sábado, 31 de enero de 2015
Lágrimas del viento y otras historias de brujería.
La primera vez que mi prima M. me habló sobre el Malleus Malleficarum pensé que mentía. Después de todo, durante buena parte de mi infancia, M. se había divertido burlándose de mi, con bromas absurdas y la mayoría de las veces levemente crueles. De manera que cuando me insistió en que existía un libro sobre cómo matar brujas, no le creí. La miré entre furiosa y abrumada por la mera idea.
- ¡Algo así no puede existir1 - le grité - ¡no puede existir un libro que te haga daño!
Tenía diez años y hasta entonces, sólo había conocido libros extraordinarios. Libros que me enseñaban sobre mundos desconocidos e infinitos, que me protegian del temor, que me obsequiaban palabras nuevas. Libros de los que brotaban como pétalos de rosas olvidados, mariposas amarillas, pueblos asombrosos en cuyas calles nacian hombres y mujeres de hombres exóticos. Libros para reir, llorar y emocionarme. Libros para sentir el poder de la belleza, para atravesar paisajes espléndidos y anónimos. Libros para amar, para llevar entre los brazos, para oler con emoción, para guardar bajo la almohada. Nunca había imaginado que un libro pudiera matar, que pudiera llevar el odio entre sus páginas, que sus palabras fueran armas. La mera idea me aterrorizó.
- Pues creélo - se mofó M. con las manos en la cintura y su expresión petulante de adolescente frutal - ese libro fue muy famoso y decía, palabra por palabra, como asesinar a una bruja. Como hacerla gritar de dolor, como...
Me fui corriendo como un vendaval, llorando a gritos. ¡No podía aceptar algo semejante! corrí por la casa, huyendo de sus palabras, de la idea que sugería. De la mera posibilidad que un libro no pudiera hablar con voz exquisita sobre historias y poderosos pensamientos, sino amenazarte, hacerte sufrir. ¡No podía ser! ¡No era posible que un libro no pudiera brindar maravilla y ternura! ¡Que no pudiera inspirar amor!
Me oculté en el cuarto de la lavadora, un lugar pequeño y atestado de objetos que siempre me resultaba acogedor. Mi abuela tenía una enorme lavadora de metal muy vieja, un trasto ruidoso que me encantaba. La enorme aleta del centro se sacudía de un lado a otro en agua jabonosa y parecía que el mundo se hacia más tranquilo y callado en medio del olor delicioso de los detergentes y de las hierbas que mi abuela solía agregarles para que tuvieran un mejor aroma. Era casi tranquilizador, el sonido palpitante, que se extendía en la diminuta habitación como si las paredes y los suelos estuvieran llenos de pequeños susurros reconfortantes. De manera que me escondí allí, entre las sábanas recién lavadas, las ropas con olor a sol. Y lloré a lágrima viva, espantada y angustiada, sin encontrar consuelo. Tenía que ser mentira, no podía ser cierto que una palabra era capaz de matar, que las páginas de un libro pudieran enarbolarse como un arma de guerra.
Allí me encontró mi abuela, un buen rato después. No creo que estuviera buscándome: abrió la puerta, llevando la cesta de madera de la ropa sucia y de pronto me encontró allí, envuelva entre la ropa fragante, escondida entre los pequeños fragmentos de luz y sombra que entraban por la ventana entreabierta. Me miró sorprendida y luego se inclinó hacia donde me encontraba.
- Mi niña ¿Que...?
Volví a llorar. No sé que me provocaba tanto terror: si el hecho mismo de la idea de un libro que pudiera hacer un daño inconcebible - aunque a mis jóvenes diez años no lo pensé de manera tan compleja - o el hecho que a nadie le importara su existencia, de ser real. Apreté los labios, sacudí la cabeza. Mi abuela me miró preocupada, en silencio. Aguardando como solía hacer cuando yo no sabía como explicar bien las cosas que me preocupaba. Intenté contener el llanto, me cubrí la boca con las manos tensas.
- Abuela ¿Un libro puede matar? - dije por último. Me pareció que había proferido una blasfemia, que las palabras me quemaban la lengua y me dejaban cicatrices en lugares misteriosos de mi mente. Abuela espero, con la paciencia infinita de la bruja sabía y extraordinaria que era - ¿Un libro puede hacer daño, decirte como hacerlo?
Abuela suspiró. Fue un gesto triste, rotundo que respondió mejor que cualquier otra palabra mis temores. La miré boquiabierta, desconcertada. Ella se dejó caer junto a mi, en el regazo suave y oloroso de la ropa recién lavada y con olor a sol.
- Nada es absolutamente bueno o malo - me dijo entonces - todo lo que existe y es, mi niña, puede ser utilizado para aspirar a la belleza o simplemente hacer daño. Al final, la decisión es nuestra, del espíritu humano, de la capacidad de la razón para decidir que hacer o que no. Incluso, los objetos cuyo único propósito es hacer daño, la última decisión puede evitar que lo haga. De manera que sí, un libro puede matar. O puede indicar como hacerlo.
Sentí que un escalofrío doloroso me subía por la espalda. No supe como responder a eso. Miré a mi abuela con los ojos muy abiertos y asombrados. Sentí que el miedo se secaba la garganta, me llenaba la lengua de un sabor amargo y metálico. El mero pensamiento me sobrepasó, me dejó sin voz. Las lágrimas no eran suficientes para expresar una angustia semejante a la que yo sentía.
- ¿Alguien podría escribir un libro para...hacer daño? ¿Sólo para eso? - murmuré. Mi abuela me tomó de la mano, un apretón cálido y reconfortante que agradecí.
- La mente humana puede tener la compulsión de herir y dañar, puede hacerlo porque desea hacerlo, eso lo sabes. De manera que, por supuesto, un libro puede ser la creación de ese impulso y esa visión del mundo.
No dije nada. El tiempo pareció transcurrir a fragmentos, en medio de esa lentitud plácida de la luz del sol al parpadear. Intenté comprender la idea, asumir lo que significaba. Me llevó esfuerzos hacerlo, recorrer el limite de lo que era la realidad - consciencia - de una palabra que pudiera matar, de un libro concebido unica y exclusivamente para producir dolor. ¿Qué podía simbolizar aquello? ¿Qué podía significar realmente un libro donde su autor no quisiera expresar belleza, ternura, asombro, maravilla, sino algo más turbio y aterrorizante?
- ¿Qué te preocupa tanto? - preguntó por último mi abuela.
- Prima M. dice que hace siglos, alguien escribió un libro sobre como matar brujas - repetí. Las palabras me dolieron, me provocaron una inmediata reacción física, como si describieran un paraje impensable de mi mente - que alguien escribió...
No supe que más agregar. Me quedé esperando que mi abuela me negara que algo así se había escrito jamás, que matizara el horror puro que representaba con alguna idea brillante, como solía hacerlo. Pero no lo hizo. Se quedó sentada a mi lado con una expresión muy triste y cansada.
- Es verdad - dijo por último - existe un libro así.
- Pero ¿Por qué? ¿Cómo alguien hizo algo así? ¿Para qué?
Abuela se levantó. Abrió los amplios ventanales del cuarto de la lavadora. Más allá, el Ávila tenía un aspecto radiante, nítido, recién nacido. Una línea verde que se extendía en vertical hacia un cielo azul imposible. Se quedó de pie allí, contemplándolo todo con los ojos entrecerrados.
-Mi niña, el conocimiento siempre ha producido temor y desconfianza, sobre todo a los poderosos. A los que están convencidos que sólo existe una verdad y es la suya - murmuró - durante siglos, La Iglesia creyó que sólo había una manera de concebir a la divinidad y que sólo esa manera era la correcta, la aceptable. El poder que la Iglesia representaba era enorme: no sólo se limitaba a lo moral sino también a las leyes de los hombros. Por lo tanto, no creer en la Divinidad como la Iglesia pensaba debías hacerlo era peligroso, podía ocasionarte un castigo terrible.
Esa historia la conocía. En una ocasión había leído en uno de los libros de la biblioteca de la abuela, que por mucho tiempo, creer en la Diosa y en la brujería se consideraba algo terrible. Sabía que mujeres y hombres habían muerto acusados de crimenes espantosos, que se le achaban a la brujería. Una idea que atormentó por semanas: imaginaba a mujeres y hombres de rostro angustiados huyendo a los bosques, con sus hijos en brazos, aterrorizados por la posibilidad de morir. Con los ojos de la mente, vi las enormes piras en la oscuridad, los gritos de dolor, el llanto de las victimas condenadas. Era una escena de pesadilla que me llevó esfuerzo aceptar que había sido real.
- Los libros son reflejos de su época, son formas de comprender quienes son los hombres y mujeres que viven durante un momento histórico - me explicó mi abuela - y el Malleus Maleficarum simbolizó el miedo, la ignorancia y el menosprecio hacia todo aquel que fuera diferente a lo que se consideraba normal. Resumió todos los terrores de una época que no tenía esperanzas, que estaba aterrorizada por las plagas y el miedo a lo que pudiera ocurrir después la muerte. De un poder muy severo que estaba convencido actuaba en nombre de Dios.
No diré que entendiera todo lo que mi abuela me explicó, pero si me dejó algo lo suficientemente claro como para inquietarme: por mucho tiempo, la forma como comprendías a la Divinidad podía hacerte daño. Era una idea muy rara, muy angustiosa: desde que tenía uso de razón, había aprendido que lo divino era una idea de extraordinaria belleza, capaz de mostrarme lo mejor de mi misma y el mundo que me rodeaba. ¿Cómo podía algo así usarse para causar daño? ¿Por qué todos debíamos creer en lo Invisible de la misma manera?
- No se trata como creyeras sino más bien, como pudiera contradecir esa manera de creer a la Iglesia - dijo mi abuela. Sacudí la cabeza, seguía sin entender, pero preferí escucharla en silencio. Quizás más adelante entendiera mejor una pensamiento tan singular - para la Iglesia, todo conocimiento provenía del Dios de la Biblia y cualquier otro, lo contradecía. Y cualquier contradicción a Dios te hacia alguien peligroso.
- ¿Como las brujas?
- En realidad, el Malleus Maleficarum, el peor pecado no era la brujería sino la desobediencia - contestó - porque para los clérigos que escribieron el libro, lo que realmente provocaba un inmediato castigo era la rebeldía, la desobediencia, sobre todo de la mujer. El libro llamaba bruja no sólo a la mujer que se consideraba así misma Hija de la Diosa, sino a cualquiera que no obedeciera los mandatos del sagrado matrimonio, la que supiera leer y escribir. La que tuviera ideas independientes. Y es que la "bruja" según la entendían los que redactaron ese libro, era incluso cualquier mujer por el mero hecho de serlo. Su naturaleza la hacia pecadora. El Malleus Malleficarum resumió esa noción dejando claro que lo femenino era el motivo de buena parte de las tragedias de un mundo signado por dolores e ignorancia, la enfermedad y el temor a lo Divino.
Me estremecí. Sentí una mezcla agobiante de furia y algo más duro de comprender, a mitad de camino entre la angustia y el miedo. Mi abuela permaneció de pie, junto a la ventana, con la espalda rigida y las manos apretadas contra la madera de la ventana. La miré y por primera vez en mi vida, pensé en ella como una mujer fuerte, única, poderosa por su sonrisa, por su amabilidad, por su inteligencia. Un espíritu libre, fragante, que reía y lloraba contra la misma intensidad. ¿Era eso lo que tanto había temido la Iglesia en el pasado? ¿Era esa independencia del espíritu lo que condenó a las brujas a ser castigadas? Por supuesto, no lo pensé de esa manera, sino que toda una sensación de enorme consciencia sobre lo que era mi capacidad para creer y pensar. Podía hacerlo sin que nadie me dijera qué o por qué debía hacerlo. Y lo disfrutaba. Apenas era una niña, pero estaba descubriendo el poder de creer y confiar, de tomar un libro y aprender lo que tuviera que enseñarme. De hacer preguntas, incluso de responderme algunas escribiendo, abriéndome a la posibilidad de construir y crear a través de mi capacidad para soñar. ¿Eso era lo que convertía a las brujas, a las mujeres que el Malleus Malleficarum castigo en peligrosas? ¿En victimas? ¿En amenazas para quién? Pensé en la época que había descrito mi abuela, llena de plagas y terrores, de ignorancia y dolor. ¿Era el miedo el que había llevado a la muerte a tantas mujeres? La respuesta me llegó con sutileza y me recorrió como una bocanada de aire fresco.
- Entonces no es el libro quien mata - murmuré. La frase se me escapó de los labios entrecerrados. Mi abuela volvió la cabeza y el sol pareció delinear su rostro arrugado, hermoso y plácido. Ella me dedicó una sonrisa triste, cansada, pero profundamente dulce.
- Las ideas son partes del mundo. Todo lo que la mente humana comprende, asume como real. Y el miedo, es tan poderoso y aleccionador como cualquier cosa - me dijo - de manera que ese libro, es el reflejo de los miedos, del corazón abrumado de un siglo que creía que la libertad de las ideas podía destruir la obra de Dios. Pasaría mucho tiempo hasta que el mundo comprendiera, siempre a medias, que el valor y la fuerza de la voluntad y del espíritu es nuestro mayor tesoro y no nuestro mayor dolor.
Mucho años después, recordaría las palabras de mi abuela cada vez que el miedo pareció construir una visión del mundo distorsionada, a trozos, insustancial. Las recordé mientras mi país se debatía en una amarga diatriba política, en medio de la violencia y el temor. Las recordé cuando necesité mantenerme en pie, cuando la angustia me dejó sin palabras, cuando la desesperanza estuvo a punto de aplastarme. Y siempre logré levantarme, construir mi propia visión de la verdad. Y es que quizás la mejor lección, la más profunda, que aprendí al comprender que un libro puede matar, es que también, la gran mayoría de las ideas pueden crear, construir y permitirte soñar.
C'est la vie.
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