a diario.
¿No entiende mucho, mi estimado lector, de qué le hablo? Vea este vídeo, y después, sonría, aunque sea solo una vez.
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