domingo, 29 de noviembre de 2015
Alas de estrellas y otras historias de Brujería.
Toda bruja tiene un secreto, una sonrisa olvidada y una mirada al futuro. Toda bruja intenta avanzar un bosque misterioso en su mente. Toda bruja...
- ¿Como que un bosque misterioso en su mente? - pregunté atónita. Mi abuela soltó una carcajada.
- Para la brujería, la figura del bosque es un símbolo de lo complejos que son nuestros pensamientos - me explicó - de lo extraño que pueden ser. Como los árboles, que todos son distintos y diferentes.
Me sorprendió mucho eso. Era la primera vez que escuchaba algo semejante y me puse a pensar en los bosques extraordinarios que describían en varios de los libros que me gustaban. Pensé en los bosques gigantescos y peligrosos donde corrían los Elfos del Señor Tolkien o los delicados y bonitos que cruzaba Caperucita para conocer a su abuela. Y también pensé que era muy extraño que la brujería estuviera tan convencida que el bosque era una idea extraordinaria. ¿Todo era la misma cosa?
Era la primera vez que mi abuela - la sabía, la bruja - leía para mi su libro de las Sombras - al menos, uno de ellos - y la experiencia estaba resultando más rara y confusa de lo que había supuesto. Hasta entonces, había creído que leer las palabras de mi abuela, resultaría algo divertido e incluso entretenido, muy parecido a la manera en que solía hablar todos los días. Pero en realidad, era algo distinto y mucho más extraño: los libros de mi abuela, parecían mostrar una parte suya que nunca había sospechado que existía y que me sorprendía por rica, profunda y singular. Era como un rostro oculto, tan extraño y bonito, que nunca había imaginado existía.
No obstante, no tenía que sorprenderme tanto que su Libro de las Sombras me desconcertara. Después de todo, eso era lo que se suponían debían hacer. Un libro de las Sombras es el anecdotario de una bruja, la colección de sus pensamientos, la manera como sueña y aprende. Una bruja escribirá en él todo lo que construye a medida que madura, todas las lecciones, temores y alegrías, tristezas y descubrimientos que atraviese en su largo aprendizaje sobre sus propia capacidad para crear y aspirar a la esperanza. De manera que el Libro de las Sombras, es el lugar más privado y secreto de ese intrincado bosque de ideas que suele ser la mente de una bruja.
Pero aún sabiendo eso, la experiencia con el libro de mi abuela me resultaba asombrosa. Era como recorrer no sólo sus recuerdos sino algo más profundo, más dulce. Pero sobre todo, significativo. Era ver su rostro de nuevo bajo el resplandor de sus creencias o mejor dicho, dibujado según su imaginación. Una idea bonita. Una idea que me intrigaba como pocas cosas lo habían hecho.
- ¿Sigo leyendo? - me preguntó. Asentí de un cabezazo.
Toda bruja está en la búsqueda de los espacios claros y radiantes de su espíritu. En la conquista de los más oscuros y dolorosos. Avanza a solas en la ciénaga solitaria de todo lo que ha perdido y encontrado para luchar contra si misma. Se enfrenta a sus monstruos personales. Encuentra...
- ¿Monstruos? - me sobresalté. Abuela soltó una carcajada.
- No como los que piensas...
Dejé escapar el aliento, aliviada. Hasta entonces, tenía un recurrente temor a la oscuridad, donde estaba segura habitaban las extravagantes criaturas de mi imaginación. La figura oscura que estaba segura se escondía en los rincones de mi cuarto. La mano helada que brotaba bajo la cama para acariciar mi pie - o así temía que sucediera -, las sombras extraña que imaginaba que me miraban en la casa a oscuras. El pensamiento que habitaran en mi mente era aterrador. Era como sí...el miedo me acompañara a todas partes.
- ¿Como son entonces? - le pregunté. Mi abuela ladeó la cabeza, mirándome con los ojos muy brillantes.
- ¿Que pasaría si te digo que todos somos un poco monstruos? - respondió. Me quedé boquiabierta. Un escalofrío me recorrió la espalda.
- ¿Como que...monstruos?
- Te lo repito, no como lo que piensas - insistió - sino algo más profundo, algo más cercano a todas las pequeñas cosas que tememos y que nos asustan.
- ¿Como es eso?
- Un monstruo es una criatura que nadie entiende - me explicó - es una criatura que vaga de un lado a otro, causando temor por torpeza, por violencia o por miedo. Es como nuestros terrores, convertidos en rostros. Eso es un monstruo.
Pensé en los que me imaginaba. En la figura altísima y delgada que estaba segura se entendía en el filo de mi armario o la pálida y flaca escondida debajo de mi cama. Pensé en ellos, intentando no aterrarme, no sentir que el corazón se me aceleraba de miedo. Pensé en que sólo existían cuando yo misma estaba muy cansada, preocupada o temerosa. Que eran reales cuando...
- Los monstruos son reales cuando les tengo miedo - dije de pronto, como si hubiese descubierto algo impensable. Mi abuela soltó una pequeña carcajada.
- Porque son tuyos, mi niña. Cada uno de nosotros, tiene un monstruo particular.
Vaya que esa era una idea extraña, me dije. Pero no era del todo desagradable, pensé también. Un monstruo que era parte de mi, que nacía de mi miedo...era un monstruo que podía controlar. Con el diafano pragmatismo de mis nueve años, me pregunté si todas las cosas a las que le tenemos miedo, se esconden en la oscuridad cuando se lo permitimos, cuando dejamos la puerta abierta de nuestra mente.
- ¿Por eso dices que somos un poco monstruos? - pregunté entonces. Abuela asintió.
- Y también héroes. Y también luchadores. Temerario, frágiles. Somos todos los rostros de las cosas buenas y malas que construímos. De los temores, las celebraciones, las grandes y pequeñas hazañas. De lo minimo, lo fuerte y lo espléndido. Somos mundos complejos en nuestro espíritu.
Con nueve años, no entendí todas las palabras de mi abuela, pero sentí el poder que describían. Tuve una noción muy clara y brillante que nada era tan sencillo y que eso era bueno, aunque me costara comprender el límite de las ideas, de ese Universo extraordinario que me describía. De pronto, tuve una nítida sensación de portento. Una enorme visión de mi misma más allá de la niña que era y la mujer con que soñaba ser.
- ¿Sigo leyendo? - preguntó. Me apresuré a sonreír.
- Si, buelita.
Una bruja sabe que cada idea que sostiene entre las manos está destinada a perdurar, a crecer. Como un árbol de ramas interminables. Extendiéndose más allá de todo, tocando el Infinito, soñando con las estrellas. Con el tiempo donde no hay palabra ni voz. Con el silencio de nuestro espíritu y...
- ¿Un espíritu habla abuela? - le pregunté sin poder contenerme. Abuela me miró con su acostumbrada expresión paciente.
- ¿Qué te parece a ti?
La verdad, no tenía idea a qué se refería. Para mi, el espíritu era algo abstracto, radiante y bonito que no podía encajar en ninguna parte del mundo de las cosas. Aunque pensaba que debía tratarse de algo profundo y bello, relacionado con todas las cosas trascendentales en las que mi abuela, era extraño pensar en esa esencia de una manera consciente. Por tanto, creer que hablaba me resultaba no sólo complicado...sino incluso directamente desconcertante. Me quedé en silencio, intentando ordenar las ideas que me abrumaban, que me dejaban un poco sin aliento.
- Es que no sé ni donde está ni que hace - le respondí por último, con toda sinceridad - no sé si el espiritu del que hablas es parte de mi o de algo más grande...si es...
Me encogí de hombros. Mi abuela me dedicó una larga mirada amable y cálida. Y pensé en su paciencia, en su cariñosa manera de enseñarme todas aquellas cosas. En su gran sentido del humor y su sabiduría. Pensé en la manera como reía a carcajadas. En como solía responder todas las preguntas que le hacia. En la manera como se asombraba por mi curiosidad. En la manera en que la paladeaba. Era algo muy profundo en ella...era...Me detuve en mitad del pensamiento. Parpadeé.
- ¿El espíritu es lo que eres...lo que soy? - dije de pronto. Nada más decir aquello en voz alta, sentí como el corazón me palpitaba más rápido. Un rubor extraño y emocionado me subió a las mejillas - ¿El espíritu es lo que somos?
- Hace mucho tiempo, el hombre trató de entender por qué pensaba lo que pensaba, por qué soñaba lo que soñaba, porque sentía lo que sentía - me respondió - y le dió un nombre "Animus". Alma, espíritu, personalidad, carácter. Le dió sentido, forma, belleza. Le dio un significado. Con el correr de los siglos, el espíritu se convirtió en una idea mucho más mundana: se habló del cerebro, las neuronas. De procesos químicos. Del conocimiento, de la sabiduría. Pero siguió sin saber que es exactamente el espíritu. Así que sigue siendo un gran misterio, una visión muy amplia y desconcertante de lo que somos. Y sí, es como dices, esa parte esencial de nuestra personalidad. O quizás de algo más grande, pero...¿Quién puede saberlo?
Entonces, escuchándola, pensé en que escuchaba a su espiritu. A esa esencia suya que la hacia diferente a todos los demás. Que la hacia preciada y querida. Que la hacia ser ella misma. Y pensé en todas las cosas que me hacian ser quien era: en mi curiosidad, mi risa nerviosa, mi sonrisa nerviosa. ¿Quienes somos? me pregunté en silencio, mirando su libro y sus manos, sintiendo el roce de mi cabello en la mejilla. ¿Quienes somos más allá de nuestros ojos y nuestras manos? Era la primera vez en la que pensaba en algo semejante. Y me gustó hacerlo. Me hizo sentir extrañamente cálida, inquieta. Feliz.
- ¿Sigo leyendo? - preguntó de nuevo mi abuela. Solté una carcajada.
- ¡Sí!
Y la bruja siempre buscará el bosque de sus ideas, para recorrerlo con pie ligero, mientras su espíritu sonríe, canta y baila. Porque la bruja danza en el hilo de la historia, de todas las palabras perdidas y encontradas, de todas las formas de belleza que conoce e imagina. De su deseo de crear.
Con los ojos de mi mente, imaginé a una mujer joven de cabello trenzado y vestida de blanco, danzando en un bosque enorme y precioso. Rodeada de árboles enormes, con los brazos en alto, el rostro vuelto hacia el infinito. Y la vi tan claro, que de pronto el bosque fue el real - el de mis pensamientos - en el espíritu que crea y sueña. En los dedos extendidos hacia las estrellas. En esa esperanza feroz que sostienen una Tradición tan vieja como bella. Y mientras mi abuela continuaba leyendo, pensé en todas las pequeñas cosas que crean el tiempo, en lo complejo y exquisito que se enlaza con nuestro interior, con todas las cosas espléndidas que atesoramos sin saberlo. Y la niña que era, se sintió de pronto una anciana, tan antigua como la Tierra, tan enorme como el Universo, soñando con su propio rostro en el futuro. Esperando esa hora sin nombre donde la esperanza es real y la sabiduría parte de mi historia. Sentada en silencio, viendo a mi abuela cerrar su Libro de las Sombras, pensé en el poder de los pequeños misterios, de las pequeñas y grandes cosas en nuestra mente, una real forma de magia.
Y lo recuerdo, cada vez que escribo, inclinada sobre las interminables hojas de mi historia personal. De ese Libro de las Sombras, que no sólo conserva mis recuerdos sino mi capacidad de soñar. ¿Quienes somos en la esperanza? me pregunto, mientras la niña que soy danza en mi mente y la mujer en que me convertí sonríe al mirarla. ¿Quienes somos en nuestra capacidad de aspirar a lo bello y a lo profundo? No lo sé, pienso, inclinándose para continuar escribiendo. Pero avanzar en el bosque de mi mente, siempre será una manera de intentar descubrirlo. En ese asombro por los misterios de mi espíritu, en la fuerza de lo que construyo a diario. En lo que sueño con encontrar. En el aprendizaje interminable de una forma de soñar.
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