sábado, 31 de octubre de 2015
El lenguaje de las estrellas y otras historias de brujería.
Se dice que cada noche del 31 de Octubre, la frontera entre el mundo de lo invisible se hace tan tenue que puedes cruzarla con facilidad. Que por un instante, los vivos y los muertos pueden alcanzarse entre sí, mirarse entre el velo de...
- ¿Que velo es ese? - interrumpió prima M., con cierta urgencia. Suspiré fastidiada. Mi abuela sonrío con su habitual paciencia.
- Es una manera de llamar a una frontera imaginaria entre nuestra vida y lo que imaginamos que hay después - le explicó. Mi prima abrió muchos los ojos.
- ¿Como una puerta al más allá?
Puse los ojos en blanco. Mi prima, sentada a mi lado, me dió una palmada en el hombro.
- Oye es una pregunta de verdad.
- Es una pregunta cursi.
- ¿Y a ti que te pasa? - se quejó prima escandalizada - ¿No crees que hay algo más allá de la muerte?
Lo dijo como solía decir las cosas: con cierto tono teatral que a mi me provocaba un inmenso fastidio. De estar a solas, seguramente me habría burlado de ella o ella me habría dado uno de sus empujones impacientes. Pero sentadas a los pies de mi abuela teníamos pocas opciones, por lo que nos limitados a lanzarnos miradas asesinas una a la otra. Abuela sonrió con disimulo, como si le divirtiera la escena pero no se atreviera a admitirlo.
- Abuela ¿Sigues leyendo? - pregunto prima con su habitual altivez. Con disimulo, hice una mueca como que vomitaba. Mi abuela carraspeó la garganta.
- Vamos, ya casi acaba la historia.
Mirarse entre el velo de la muerte y responder sus mutuas preguntas. Danzar, bajo la luz de la Luna juntos y de pronto, olvidar que están separados por océanos de tiempo y de distancia de estrellas. Que por una única noche, son de nuevo una familia. Parte de nuestra historia, de ese hilo de conocimientos que creamos y sujetamos, ayer y ahora, antes y después.
Prima suspiró, maravillada por la historia, como si jamás hubiese escuchado algo más bonito y significado. Boba, pensé con cierta irritación, convencida que sólo fingía y de nuevo, sentí la habitual mezcla de celos y cariño que me provocaba. Con quince años, prima era todo lo que yo no era: alta, hermosa, con un cuerpo muy femenino y un precioso rostro todo hoyuelos. En comparación, me veía como una niña pequeña, de rodillas muy huesudas y piel pálida y pecosa. Además, prima era ya casi una bruja consagrada. La Noche de los Ancestros, recibiría la daga que reconocería su esfuerzo de años por aprender brujería. Pensé en lo poco que yo sabía sobre el Arte, esa vieja herencia familiar que apenas comenzaba a recorrer leyendo libros de las Sombras y aprendiendo de a poco nombres de plantas, escritores y viejos rituales. Seguro que prima sabía mucho más que yo. Me revolví incómoda.
- ¿Qué significa eso? - pregunté sin poder contenerme - ¿Cómo es eso que vamos a bailar con los muertos?
- Pero esta niña que no sabe nada - se quejó prima moviendo las manos en un gesto impetuoso - ¿No sabes nunca de que te hablan?
- Oh claro, porque tu sí - me burlé - tu siempre...
- Basta.
Mi abuela rara vez se enfurecía. De hecho, cuando lo hacia no lo notabas hasta que recuperaba su buen humor. Pero en esa ocasión, era evidente que no sólo estaba realmente irritada sino que nuestra discusión en voz alta era más de lo que su paciencia podía soportar. Nos callamos de inmediato. Abuela suspiró y cerró el libro de las Sombras que tenía entre las manos.
- ¿Qué ocurre contigo Agla? ¿Te molesta celebrar la fiesta de los Ancestros? - preguntó.
Suspiré, sin saber bien que contestar. No era sencillo explicarle a mi abuela - la sabia, la bruja - como me hacía sentir lo poquísimo que conocía sobre la tradición de Brujería, ese arte que en la familia se tomaba como parte de nuestra historia y cosa de todos los días. No era sólo era que jamás había escuchado sobre el tema hasta que había ido a vivir a su casa - menos de seis meses antes - sino que además, había hecho muy pocos progresos en eso de convertirme en bruja. O lo que suponía yo ocurriría cuando me convirtiera en una. El hecho era que constantemente me sentía fuera de lugar, escuchando y tratando de aprender todo tipo de conocimientos nuevos que todavía no estaba muy segura donde podían encajar. En más de una ocasión, me encontré preguntándome si alguna vez podría aprender todo lo que necesitaba o quería. O siempre me quedaría a la mitad del camino, a punto de entender pero sin lograrlo nunca.
- Es que no sé en que consiste la Fiesta - dije. Y era verdad, pero no toda la verdad de lo que me molestaba desde luego - No sé que haré o que no. Nunca sé nada.
Dejé deslizar la frase como por casualidad. Mi abuela parpadeó. Prima soltó una de sus risotadas petulantes.
- Porque eres una niña loca que...
- Vamos, sin discutir - terció mi abuela. Se levantó de la silla - Seguimos el cuento después.
Mi prima se quejó aunque no tanto como para que pareciera sincero y después se ofreció a llevar el Libro de las Sombras a la biblioteca, seguramente para ojearlo a solas, pensé con rencor. Mi abuela se quedó de pie en la cocina, con la cabeza ladeada y contemplándome en silencio.
- Será tu primera Fiesta de los Ancestros - dijo entonces en voz baja. Asentí - ¿Te gusta la idea?
La verdad es que no me gustaba. O mejor dicho, no sabía si lo hacia o no, porque de hecho, la idea que tenía sobre la celebración era una confusa combinación de imágenes de televisión y algunas cosas que había leído en libros y cuentos. En realidad, mi idea sobre la noche del 31 de Octubre, era una combinación melodramática de imágenes fuego y cantos siniestros y mujeres de piel verde y sombrero picudo. Pero me pareció que no era del todo adecuado decirle eso a mi abuela, así que me encogí de hombros.
- No sé que pasará - contesté - no sé si...
No sabía si podría entenderla, si la disfrutaría o incluso, si había algo que pudiera disfrutar en todo aquello. Por supuesto, me había asombrado el entusiasmo que llenaba la casa por la venidera celebración: de pronto, todos parecían tener algo que hacer para colaborar con lo que llamaban "la gran noche". Mi abuelo y mis tios se dedicaron a limpiar, pintar y reparar los cientos de pequeños destrozos que una casa tan vieja como la nuestra solía tener, mientras que mis numerosas tias y primas, se ocupaban del jardín, de ordenar muebles y objetos, de sacar brillo a la madera, de cambiar cortinas y alfombras. Toda la casa rebosaba de vitalidad pero también, de una extraña expectativa que me sorprendía por su intensidad.
Porque había algo más que lo aparente en la celebración claro. Una atmósfera de profunda felicidad llenaba a todos, como si se tratara de una fecha donde se celebraba algo tan significativo como poderoso. En varios momentos durante la semana, me había quedado impresionada por esa certeza que la Fiesta de los Ancestros era algo más que velas, color naranja y buena comida. Que había algo especialmente importante en todo aquello, una pieza que unía cada cosa que era importante en nuestra tradición en una única idea. Pero claro está, yo no sabía que podía ser y esa sensación de encontrarme un poco a la deriva, terminó por disgustarme y enfurecerme.
- ¿No sabes qué?
- Abuela, no sé que celebramos, por qué lo hacemos o por qué... - tragué saliva - no soy bruja todavía, quizás es por eso.
Abuela se quedó en silencio, con la cabeza medio ladeada. Me gustaba esa costumbre suya: la de mirar a todos con enorme atención, como si por un momento, cualquier cosa que dijéramos, fuera lo más importante del mundo. Cuando me miraba de esa forma, sentía que estaba bien dudar, tener miedo, hacer preguntas. Que de hecho podía hacer lo que quisiera, que mi abuela me permitiría explicarle mis razones y trataría de comprenderlas.
- Eres una bruja, naciste en una familia de brujas - respondió.
Suspiré, un poco desánimada. Sí, ella me había dicho eso otras veces. Y me gustaba escucharlo, sobre todo, después de vivir en su casa y entusiasmarme con toda la idea de lo que la brujería podía ser. Pero la verdad, sólo era una niñita curiosa e inquieta, siempre preocupada y poco fuera de lugar en esa casa tan grande y llena de gente. Pero ¿Como se explican esas cosas?
- Abuela, Pero...¡No sé nada! - dije por fin y sentí que la verguenza me subía a las orejas como una ráfaga caliente - no sé que es el velo de los muertos ni por qué celebramos algo así, o por qué tenemos que vestir de blanco para la Fiesta. O por qué...hay que hacer todo esto. Es como si cayera en la oscuridad porque no puedo ver.
Ah, eso sonó cursi como las cosas que decía prima M., me dije intentando contener las lágrimas. Pero esa justamente eso lo que sentía. Era una extraña en una familia muy grande, una pieza fuera de lugar en un paisaje amplísimo de rostros, costumbres e historia de la que no conocía ni la mitad.
- ¿Y eso es importante? - dijo mi abuela. La miré con los ojos muy abiertos. ¿Se estaba burlando de mi? Pero ella me miraba muy seria y claro está, esperando respuesta.
- ¡Claro que lo es! - dije - es importante porque...bueno...Quiero saberlo. Quiero aprenderlo todo.
Abuela asintió y caminó hacia el mesón de la cocina. Con gestos lentos, comenzó a tomar varios de los tarritos de cristal que había en la repisa sobre la cocina de hornillas. No era un gesto distraído ni tampoco algo que hiciera porque no supiera que decirme. Sabía aunque nadie me lo dijera, que abuela quería hacer algo con esos movimientos. Que me explicaba algo. Intenté poner atención.
- En realidad, eso es lo importante. No lo que sabes, sino lo que quieres aprender - dijo entonces. Puso cinco tarros idénticos sobre el mesón y los colocó juntos, uno junto al otro. El cristal de colores brillaba bajo el sol - para una bruja, lo esencial es el camino del aprendizaje. Eso es lo que realmente enseña.
Me acerqué al mesón para mirar mejor lo que hacía. Abrió uno de los frascos. Un penetrante olor a canela lo llenó todo. Cuando sacudió el frasquito, un rama firme de la especia cayó sobre el mármol de la mesa.
- La celebración del día de los Ancestros es más que una fecha, es una idea - comenzó. Abrió el otro frasquito. El aroma dulcísimo de la albahaca me rodeó y me hizo rascarme la nariz. Abuela sonrío - Es una forma de apreciar tu historia, lo que eres, lo que serás. Es un ciclo que se cierra, otro que se abre. Y una expectativa que te permite avanzar.
Abrió el otro frasco y se echó en la mano granitos de mostaza. Con un gesto delicado, hizo un circulo con ellos en el mesón. Después agregó la canela y la albahaca. Miré todo, desconcertada y maravillada. No sabía que hacia - o por qué - pero tuve la clarísima sensación que era algo hermoso, un símbolo de las cosas de las que me hablaba. Una forma de aprender esa tradición tan vieja que en ocasiones me sorprendía, como un recordatorio del poder de los pensamientos y las creencias.
- La Fiesta de los Ancestros es una reminiscencia de cientos de fiestas semejantes Europeas - siguió. Tomó el siguiente frasco. Puso unas hojitas de Laurel en el círculo - Se celebraba el final del ciclo de cosecha, el renacimiento, el anuncio de tiempos nuevos. En muchos Hogares, se encendían velas y fuegos aromáticos para recordar a los espíritus de quienes se fueron y también, para permitirles regresar en los recuerdos. Bajo la Luna, bajo el cielo lleno de estrellas. Y bailas, porque los recuerdos tienen significado. Levantas los brazos para invocar para recordar que antes y después de ti, hubo y habrá mujeres y hombres que recordarán que el mundo no es tan simple, que hay poder en cada uno de nuestros actos. Que hay belleza en todo lo que recordamos y sentimos como propio. Que somos parte de lo que soñamos, esperamos y anhelamos. Que el pasado, el presente y todo lo que nos espera es parte de un tiempo único, de un lenguaje trascendental, de un sueño que se conecta con todo.
Abrió el último tarrito. Eran pequeños palitos de madera, adornados con tanto cuidado que sólo cuando los miré de cerca, descubrir que alguien había tallado cientos de estrellas entrelazadas en ellos. Lo miré con los ojos muy abiertos y sorprendidos, asombrada de lo bello de su aspecto y también, de esa sensación de puro asombro que me solían llenar esos pequeños descubrimientos. Abuela tomó cinco palitos y los colocó sobre las especias y con cuidado, los movió hasta crear una forma reconocible. Luego, sonrío y me hizo una seña para que me acercara a donde se encontraba.
- Una estrella de cinco puntas - me asombré. Abuela sonrío también.
La estrella, con sus palitos tallados de estrellas y sus especias, tenía un aspecto primitivo, como si no perteneciera a esa cocina tranquila llena de olores apacibles, a esa casa grande y cómoda, a esa ciudad moderna y enorme más afuera. Era un símbolo antiguo, perpetuo, preciado, que pareció flotar en el silencio de es tarde de Octubre. Ingrávido, espléndido, lleno de significados que sólo podía adivinar. Porque reconocía la estrella - en casa estaba grabada en todas partes, como decoración y también, como parte de ese hilo de historia que compartíamos - sino que además, la sentía como mía. Nadie me lo tenía que enseñar ni que mostrar. La humilde estrella, era algo más importante que un símbolo para mirar. Era una herencia que contar. Un sueño que comprender.
Y esa noche, cuando bailé entre mi abuela, tias y prima, vestida de blanco, con el cabello trenzado por primera vez, pensé que no era tan importante que supiera los pasos del baile o como levantar los brazos, las palabras como debía invocar o incluso, que debía ser durante la gran celebración. Que había un conocimiento antiquísimo, importante y definitivo, vibrando en mi interior. Dandome forma y sentido, sosteniéndome con fuerza. Una sabiduría vieja y trascendental. Una forma de mirarme y mirar el mundo.
Un nombre por el cual llamarme y un aventura que recorrer.
Llamarme bruja, por mi deseo de aprender. Comprender el Antiguo arte, como parte de mi vida.
Y sigo bailando, como la mujer que me convertí y la bruja que soy, para celebrar a los vivos y a los muertos, la memoria que trasciende, el arte que nos une.
El tiempo bajo las estrellas que empieza y termina en mi.
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