jueves, 26 de marzo de 2015
Lo que somos y lo que no somos: La lucha de géneros y sus matices.
Joey, el celebérrimo personaje de la serie Friends, es el estereotipo del clásico Casanova y macho alpha que habita en la psiquis norteamericana. O así parece sugerirlo la manera como los productores de la serie lo mostraron durante diez años de emisión del serial: Atractivo, despreocupado, irresponsable y casi ingenuo. Pero además, siempre se dejó en claro que Joey, italiano, joven y moreno, era un semental. Un macho latino a pleno derecho. Con su atlético cuerpo enfundado en apretados jeans Sergio Valente y su ya legendario “How you doing?” Joey parece representar esa imagen idilica del Latin Lover tradicional.
Chandler por el contrario, es un hombre torpe, sarcástico y neurótico. Lleno de tics y también, con un sentido del humor que llega a resultar incómodo. Pero más allá de eso, Chadler es notoriamente vulnerable. De hecho, en más de una ocasión, el personaje se llamó así mismo “Chica”. Y es que los productores de Friends decidieron dotar al compañero del Macho, de unos cuantos rasgos femeninos en lo que imagino fue, un intento de contraste burlón. El golpe de efecto tuvo éxito: como una pareja que se complementa emocionalmente, Joey y Chandler lograron grandes momentos de comedia y una fluida interacción que en ocasiones bordeó lo que parecía ser una especie de confuso romance platónico. Ambos personajes parecian representar dos visiones de lo masculino y sobre todo, la forma como la cultura pop concibe la virilidad.
En una de las últimas escenas de la serie y a punto Chandler de abandonar para siempre el célebre departamento donde transcurrieron diez años entrañables, Joey y Chandler se dedican una larga mirada cariñosa. Ambos han madurado mucho desde la pareja de solteros despreocupados de las primeras temporadas: Joey disfruta de una prometedora carrera televisiva y Chandler se acaba de convertir en padre de gemelos. Los rodean los trozos de su querida mesa de futbol que durante años fue el simbolo de la convivencia entre ambos. Es una escena emocional y casi tierna. Cuando Chandler se encoge levemente de hombros, sin saber como será la despedida, Joey sacude la cabeza, esconde las manos en los bolsillos y sonríe con su acostumbrada sonrisa ladeada.
— ¿Entonces? ¿Será un apretón de mano muy macho? ¿O un abrazo de mariquitas? — dice Chandler, un poco avergonzado. Joey ríe, se acerca y ambos comparten un complicado juego de manos, como dos adolescentes muy crecidos, entre risas mal contenidas. Entonces, en un gesto mutuo, Joey extiende las manos y abraza a Chandler. Un gesto emocional, cariñoso y muy largo. La imagen queda fija en pantalla, mientras un score cursi y adulcorado presenta la siguiente escena.
Toda la secuencia — y otra tantas que ambos personajes protagonizaron — parecen resumir esa perspectiva un poco ambigua que tiene la televisión y el cine sobre la sensibilidad masculina. Un híbrido entre torpeza, cariño mal contenido y algo más incompresible, que resume esa larga tradición que enclaustra al varón en una especie de limite sensorial muy definido. Porque mientras para la mujer el Universo emocional es una vasta variedad de matices y una intricada perspectiva que nuestra cultura no solo acepta sino además promueve como simbolo de lo femenino, lo emocional para el hombre es una puerta cerrada, una connotación muy concreta sobre que el hombre puede o no hacer — o sentir, en todo caso — para serlo. Desde el consabido “los hombres no lloran” hasta la idea mucho más compleja que un verdadero hombre No se involucra emocionalmente, los sentimientos masculinos han sido menospreciados e interpretados de manera limitada e incompleta durante siglos.
Es un tema confuso del que hay poco material de referencia. Al momento de investigar sobre las emociones masculinas, encontré una serie de referencias más o menos abstractas sobre roles e identidades sexuales que no explican de manera suficiente la actitud de la sociedad para con las emociones del hombre. Desde las teorias que insisten en la simplificar los roles de la mujer y el hombre a toda una serie de hipótesis que sugieren que la capacidad sensitiva del varón es menos compleja que la femenina, la idea de las emociones del hombre parece sometida a un largo debate de género y papeles sexuales que no termina de cristalizar. Porque mientras la emoción femenina tiene un motivo biológico — o en eso insisten cientos de visiones sobre el tema — los sentimientos del hombre entorpecen su rol natural. La vieja imagen del cazador y proveedor, no parece calzar con un hombre capaz de experimentar un crisol de emociones lo suficientemente variado como para ser analizado.
Pero vamos más allá: Durante siglos, las emociones masculinas han sido parte de una exigencia cultural que sugiere una castración de cualquier idea de vulnerabilidad. El hombre no sólo como lider sino también como la figura dominante, se apuntala en una interpretación árida del mundo emocional masculino. La Iglesia medieval solía insistir que el hombre debía “nunca dejarse caer en emociones femeninas” y en se llegó a insistir que la lágrima del varón era una imagen de “desgracia”. El estereotipo se reforzó a medida que la imagen del “Varón heroico” — la figura popular que parece resumir todas las virtudes que se atribuyen al hombre estoico — se hizo parte de la percepción cultural del deber ser masculino. La mitología de Héroe invencible, el galante, el poderoso, abarcó cualquier idea que pudiera suponer una visión del hombre vulnerable. La capacidad de expresar emociones masculina se transformó de hecho en un tabú y más tarde en una confusa percepción de género.
Por siglos, la imagen del hombre emocional pareció aplastada por una serie de ideas muy concretas sobre la virilidad y la sensibilidad. La exigencia social parecía crear todo un panorama preciso sobre quien debía ser el hombre y como debía aspirar a ser. La figura masculina se crea desde la infancia: el niño se educa para la fortaleza fisica, la contención emocional, el liderazgo y otras atributos que se intrepretan como masculino. El mundo emocional se reprime, se reconstruye, se convierte en una serie de códigos de conductas más o menos reconocibles y uniformes, sobre la capacidad para expresar los sentimientos quedan reducidos a su mínima expresión. La presión cultural, heredada siglo a siglo, define no sólo la identidad del hombre sino también, la manera como la sociedad lo comprenderá.
Al menos, esa es la visión de la antropologa Margaret Mead, quien durante toda su carrera insistió en analizar los roles y papeles masculinos de una manera que revolucionó la ciencia en las primeras décadas del siglo XX. Para entonces, los temas sobre lo roles sexuales y las diferencias de género eran considerados secundarios en la investigación cientifica. Pero a Mead la idea del hombre y la mujer más allá de la presión y la percepción occidental le obsesionó: se interesó justamente por los matices de la percepción sobre la mujer y el hombre en diferentes sociedades primitivas. Y encontró toda una nueva y asombrosa percepción sobre géneros sexuales que chocó frontalmente con las conclusiones que hasta entonces, habían llegado célebres científicos de su época. En su libro “Sexo y temperamento en las sociedades primitivas” , publicado en los años treinta y en pleno auge de la teoria del rol biológico de la mujer y el hombre, armó un revuelo de proporciones imprevisibles. El libro se basa en el estudio de tres tribus de Nueva Guinea, geográficamente cercanas, en donde los papeles sexuales eran por completos distintos, a pesar que todas las tribus compartian clima, historia e incluso parentezco. Pero mientras en la primera, tanto hombres como mujeres se comportaban de manera más bien pasiva y afectuosa, maternal en la segunda, ambos sexos eran agresivos y violentos. Sin embargo fueran las observaciones de Mead sobre la tercera tribu las que generaron mayor polémica: lo varones actuaban según el estereotipo occidental femenino (cuidaban a los hijos, usaban abalorios sobre el cuerpo e incluso maquillaje ritual) mientras que las mujeres correspondian al estereotipo del varon tradicional (eran entrenadas como guerreras, eran enérgicas, decididas y líderes). La conclusión de Mead fue lógica y basada en lo evidente: los papeles sexuales no eran naturales e inmutables — como se había insistido hasta entonces — sino sobre todo culturales. Una visión que desmontó todo el viejo argumento de la visión sexual como un deber ser absoluto en la vida de todo ser humano.
Por supuesto, que el trabajo de Mead no fue suficiente para sacudir las bases de un monstruoso sistema de simbolos y valores que condenan al varón al ostracismo emocional. Para nuestra cultura, el hombre debe reprimir sus sentimientos en favor de la fortaleza y sobre toco, calzar en una esquema muy completo dentro del complejo mecanismo dentro de lo que es aceptado y lo que no. Y la presión es inmensa: desde el bombardeo de información constante de la cultura, que mira al hombre como una imagen que se transforma y endurece para proclamar su virilidad, hasta esa interpretación personal, la que nace a medida que el hombre se enfrenta a un mundo que le exige un tipo de perspectiva muy concreta sobre si mismo casi inalcanzable.
Lo anterior me recuerda una escena de una película que hace casi un par de décadas, causo cierto revuelto “In and out” del director Frank Oz y protagonizada por un magnifico Kevin Klein. En la cinta, Klein interpreta a un maestro de escuela a punto de casarse, a quien uno de sus alumnos señala al recibir el premio Oscar, como gay. Hilarante pero sobre todo, profundamente crítica con una serie de estereotipos e interpretaciones sobre lo sexual, los roles y el género, la película borda con buen humor las peripecias de Klein, intentando demostrar su virilidad. Y es que para todos quienes le rodean, el buen gusto musical del maestro, su impecable forma de vestir e incluso su manera de bailar son indicativos de ser una “mariquita”, palabra que se utiliza como un considerable golpe de efecto a lo largo de la película. En una escena memorable, Klein intenta aprender a bailar como un hombre, escuchando una cinta que le indica a gritos como hacerlo. A medida que la secuencia avanza, el desesperado Klein intenta aceptar todas las instrucciones de la voz amendretadora: “un hombre no se mueve, un hombre no disfruta al bailar, un hombre ¡No se mueve!. ¿Alguna vez has visto a Schwarzenegger menear las caderas? ¡Nunca! ¡Hombre no demuestra nada de placer en nada de lo que hace!”.
La película, que en su momento fue acusada de “innecesariamente polémica” y “sermoneadora” es sin embargo, un buen planteamiento sobre esa imagen elemental que la cultura tiene sobre el hombre verdadero. Porque el argumento, que se desliza por toda una serie de tópicos que insisten en las emociones masculinas desapareceren — o son aplastadas- bajo la imagen tradicional del deber ser. Y más allá de eso, la película pone sobre el tapete una vieja polémica sin respuesta: ¿Es lo femenino y lo masculino un complicado juego de roles que define la cultura bajo la figura del deber ser o algo menos complejo y más esencial?
Recuerdo todo lo anterior, al leer una línea del celebrado discurso de la actriz Emma Watson frente a la ONU. La actriz, con una indudable noción de su propia identidad y del mundo que le tocó vivir, insiste en que la igualidad “es algo que compete a ambos sexos” y que además “Si los hombres no tuvieran que ser agresivos para ser aceptados, las mujeres no tendrían que ser sumisas. Si los hombres no tuvieran el control, las mujeres no tendrían que ser controladas. Tanto los hombres como las mujeres deberían tener la libertad de ser sensibles. Tanto los hombres como las mujeres deberían tener la libertad de ser fuertes. Ha llegado la hora de que percibamos el sexo como un abanico, no como dos ideales enfrentados”. Una perspectiva que resume no sólo una antigua aspiración femenina, sino una secreta esperanza femenina.
Pero mientras logramos comprender el valor de esa comprensión de la sexualidad como una confluencia de valores y elementos más allá que una lucha perentoria, los Joey y los Chandler del mundo continuarán dándose apretones de “machos” para demostrar el afecto y los hombres continuarán preocupandose si bailar de manera exuberante les hace mariquitas. Y es que el mundo quizás necesita mirarse a si mismo con mayor atención para comprender que la emoción — la fuerte, la apasionada, la sencilla, la profunda — no es una forma de debilidad sino simplemente, una manera de crear.
C’est la vie.
Para ver:
La escena de la película “In and Out” que muestra lo que NO debe hacer un macho → https://www.youtube.com/watch?v=D9BHPq-z-9Q
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