domingo, 12 de julio de 2015
Una mirada al Misterio y otras historias de brujería
La Luna danza sobre las nubes, alzándose y elevándose sobre la noche con delicadeza. Un palpitar plateado y rosa, casi venerable, siempre asombroso. La miro con los ojos muy abiertos, como si fuera la primera vez y me pregunto si alguna vez dejará de asombrarme esa belleza pura, misteriosa y enigmática. Esa sensación de portento que siempre me despierta contemplarla. Espero que no, me digo mientras me trenzo el cabello con dedos torpes, rodeada de velas encendidas, del olor de la albahaca, de la sensación que por un momento, el infinito cabe entre mis dedos. Como un anuncio, una palabra misteriosa. Un prodigio de la imaginación.
De pequeña, estaba convencida que celebrar la Luna Llena no tenía mucho sentido. Con esa practicidad de la niñez, solía mirar el cielo nocturno y preguntarme en silencio si la Dama Blanca, tan lejana y extraordinaria, en realidad escuchaba cualquiera de nuestros cánticos e invocaciones. O sobre todo, por qué lo hacia. Sentada entre las tejas mohosas del techo de la casa de mi abuela, contemplaba el cielo nocturno y me preguntaba si realmente nuestras voces pequeñitas, entre cientos de otras, podían atravesar los sonidos de la ciudad, el escándalo del tráfico, los cientos de pensamientos de todos los que vivían en el mundo para rozar la quietud de las estrellas, esa belleza inmutable que parecía extenderse en todas direcciones a partir del misterio.
- Eres de las descreídas, entonces - dijo mi Tatarabuela, en una ocasión en que me escuchó comentar al respecto. Me encogí de hombros.
- No sé... - respondí sin saber que decir. Tatarabuela suspiró mirando mirándome a través de sus anteojos de lectura. Los cristales hacían parecer sus ojos anormalmente grandes y brillantes.
- Esta bien tener dudas, brujita. Está bien hacerse preguintas.
Miró a su alrededor, con un gesto lento e inconcreto, como si de pronto, estuviera pensando en cosas tan lejanas que yo no podía alcanzarla. Nos encontrábamos en nuestro lugar favorito del jardín: junto a la muralla trasera y pegadas junto al rosal feo de mi abuela. Por entonces, las enormes y deformes flores acababan de retoñar y los petalos rojo encendido llenaban el suelo. Un espectáculo bonito y extraño. Era como caminar un pequeño lecho de pequeños rostros vacíos o así me lo parecía, con mi imaginación salvaje de los once años.
- Es que...- tragué saliva. Tenía que decir aquello con cuidado, me dije. Sabía que lo que pensaba podía ser grosero y un poco ofensivo para Tatarabuela, tan ancianita y tan convencida de las cosas que contaban los Libros de las Sombras de las familia - lo que pasa es que en la escuela me enseñaron que la Luna es un satélite. Que ya fueron Astronautas allá y no encontraron...
Ese era un pensamiento dificil. Recordaba la sensación de decepción que había sentido cuando la profesora de Ciencias nos había explicado que basicamente la Luna era un trozo de roca que giraba alrededor de la Tierra y que solo brillaba porque refleja la luz del sol sobre su superficie. Nada más ni nada menos. No había bellas doncellas vestidas de blanco sobre su superficie, ni criaturas fabulosas escondidas entre los trozos de plata que yo imaginaban la llenaban por completo. Se trataba algo tan vulgar que me dolió pensar en todas las noches en que la había mirado desde mi ventana, imaginando su belleza extraordinaria como un prodigio que habíamos heredado de mucho tiempo atrás. Una vez mi abuela me había dicho que lo que se aprende se cambia para siempre y era verdad: aprender sobre la Luna me había lastimado, había despojado mis fantasías de niña sobre ella de toda su belleza y la había transformado en un simple misterio científico que yo no entendía muy bien.
- Que solo es un satélite - dijo mi tatarabuela. Y esa palabra tan cientifica sonó extraña en sus labios arrugados y un poco pálidos. Me encogí de hombros. De manera que ella sabía todo eso. Y no me lo había dicho, pensé a continuación.
- Sí.
- ¿Que es para ti la Luna?
La pregunta me sorprendió. Me hizo pensar si mi abuela había seguido mis pensamientos como si pudiera leerlos. Me encogí de hombros. Sentí que una rara cólera me abrumaba. ¿La Tatarabuela podía comprender mi angustia? ¿Mi tristeza por perder algo tan valioso? Y no se trataba sólo de entender que la Luna sólo era un fenómeno astrológico, sino de saber que nuestros rituales e invocaciones quizás no tienen mucho sentido. No supe que decir a eso. Apreté las manos sobre las rodillas.
- Es...era... - carraspeé la garganta - era el símbolo de muchas de las cosas que considero bonitas e importantes en la Tradición de la Diosa.
Me quedé muy quieta, esperando que mi abuela se lamentara en voz alta de mi incredulidad o me reprendiera por ella. Pero ella no dijo nada. Siguió sentada muy erguida en su silla, mirando el jardín y la montaña que se elevaba en vertical hacia el cielo. Me pregunté que pensaba, que la preocupaba. O que respondería a lo que acababa de decir. La Tatararabuela me parecía una mujer muy inteligente, muy fuerte. Con una mente muy extraña y profunda. A pesar de su avanzada edad, aún era una de las personas más lucidas que conocía y además, una de las más fuertes. Había tenia la impresión que mi tatarabuela había sobrevivido a todo, a dolores y sinsabores, a una niñez dura, una juventud complicada, una vida larga y azarosa. Incluso así misma.
- ¿Que ha hecho que eso cambie?
Parpadeé. Tatarabuela me miraba ahora con amabilidad pero a la vez, con cierta dureza. Me preocupó pensar en que deseaba le respondiera, en que necesitaba escuchar de mi. Después de todo, yo sólo podía decirle la verdad o al menos, la verdad como yo la veía. Me torcí los hilos del jean roto, que tanto me gustaba usar en esas tardes calurosas de junio.
- Bueno...saber que sólo es una...piedra - comencé. Ni yo misma sabía lo que pensaba e intenté ordenar las palabras con cuidado - Que no es mágica ni única. Que muchos planetas tienen una. E incluso varias. Que...
- Te vuelto a preguntar, ¿Qué es para ti?
Sacudí la cabeza. La conversación comenzaba a incomodarme. No se trataba de lo que era la Luna para mi, sino lo que era de verdad. Pero para complacer a mi tatarabuela, me puse a pensar en lo que siempre había significado para mi la Luna, su presencia, su brillo. La idea que la rodeaba. Apreté un momento los ojos, tratando de darle un sentido a todo lo que pensaba en medio de la confusión.
- Algo hermoso, que sobrevive en el tiempo. Un simbolo de toda la gente que la miró asombrado y la gente que pensó era la Madre, mirándolos desde lo alto - comencé - que era un lugar bonito donde mirar cuando tuvieras miedo, porque te recordaba a tu familia, que era...
Desde niña, había escuchando las leyendas sobre las tribus y pueblos que creían en la Luna. Su maravilla hacia el portento de su brillo, su asombro ante su aparición. Y el hecho que simbolizara tantas cosas: desde los ciclos de cosecha, hasta la manera como el cuerpo de la mujer estaba preparado para dar vida. Parpadeé. De pronto, las cosas no eran tan sencillas.
- ¿Que era qué?
- Que era algo mucho más antiguo que tu, que siempre te iba a recordar que las cosas ocurrian como una historia. Que antes o después...
Me callé de nuevo. Había leído en un Libro de las Sombras de la casa, que en muchas tradiciones, la Luna se consideraba el rostro de la Diosa por permanecer siempre en el Cielo, a pesar de todo. Por formar parte de todas las cosas imuntables y sagradas que nos recordaban el poder de la naturaleza. Caramba, me dije, pero eso no tiene nada que ver con...
- Sigue, por favor.
Miré a mi tarabuela con cierta sorpresa. Sí, de pronto nada era tan claro.
- Que era el Rostro de todas las cosas benditas. Las que creemos trascienden - continué. Me gustaba esa palabra "Trascender". La acababa de aprender y simbolizaba una idea antigua y profunda sobre el conocimiento. Que iba más allá de la vida y la muerte humana. ¿No podría ser la Luna...? ¿No...?
- Que es parte de la Historia por el simple hecho de permanecer - completó mi tatarabuela. Asentí.
- Pero eso no la hace sagrada - insistí - es sólo como....
Pero en realidad ¿Qué era lo sagrado y que no? Yo no lo sabía... o sí, pero todavía no podía entenderlo a cabalidad. Esa portentosa sensación de estar unida al infinito, de formar parte de una serie de planteamientos y visiones sobre quienes somos y hacia donde vamos, que nos abruman y nos dejan sin palabras. Porque la vida es asombro, pensé de pronto. Porque la vida son todas las cosas que nos pueden maravillar. Imaginé a la Luna, entre las estrellas, cien, doscientos años atrás. La Luna brillando en toda su plenitud, en ese brillo plateado que debió deslumbrar a quienes la miraban. Los vi, con los ojos de mi mente, a los niños, hombres y mujeres, de pueblos y caserios, con las manos abiertas, intentando alcanzar ese resplandor. Pero en realidad, el brillo sólo era una idea. Lo realmente importante...
- Esta dentro de mi - murmuré. Fue un pensamiento súbito, doloroso y tan bello que me dejó sin respiración. Miré a mi tatarabuela con la boca abierta, como si acabara de tropezar con una idea por completo nueva. Asombrosa. Y que me pertenecía por completo. Que me envolvía con una sensación de maravilla que muy pocas veces había sentido. No supe como continuar la idea. No supe como describirla en toda su belleza.
- Está dentro de ti, sí - dijo entonces Tatarabuela - está creándose, abriendose, tomando forma. A diario. Creer hija, no es un hecho de mirar. Sino de otorgar significado. De hacer bello y profundo una idea común. De recordarla al mirar algo que miras a diario. De asumirlo poderoso porque representa cientos de cosas hermosas y profundas. Porque asumes la belleza y lo significativo como parte de tu mente.
Pensé en nuestros rituales. En la manera como mi abuela levantaba las manos a la Luna. En sus cánticos e invocaciones. En la frase que siempre se repetía "Crea poder en mi, Madre de Plata". Crea poder, dale significado, crea el simbolo. Me llevé la mano al pecho como sin querer. Sonreí y de pronto, en un instante que después no comprendería, que después carecería de sentido, que más tarde me parecía extraño e incluso inexplicable, sentí una conexión profunda y elemental con una idea mucho más grande que yo misma. Tan enorme que parecía abarcarlo todo, enhebrarlo en una hilo de ideas extraordinario que se extendía en todas direcciones a partir de mi. En una visión sobre la Tierra, el tiempo y lo preciado. El tiempo que se crea así mismo. La belleza de todas las cosas que forman mi mente y más allá. Una idea sobre mi mente. Un sueño a medio completar.
- El infinito que nos rodea se refleja en nuestra mente - dijo entonces mi Tatarabuela - las Brujas celebramos ese pequeño prodigio. Porque buscar el camino a las estrellas, es seguir la senda hacia nuestras propias convicciones, significados y pensamientos. Porque El Universo entero cabe en un pensamiento y en nuestra capacidad de crear. Para entender los misterios, primero debes encontrar el camino hacia el centro mismo de tus ideas y emociones. Somos infinitos y trascendentes, porque nuestras ideas lo son.
Recuerdo sus palabras mientras bailo, desnuda y con los brazos levantados hacia la Luna, en medio de un circulo de luz. Bailo por las esperanzas, por la idea de lo Divino, por lo bello y lo desconocido. Bailo alrededor del árbol de mi memoria. De todos los deseos y espiraciones. Por la esperanza recién Nacida. Bailo por todas las formas de creer y crear. Por todas las sonrisas secretas. Por ese simbolo de trascendencia que soy yo misma. Por esa inocente mirada al infinito.
Por la bruja que soy, la que seré. Y todas las palabras que la Nombran. Bajo la Luz de la Luna y la Metáfora que llena el cielo cuajado de estrellas. Por esa Universo desconocido que habita en mi. En medio del asombro y la creación. De todas las estrellas sin nombre. De mi propia inspiración.
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