domingo, 10 de mayo de 2015
La eternidad en un parpadeo y otras historias de Brujería.
La primera vez que le dije a mi novio de la Universidad que era una bruja, se río. Lo entendí, por supuesto. Estando en su lugar, yo también lo habría hecho. Me habría burlado un poco de la mujer de rostro pálido y cabello despeinado que pronunciaba aquella vieja e incomprensible palabra con amor, casi con reverencia. Me habría reído de su inocencia y también, de su torpeza. Pero a diferencia de lo que yo podría haber hecho, él parecía más desconcertado que incrédulo. Más confuso que simplemente condescendiente.
- Una bruja.
- De las que celebran la Luna y el Sol y esas cosas.
- ¿De las que comen niños?
- Sólo si fastidian mucho.
Reímos juntos. Después, silencio. No es fácil decir algo semejante a alguien que amas. Y que amas de esa manera, con toda esa franqueza, esa fragilidad, ese entusiasmo. Tenía dieciséis años y nunca me había enamorado antes. Y creí que no me volvería a ocurrir después, con esa arrogancia de la ingenuidad. Estaba convencida que el mundo se estaba construyendo a medida que lo descubría, que se hacia real a medida que podía entenderlo. Y con el amor no era la excepción. El beso, la caricia, la lujuria, re descubrirte con placer y por placer. Me pregunté como podía haber ignorado que el mundo podía ser de esa manera, como podría ignorarlo después.
- ¿Qué entiendes por bruja? - me preguntó. Nos encontrábamos en el campus de la Universidad, en ese lugar donde todo parecía ser distinto. Donde yo no era la hija de, la nieta de, la alumna de, sino sólo yo misma. Era un pensamiento extraño, una idea por completo nueva esa individualidad. La identidad creándose a partir de un mundo de ideas. De la mujer que está naciendo del pensamiento de una niña.
- Como una mujer sabía, fuerte, creadora. Una mujer que lleva el conocimiento como su única arma, que lo protege en consecuencia - declaré. Me avergonzó escucharmelo decir. Fuera de los libros de las Sombras de mi casa, las palabras parecían carecer de la misma fuerza y belleza. Pero allí estaban, definiendo una idea sobre mí vida tan intima como singular. Él me miró un poco confuso.
- ¿Qué tiene que ver esas ideas con mito que se dice sobre ellas?
- La palabra "bruja" define un tipo de búsqueda sobre el conocimiento, lo que sueñas, lo que aspiras - le expliqué - por siglos, a las mujeres libres, a las que se atrevían aprender y a enseñar, las que tenían el poder de construir su propia noción de independencia se le llamó brujas. Las que conservaban la memoria del pueblo, las que curaban. Las que recibían en sus brazos al recién nacido. Las que sostenían la mano del moribundo. Las que comprendían los ciclos naturales en sus cuerpos. Para muchas creencias, eso se consideraba magia.
Él no respondió. El bullicio de los grupos de estudiantes que iban y venían nos rodeó y pareció llenar ese silencio que parecía tener cualquier significado. Me sentí incómoda, levemente fuera de lugar. Me pregunté que podía estar pensando sobre lo que había dicho, si comprendía el significado que tenía para mi las ideas que había tratado de explicarle.
- Y tu eres bruja.
- Lo soy.
- ¿Quién te hizo bruja?
- Supongo que nací así.
Pensé en las mujeres de mi familia, en sus peculiares personalidades y creencias. Pensé en la manera como reivindicaban la libertad de pensamiento, la independencia espiritual como una obra que se construye a diario. Pensé en todo lo que había aprendido de mi misma a partir de esa necesidad de construir la mujer esencial. Pensé en mi niñez rodeada de mujeres amantes de la lectura y el arte, de mujeres que envejecían y encanecían, de mujeres que amaban viajar y amar, de mujeres de mal carácter y de enorme bondad. De mujeres que gritaban y reían a todo pulmón. De brujas por convicción, nacimiento y aprendizaje.
- ¿No te parece una palabra muy antigua para definir a una mujer fuerte? - preguntó él. Lo hizo sin malicia, con cierta delicadeza y sin embargo, el cuestionamiento tuvo su peso. Provocó su pequeña herida. Él pareció notarlo y me tomó de la mano - me refiero a que puedes ser fuerte sin llamarte bruja. Una palabra que puede significar cualquier cosa.
Pero en realidad, no significaba cualquier cosa. Dibujaba un tipo de mujer muy concreto, un tipo de espiritu libre que había trascendido a un tipo de limitación muy concreta. Y es que la bruja, la mujer salvaje esencial parecía enfrentarse directamente a la mujer invisible, a la que la historia menosprecia. La mujer que desaparece en su rol secundario, aplastada por el peso de la tradición y la cultura. La bruja se convirtió entonces en símbolo de esa feminidad que nace y que se nutre de su propio poder para construir, de la necesidad de enfrentarse a todo, de contrariar todo. La mujer de cabello suelto y salvaje, corriendo desnuda por el bosque. La mujer que celebra el cielo con los brazos abiertos hacia el infinito. La belleza y el poder del conocimiento que se atesora, que se hereda. El espíritu que construye para destruir. Que elabora su propia identidad a partir de la aspiración y la esperanza de soñar y crear.
- Porque una bruja no es sólo una esperanza, es un objetivo y un concepto sobre como sueño el mundo, como lo construyo en mi imaginación, como lo deseo y quiero crearlo - apreté sus dedos entre los mios. Me pregunté si podía entenderme. Aspiré que me comprendiera. Lo desee como nada en el mundo - No es sólo llamarme de la misma manera que las mujeres que aspiro y que amo, sino también mirar el mundo desde una perspectiva.
Él me dedicó una mirada larga, cálida, confusa. Y cuando me besó - ese momento, donde las palabras no tienen espacio, donde carecen quizás de sentido - pensé en la bruja que era, en la palabra que acaba de pronunciar en voz alta. En el poder de las viejas creencias. En las ideas que las acompañan. Después, sólo el fue el beso. El mundo transformado en un sentimiento destructor y doloroso. Tan bello como inaudito. Tan radiante como sofocante. El beso y nada más.
***
Él me mira, en la semi penumbra de la habitación. Ya somos adultos o al menos, ya no somos únicamente niños. ¿Cuantos años han transcurrido desde la primera vez? Cuatro, casi cinco. La historia que creamos juntos ahora tiene un nuevo cariz. Una nueva manera de comprenderse. Le escucho suspirar, su nariz hundida en mi cabello, su cuerpo apretándose contra el mio, con tanta fuerza que casi resulta doloroso. Pero así debe ser, pienso, aferrada a a él, como si el mundo transitara a la deriva, se derrumbara en luz y deseo. Así debe ser este silencio, este deseo, este espacio amplio y sin nombre que sólo nos pertenece a ambos.
- Recuerdo la primera vez que me dijiste eras bruja.
- Y pensaste que estaba loca.
- Y pensé que era una bella forma de locura.
- ¿Ahora que piensas?
Sonríe. Percibo entre los dedos la sonrisa, más que verla. Una leve conciencia del aquí y el ahora. De todas las cosas que forman mi mundo. Y pienso otra vez, en el viejo nombre que llevo como parte de mi historia. La idea que me construye y me sostiene. Y pienso en que cada historia tiene un nombre, un sentido. Pienso en esta calidez sin nombre. En todas las cosas que brindan sentido a mi individualidad. Su frente apretándose contra la mía. El sabor de su sudor entre mis labios. La paz ultraterrena que nos rodea, como si el mundo fuera un lugar esencialmente nuestro. Y quizás lo sea, aquí y ahora.
- Que la brujería, como la concibes te crea y te define. Pero tu, eres la bruja que sueñas. Eso es una historia nueva.
Una historia que es mía. Un reflejo de todos mis pequeños dolores y alegrías. Y quizás del amor, me digo en esa oscuridad de la caricia, en esa sutileza del deseo. De todas las formas y pensamientos que se construyen en si mismos a partir de lo que creas y crees. A partir de tus propias aspiraciones y quizás esa endeble capacidad para la esperanza que con tanta ingenuidad llamamos amar.
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