miércoles, 25 de febrero de 2015
La herida que jamás cicatriza: Venezuela rota.
Venezolano Chavista:
No le conozco y seguramente, usted no querrá conocerme. Soy su enemigo, por razones que ya dejaron de importarnos. Nos encontramos enfrentados por quince años de diatriba política que nos han reducido a un tópico, a una imagen sin rostro sin otro argumento para sostenerse que el resentimiento. Irreconciliables, a la distancia de un ideal que no existe, de un país que concebimos de manera diametralmente distinta. De un espacio de ideas contrapuestas y enfrentadas que usted llama “patria” y yo llamó desazón. Somos ciudadanos compartiendo un país a trozos, dividido en fragmentos de una historia incompleta. Sin admitir la existencia del otro, sin aceptar que usted tiene el mismo derecho a comprender el país a su manera, que yo tengo. Huérfanos de un gentilicio y destrozados por la violencia.
Tal vez por ese motivo le escribo, porque intento encontrar al país en que nací en medio de los escombros del que debo enfrentar a diario. Un país que se desploma en medio de la peor crisis económica que ha padecido en décadas, de la inseguridad que nos convierte en rehenes del día a día, del odio sembrado en terreno fértil durante dieciséis años. Quizás desde hace un poco más. Le escribo porque esta carta sin verdadero destinatario es el único medio que conozco para intentar comprenderle y hacerle comprender que a pesar de la batalla de ideas insustanciales, de la diatriba barata que nos condena a ambos a mirar el país en direcciones opuestas, usted y yo somos Venezolanos. Y no lo somos sólo por compartir un gentilicio maltrecho, una visión del país a la deriva, sino porque ambos aún debemos convivir en esta frontera quebrantada, en este proyecto de país en tránsito, en esta estafa histórica que debemos soportar. Tenemos en común el odio — porque en nuestro país los extremos se parecen tanto que solo cambian de camisa — , y el hecho que somos victimas — lo reconozca o no — de esta guerra frontal contra la oposición de las ideas, la divergencia y la diferencia. Somos hijos de una generación destrozada por la violencia, acostumbrada al odio, con el habito del asesinato y de la muerte como moneda común. Usted y yo sobrevivimos con esfuerzo a una Venezuela que se desploma a pedazos, a pesar de los esfuerzos por ocultarlos. Somos victimas potenciales de un país tragedia.
Le escribo, mientras lloro la muerte de un Venezolano. Otro de tantos. Uno de los cientos de miles que morirán y habrán de morir en un país donde la violencia y el odio son parte de la cultura, de la sociedad y de la historia reciente. Un niño de catorce años que sólo conoció este país fragmentado, lleno de heridas abiertas que no cicatrizan. El país donde se odia por la simpatía política, el país donde la opinión se condena con una bala. La Venezuela de la humillación y el menosprecio. La Venezuela donde la reivindicación se disfraza de resentimiento y odio por las minorías. Hoy murió un Venezolano que no conoció otra realidad que el miedo, ese que te persigue a todas y está en todas partes. Hoy murió un Venezolano que nunca conoció la prosperidad en un país donde se condena el trabajo y el esfuerzo, un país de chivos expiatorios y ningún responsable. Hoy murió un niño Venezolano que no conocí pero a quien lloro porque es parte de mi historia y también de la suya. De esta tragedia que usted y yo llevamos como una penitencia silenciosa, que asumimos como parte de nuestra identidad. Hoy murió un niño, que fue hijo de la Revolución que usted defiende, que usted insiste en justificar. ¿Lo hace aún? ¿Aún considera necesario enfrentarse a la crítica y asumir lo injustificable sólo por necesidad política? ¿Qué ocurrirá cuando el puño de la violencia le roce? ¿Que excusa ideológica esgrimirá para disculpar un enfrentamiento fratricida? ¿Cual será la disculpa que pueda hacer menos grave el asesinato de un niño por un arma de la República? ¿Que objeción humanista invocará para no mirar que Venezuela vuelve a llorar la muerte de un niño, de una esperanza a manos de la agresión diaria? ¿Cómo se disculpa usted por la muerte de un niño que creció en la Violencia, que sólo conoció un país arrasado por un luto que no termina, por el terror de no ser otra cosa que una estadística entre cientos de otras? ¿Que ideología es la que apoya, cuando cada día Venezuela lamenta los crímenes diarios, En medio de la cultura de la silencio, de la negligencia y la censura?
Este país es suyo y es mio. También lo es la responsabilidad. ¿Cuando asumirá la suya? ¿Cuando asumirá la noción que la lealtad partidista no puede justificar el asesinato, la opresión y la represión legal? ¿Cuando asumirá la responsabilidad de comprender que está sufriendo los mismos rigores y desastres que cualquier otro Venezolano? ¿Cuando aceptará que en Venezuela no hay otra ideología que la del odio? ¿Cuando asumirá el riesgo que supone propugnar el odio de clases, el enfrentamiento irresponsables entre ciudadanos? ¿Cuando admitirá la grieta cada vez más profunda y peligrosa de un país que exige obediencia vertical y destruye al disidente? ¿Cuando admitirá que la violencia no reconoce el color de la franela y que usted y yo somos potenciales victimas propiciatorias de la Violencia?
¿Me hablará de los cuarenta años que precedieron el Gobierno que usted apoya? ¿Insistirá en la larga lista de oprobios de una democracia perfectible que permitió que los lideres que apoyan enarbolaran el poder? ¿Me hablará de guerras imaginarias? ¿Me explicará la hipocresía de la injerencia extranjera? ¿Continuará señalando con el dedo acusador a la victima que sufre? Venezuela fue una promesa, una posibilidad. ¿Cómo interpreta esta debacle, la lenta caída de una coyuntura cada vez más grave y peligrosa? ¿Insistirá en mirar a Venezuela como un error histórico?
Kluiverth Roa tenía catorce años de edad, un hijo de la Revolución. Un niño Venezolano que debió conocer el fruto de un país lleno de posibilidades y no lo hizo. Kluiverth no conoció otro presidente que los Chavistas, otro lenguaje político que la groseria y la vulgaridad. Kluiverth no pudo disfrutar de la promesa histórica de una Revolución cuya mayor herencia y legadoes la hipocresía política. Kluiverth murió hoy por el delito de encontrarse de pie en una calle de su país, porque había una bala con su nombre. Porque un joven de su país, ideologizado en el odio y protegido por la impunidad, levantó un arma de la República y lo asesinó. Kluiverth murió por cometer el delito de ser ciudadano invisible en un país fragmentado, por sufrir la decandencia de un Gobierno obsesionado con el poder. Kluiverth murió porque este es un país que educa para matar y no para vivir. Kluiverth murió por finalmente, la violencia de todos los días, de los insultos y epítetos, de la segregación y el prejuicio, de la ideología del odio, le alcanzo.
¿Esto es lo que usted defiende? ¿Un país donde cada día se llora la muerte de un Venezolano? ¿Este es el gobierno que usted sostiene con su voto y su lealtad a ciegas? ¿El país donde hay muertos que se lloran desde el poder y otros que se ignoran? ¿Este es el país que usted heredará a la historia? ¿Una Venezuela donde cada Venezolano lleva una bala con su nombre? ¿Una Venezuela que teme, que huye? ¿Esta es la “patria” que insiste en llevar como simbolo de los logros invisibles, que carecen de valor frente al horror de la sangre que se derrama? ¿Que país es el que usted comprende más allá de la realidad de un niño muerto asesinado por otro niño que lleva un arma?
Sin duda, habrá excusas. Ya las conozco todas. Pero lo real, lo incontestable, es que hoy murió otro Venezolano y morirán muchos más porque el País dejó de ser un proyecto y se convirtió en una grieta de incertidumbre. Yo asumí mi responsabilidad con lo que pude haber hecho y no hice, con mi indiferencia histórica, con la necesidad de construir y aspirar a un país donde usted y yo podamos hacer algo más que sobrevivir. ¿Lo hará usted? ¿O la muerte de Kluiverth Roa sólo será otra estadística? ¿Otro nombre que pasará a engrosar ese triste panteón de caídos que alimentamos año a año? ¿Le llamará un muerto “opositor” o comprenderá que un Venezolano muerto es una tragedia que todos llevamos a cuestas? ¿Condenará la muerte de un niño y aceptará que ninguna idea merece una muerte, menos la de la esperanza? ¿Se convertirá por mera lealtad negligencia de militante a cómplice?
Cada día, la idea del país que aspiramos se hace cada vez más borrosa, abstracta, insustancial. Venezuela dejó de existir para transformarse en un temor, en una promesa rota. Y eso, nos une a usted y a mí, más allá de cualquier cosa.
Con pesar, por su futuro y el mio, por todos los que llamamos compatriotas.
Una ciudadana más.
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