Mi amiga @Cristabelhc llama a los momentos muy incómodos: "esos que provoca la tierra te trague y te escupa en otra galaxia". Y creo que, no hay mejor manera de definir esos traspiés y equivocaciones que parecen ser tan frecuente sobre todo en fechas de celebración, donde la sensibilidad está a flor de piel y cualquier situación doméstica puede parecer potencialmente catastrófica. Desde problemas de etiqueta y formalidad - como no saber como llamar a la novia del recién divorciado delante de la ex mujer - o simples dramas familiares - el tío que llora en cada escena familiar - la navidad parece ser la época idónea para las llamadas "metidas de pata" y descubrir que todos somos cómplices y también culpables de todos estos pequeños desastres hogareños.
Personalmente, soy especialista en coleccionar locuras por estas fechas, y debo decir que este año ha sido muy prolífico en el tema. No obstante, debo decir que los momentos más "tragame tierra" de este diciembre con tinte a contienda electoral y confusión de ciudad caótica, fueron los siguientes.
* El extraño caso del Pariente desconocido:
Hace poco, mi tío L. me invitó a una cena familiar con motivo de la cercana navidad. Debo decir que solo me reúno con su familia una o dos veces al año, y desconozco sobre todos a los parientes del lado de su esposa, por lo que cuando este anciano de gran sonrisa amable me abrazó, asumí se trataba de alguno de los numerosos primos, tíos, abuelos desconocidos que suelen abundar en las familias europeas. De hecho, me pasé un buen rato escuchando al anciano divagar sobre su idílica vida en Galicia, hablarme sobre sus ensaladas de papa favorita, su amado perro labrador y otras curiosidades menores que me contó entre el humo de su pipa y riendo a carcajadas con olor a alcohol. Finalmente mi tio L. me encontró en el pequeño jardín de su edificio, bebiendo chocolate caliente, aburrida y congelada hasta los huesos, sentada junto al ancianito.
- ¿Y tu amigo quien es? - me preguntó mirándome con una sonrisa. Y solo allí descubrí que el anciano, que continuaba contando a quien quisiera escucharle sus tropelías de jovencito seductor en Barcelona, no era pariente de nadie y mucho menos, amigo de alguien en la celebración. Más tarde, nos enteramos que el abuelo en cuestión, se encontraba perdido y sin identificación en las calles de la urbanización y que su familia le estaba buscando desde hacia un buen par de horas.
Unas horas después y luego de dejar al centenario seductor en casa de sus parientes, brindamos a su salud, riendo un poco sobre el extraño episodio y sobre todo, de esa enorme facilidad de las fechas navideñas de convertir en jolgorio circunstancias poco menos que extravagantes.
* El Regalo incómodo y otros pequeños dilemas:
Durante la fiesta de navidad de mi edificio - costumbre singular que se conserva en el lugar donde vivo desde hace más de viente años - solemos realizar un intercambio de regalos que no gusta demasiado a nadie pero en el que todos participamos más por costumbre que por placer. Comentaba la circunstancia con una de mis amigas de mi piso, cuando alguien me preguntó, en voz alta, cual sería el peor regalo que pudieran obsequiarme durante la celebración. Envalentonada por las risas y burlas que compartimos dije en voz alta y bastante audible: "Que me obsequiaran la saga 50 Sombras de Grey, la utilizaría como pisa papeles o para sostener la pata coja de la mesa". Todos reímos y continuamos bromeando hasta que el intercambio de regalos comenzó. Un rato después, mi vecina del piso dos, quien me cae especialmente mal y a la que nunca dirijo la palabra, levantó un trozo de papel donde se podía leer el número del piso donde vivo.
- ¡Y la Señora V. le regala a la Berlutti! - gritó eufórico el vecino que hacia de maestros de ceremonias, micrófono de karaoke en mano. Incómoda, me acerque hasta la vecina que, sin sonreír, me puso en las manos un caja envuelta en un estrafalario papel de aluminio rosa.
- Feliz Navidad - balbuceó casi con esfuerzo. Sin saber muy bien el motivo de su disgusto esta vez, me apresuré a rasgar el papel para agradecerle...solo para encontrar, la serie de E.L. James. Un silencio tenso se extendió por la sala, solo roto por algunas risitas nerviosas. Miré a mi vecina boquiabierta y avergonzada, sin saber como disculparme o siquiera si debía hacerlo.
- Ya tienes con que sostener la pata coja de tu mesa - dijo. Y se alejó entre la multitud para acercarse a la mesa de la comida. Y yo permanecí allí, con los libros entre los brazos, a medio camino entre una disculpa efusiva y un insulto a medio proferir.
Unas horas después y en privado, me disculpé con la señora en cuestión, explicándole que todo libro, sea cual sea, es un buen regalo. Ella me dedicó una larga mirada que no supe interpretar y al final, terminó por sonreír.
- Como sea, seguimos siendo vecinos a pesar de la navidad.
Que buena frase, pensé. Y lo sigo pensando justo ahora.
* La Hallaca verde y otras curiosidades culinarias:
Una de las costumbres más tradicionales de Venezuela es compartir las hallacas domésticas con amigos y familias. Casi siempre, la ocasión merece una comida improvisada y una pequeña celebración para degustar el platillo típico. Hace pocas semanas, visité con mi madre a uno de sus viejos amigos de la Universidad y su esposa, que no es especialmente hábil en la cocina, se apresuró a servirnos una de las Hallacas que había preparado el día anterior. No supe que decir - ni que hacer - cuando me sirvió en un primoroso plato de porcelana navideña, una Hallaca...de color verde.
Me explico, para mis queridos lectores de otras latitudes: La hallaca es un plato típico navideño Venezolano que se prepara con harina de maíz, guiso de carne, alcaparras y se cuece en hoja de Plátano. Cuando está lista, la combinación es suculenta y el aspecto del plato es de una solida pieza de harina de un tentador color amarillo. De manera que el tono verde selvático de esta hallaca era toda una preocupante novedad.
El marido y la mujer nos miraron expectantes y mi madre, más versada que yo en esas lides de etiqueta y buenas costumbres, no dudo en comer un pedacito del platillo y declarar que tenía un sabor "riquísimo". Todo eso a pesar de su expresión preocupada y lo rápido que pasó a probar los otros platillos de la mesa navideña. En mi caso, jugueteé con el pedazo hasta que no pude disimular más y me lo llevé a la boca. Lo mastiqué y me asombró el sabor a Azafrán combinado con algo indefinible que le daba al plato, no el exquisito sabor a guiso de carne y especias que debería tener, sino algo peligrosamente parecido al curri con algo mucho más picante. Mastiqué y juro, de verdad, que intenté tragar aquello, procurando poner buena cara pero al final, el instinto de conservación pudo más que yo y escupí el pedazo de masa en la finisima servilleta de seda de la mesa. Todos me miraron asombrado y mi madre, especialmente enfurecida.
- ¿Muy fuerte para ti? - preguntó la esposa, con su espléndida sonrisa. De verdad, quise decirle que sí, que era un sabor muy exótico para mi poco refinado paladar. Que aquella combinación extravagante de picante, especias y Dios sabe que otra cosa me había desconcertado. Pero como realmente no soy capaz de esas cosas, simplemente me tomé un sorbo de agua fría y sacudí la cabeza.
- Muy mal sabor para mi la verdad.
Ya estaba dicho. Y debo decir, que luego que lo dije, supe que había cometido la metida de pata del año con el pequeño comentario. Todo transcurrió muy rápido después de allí: comí el resto de los manjares navideños preparados por la ocasión y luego, mi madre recordó una súbita cita para comer con algún familiar anónimo. La pareja, enfurruñada y colérica, no pareció preocuparle demasiado nuestra apresurada huida.
No me atreví a mirar a mi mamá mientras cruzábamos la ciudad caótica de estos días navideños. Por ese motivo, cuando la escuché reír me sorprendió.
- De verdad, disculpa - me apresuré a decir - pero eso estaba incomible.
- O lo decías tu o vomitaba yo - dijo a toda respuesta. Y de pronto, nos encontramos riendo a carcajadas, como dos niñas. Después de todo, la extravagante comida si nos dejó algo que celebrar: una inesperada complicidad.
* La Vajilla de Porcelana y otras cosas que se rompen con asombrosa facilidad:
Mi prima M. está obsesionada con su vajilla "bonita". No tengo idea del motivo exacto, pero ama sus bonitos platos de finísima porcelana blanca. Y eso te lo repite cada vez que puede y en todo momento de cualquier evento que implique utilizarlo. Te habla de la ocasión en que los compró - en Bruselas, hace doce años -, de lo finísima que es la marca - que no recuerdo ahora mismo el nombre - y que algún día, una de sus futuras hijas heredará aquellas bellas piezas de artesanía doméstica para la posteridad. Por ese motivo, cuando rompí uno por casualidad en su cocina, sentí que literalmente me desmayaba del pánico.
Lo peor es que ni siquiera tuve la culpa. Lo digo en serio: Enjugué el dichoso plato con todo el cuidado que merece y luego lo coloqué con suma delicadeza sobre el mesón de mármol...desde donde claro está, resbaló, rodó y luego cayó aparatosamente al suelo. Lo miré todo como si ocurriera en una lenta escena cinematográfica: el plato rodando mientras yo gritaba con los ojos muy abiertos un melodramático "NO". Pero por supuesto, no ocurrió así: fue algo muy rápido y solo recuerdo que pensé: "La puta..."
Nerviosamente recogí los pedazos del suelo. Sosteniéndolos, recordé todas las veces que mi prima insistía en la belleza de aquellas hermosas piezas de porcelana, la manera tan orgullosa como las mostraba. Así que decidí, sin juicio y casi por impulso, esconderme en los bolsillos del suéter que llevaba los pedazos. Mi parte más severa - y adulta - me recordó que no podría esconder algo así por mucho tiempo y que tal vez lo mejor era soportar la regañina y continuar la celebración en paz. Pero la parte más niña - y la que finalmente ganó la batalla de la conciencia - me recomendó envolver los pedazos en servilletas y tenerlos muy ocultos durante el resto de la noche, cosa que hice. Y que escena fue esa: sentada en la silla del jardín, viendo a todos celebrar y comer, me pasé la mitad de la noche esperando que mi prima gritara y empezara a vociferar en busca de su plato perdido. Pero no ocurrió nada: tal vez se debió a que E. estaba demasiado ocupada en celebrar vaso de Ponche en Mano, o que el asunto no tenía tanta importancia como yo creía. Me repetí eso último toda la noche, con el sobresalto del culpable, masticando pedazos de pan de jamón sin dejar de mirarla. Finalmente, cuando volví a casa, tomé los trozos del cuerpo del crimen y los arrojé a la basura. Tuve una rara sensación de ocultar un delito menor mientras lo hacia y me pregunté cuando se descubriría todo el desastre. Imaginé a mi prima contando sus preciados platos y notando que faltaba uno. Casi pude verla tomando el teléfono, enfurecida para preguntar a los invitados y luego...
Pues bien, resulta que nada de eso ocurrió. Hasta la fecha - y la cena se llevó a cabo el día 10 de diciembre - mi prima no parece haber notado que su famoso plato está perdido. Pero yo continúo preocupada, escuchando chirriar pedazos de porcelana en algún lugar de mi mente, una especie de corazón delator de Edgar Allan Poe, pero versión cristalería doméstica.
Podría continuar contando anécdotas: Desde el fuego artificial del vecino que se escapó del control y nos hizo huir a todos los que conversábamos en la terraza de mi edificio o cuando no recordé había comprado una Torta negra para una celebración, solo para encontrarla quince días después en algún lugar de parte trasera de mi automóvil. Pero creo que esta lista resume bastante bien esa extraña cualidad de las fiestas decembrinas para hacernos reír y disfrutar a pesar de cualquier cosa. Y ¿Cuales son tus momentos " trágame tierra y escúpeme en otro lado? ¿Los quieres contar? Nos leemos en los comentarios.
Por cierto, para los que se lo preguntan: Sí, mi prima va a descubrir que ocurrió con su plato justo leyendo esta entrada.
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