jueves, 31 de diciembre de 2015

El 2015, un año para contar nuevas historias de mujeres




La hermosa joven mira al príncipe con timidez, mientras él acaricia con la yema de los dedos su delicado tobillo. El corazón le late muy rápido y las mejillas se le colorean de rubor, cuando desliza la zapatilla de cristal —incómoda, dura, casi un cepo brillante y delicadísimo— por su empeine y se queda allí, lanzando destellos imposibles al borde de su feo y sucio vestido de mucama. La zapatilla se ajusta a su pie con facilidad, como si no hubiera nada más natural ¿Eso es todo? se pregunta Cenicienta, las manos apretadas en un nudo nervioso contra el pecho. ¿Ocurrirá algo más? Hay un largo minuto de silencio expectante y tenso, hasta que el príncipe levanta la cabeza y sonríe, todo hoyuelos y emoción. De pronto, sus ojos muy azules parecen mirarla —por primera vez y de verdad— y Cenicienta contiene el aliento, entre desconcertada y un poco abrumada por su expresión exultante.

— Mi hermosa Doncella — dice él entonces — La zapatilla ajusta en vuestro pie con absoluta perfección ¡Sois la mujer que se ha robado mi corazón en el Baile! ¡Ahora, os desposaré!

Un murmullo de regocijo y asombro recorre la habitación. Las Sirvientas, cocheros y guardias del Reino que miran curiosos la escena a través de las rendijas de las ventanas, se maravillan por las palabras del Príncipe. A las hermanastras de Cenicienta se les escapa el mismo jadeo de sorpresa, abrazadas una a la otra junto al marco de la puerta. La madrastra se deja caer teatralmente sobre un Sofá de terciopelo unos metros más allá, con los ojos en blanco de puro estupor y gime en voz muy bajita “¿Qué será de mí?”. Cenicienta en cambio, permanece silenciosa, mirando con los ojos muy abiertos y brillantes al Príncipe.

—Mi Señor , es un honor vuestras palabras… —comienza a decir. Aún con el Príncipe sosteniendole el tobillo, tiene una extraña sensación de irrealidad. Y peor aún, de incomodidad— pero…

 — Os llevaré de inmediato al Castillo y os haré mi Reina. Y seréis la alegría del Reino. Os desposaré y tendremos muchos hijos hermosos que recordarán al mundo nuestro amor —sigue el Principe, sin escucharla, encantado con sus propias fantasías mientras la pequeña concurrencia de curiosos de ocasión suspira de emoción. ¡Qué gran acontecimiento este! se dicen unos a otros entre cuchicheos. ¡Qué gran prodigio del corazón este! ¡El Rey ha encontrado su Reina y ahora todos podrán celebrar 100 años de felicidad prometida! 

 — Mi Señor —insiste de nuevo Cenicienta. Forcejea un poco con los dedos del Príncipe, que aún le aprietan el tobillo. No logra liberarse de su apretón. Con el movimiento, la zapatilla de Cristal brilla y relampaguea, llenando de reflejos la habitación. Un ¡Oh! colectivo recorre de nuevo a los presentes— ¿Podéis escucharme? Señor mio…
 — ¡Levantaos querida mía! —está diciendo ahora el Príncipe, en voz muy alta para que todos puedan escucharle— ¡Ahora vendréis junto a mi y…!

 — ¡Señor! ¡No quiero ir!

La voz de Cenicienta rompe el encanto. El Príncipe parpadea, desconcertado y la contempla, con el ceño fruncido y la expresión ceñuda de un niño pequeño. Un silencio duro y afilado se extiende en todas direcciones. Cenicienta forcejea un poco y finalmente se zafa del apretón de la mano del Príncipe. Se levanta de un salto y se queda allí descalza de un pie y calzada en el otro con una suntuosa zapatilla de Cristal. Las aristas se le clavan en la piel y los pequeños remaches de plata le aprietan tanto los dedos que el dolor le sube por el empeine como un ligero escalofrío. “La Hada Madrina no pensó en esto” se dice cuando se la quita y la sostiene entre las manos, asombrada aún por su peso helado y firme.

— ¿Qué decís? —dice el Príncipe, que también se ha puesto de pie. La piel del rostro se le enrojece de furia— ¿Qué…?

 — Que no deseo ir al Castillo —repite paciente Cenicienta. Hay otro murmullo de sorpresa a su alrededor, muy diferente al anterior— ni ser su Reina. O tener muchos pequeños Príncipes. Quizás ni siquiera quiera vivir feliz para siempre…

El Príncipe abre la boca como para responder algo, pero la palabra que jamás llega a pronunciar se convierte en una mueca casi graciosa. Cenicienta piensa que no le parece tan guapo como en Castillo, cuando bailaron juntos entre una multitud fascinada y envidiosa. Ahora, con el mohín de niño malcriado y los ojos convertidos en dos rendijas furiosas, tiene el aspecto vulgar del capricho empecinado. Infantil.

— Pero…
 — Solo fue un baile. No quiero casarme con usted sólo por eso —repite Cenicienta. Mira a su alrededor pero todos las miradas la acusan y la señalan. ¡Ligera! ¡Libertina! ¡Descocada! parecen decir— Agradezco el honor…pero…
 — ¡Pero!…¿qué? —exclama el Príncipe, ahora sí realmente furioso— ¡Doncella pueblerina y díscola! ¿Cuál objeción tenéis a este gran Honor que os ofrezco y que…!


— ¡Oye! ¡El cuento no es así! —me reclama mi prima pequeña. Sacude la cabeza, me arrebata el libro de las manos y mira las ilustraciones con un gesto furioso. Me quedo sentada muy quieta, conteniendo la risa— ¡Nunca escuché que terminara así! ¡Te lo estás inventando!

No puedo contener la risa. Pero mi prima, con sus descreídos diez años de edad, no parece muy convencida que el asunto tenga algo de gracioso y continúa mirándome con el libro apretado entre los brazos, muy fastidiada por mi versión de la historia.
— ¡Esa no es la Cenicienta! ¡Es otra cosa! —me insiste, preocupada— ¡No sé que es! ¡Pero no es el cuento! ¿Se pueden cambiar así?

Mi prima S. es una niña nacida en plena época de Internet, Redes Sociales y los smartphone. Para ella, es impensable un mundo donde no pueda echarle una ojeada a Facebook cada mañana ni conversar con su mejor amiga del colegio por WhatsApp. También es una niña que consume mensajes de todo tipo a través de la pantalla de la computadora y en menor medida la televisión, a diario. Opiniones, visiones y análisis de todo tipo, venidos de todos los medios posibles. Para ella, un libro es una curiosidad, una reliquia venido de otro siglo, con sus páginas y sus dibujos. Y por supuesto, Cenicienta también lo es. La colección de cuentos que sostiene entre las manos es el último intento de sus padres de recordarle que hay vida más allá de lo virtual, que es bueno y saludable pasar hoja tras hoja las páginas de un libro al leer. Y ella se lo toma muy en serio. Tanto como para apretar el pequeño tesoro contra el pecho y mirarme entre triste y preocupada, cuando no reconoce su cuento favorito. No lo ha leído antes —sólo ha visto la película, me cuenta— y no entiende por qué insisto en mirarlo de otra forma. En contarlo al revés.

— ¿Y si los cuentos de Hadas fueran distintos? —le digo entonces— ¿Qué pasaría si todo cómo se cuenta se pudiera cambiar? De principio a fin.

Mi prima es una niña a la que aún nadie le dice que lleva la falda demasiado corta, que debe peinarse así o asao para verse bella, que todavía no compite con el ideal de belleza de un país obsesionado con la mujer perfecta. Pero que seguramente lo sufrirá. Aún es una niña de cabello largo y despeinado, grandes ojos oscuros y piel pecosa. Una niña curiosa, que ríe a carcajadas y llora hasta quedarse exhausta por mero capricho. No obstante, muy pronto, tendrá que lidiar con lo que la cultura espera ella, con las ideas que la tradición cultural del país donde nació intentará encajarla, lo desee o no. Todavía está intentando comprender el mundo —y le llevará media vida hacerlo, supongo— y parte de ese aprendizaje es mirarse así misma y tratar de descifrar que mira. ¿De dónde obtendrá las ideas que le permitirán analizarse? ¿De las películas, la televisión, los videojuegos, los libros que quizás leerá? Dentro de unos cuantos años, la niña que es ahora mismo intentará contemplarse a través de todos los códigos que recibe a diario. A través del reflejo de los cientos de miles de mensajes cifrados que recibe cada día. Como si se tratara de una carrera de obstáculos, algo más grande que si misma.

— ¿Y…cómo los cambiarías? —me pregunta, echándole una ojeada curiosa al libro— ¿Qué le pondrías y le quitarías?
 — Algunas cosas.
 — ¿Me cuentas?

El 2015 fue el año donde de pronto, la figura de la mujer —como producto social y comercial— comenzó a analizarse de una manera por completo nueva, aunque podría decirse que el cambio comenzó mucho antes, casi de manera imperceptible. Desde los escarceos de la serie “Girl” para atacar la imagen de la “it Girl” hasta el debate sobre el discurso de género en mujeres tan jóvenes como Emma Watson y Malala Yousafzai, De pronto, la imagen de la mujer objeto —la frágil, la deseable, la abnegada, la heroína secundaria, la decorativa— dieron paso a una concepción novedosa, un protagonismo que asombró y desconcertó pero también, demostró que la forma como se interpreta a la mujer —su identidad— se está transformando en algo más. Como si luego de siglos de orfandad intelectual y menosprecio sobre lo que lo femenino puede ser, comenzara a evolucionar hacia ese reconocimiento sobre la figura de la mujer como individuo. Pienso en eso mientras tomo el libro de mi prima y miro a la Cenicienta de papel y tinta. Delicada y vulnerable. Un reflejo torpe de lo que alguna vez se asumió podía ser lo femenino.

La escritora Gilliam Flynn suele decir que ama los personajes femeninos poderosos. Si lo sabrá ella, que creó un nuevo tipo de mujer literaria que no sólo rompió con los tópicos de la mujer víctima, sino que además, asumió la pesada carga de sacudir a lo femenino de toda concepción masculina. Para Flynn, una brillante escritora que parece obsesionada con personajes dolientes, intensos y complejos —siempre femeninos— el hecho de la mujer poderosa forma parte de toda una reflexión sobre la forma como la cultura analiza el mundo femenino. Y ese punto de vista, no siempre parece ser bueno o mucho menos, alentador.

— ¿Qué te parece si Blancanieves no huye de la Reina Malvada sino que se le enfrenta sin necesidad de siete enanos, leñador o príncipe? —le digo a mi prima— ¿Te imaginas un cuento donde Blancanieves le de algunas trompadas a la Reina y se escapa feliz a lomos de su caballo blanco?

Supongo que una idea semejante se le ocurrió a Flynn cuando comenzó a desgranar el largo rosario de estereotipos femeninos para crear algo nuevo. En su novela más conocida “Perdida” (Random House, 2014) la escritora no sólo decide dar un golpe de Timón a cómo se percibe a la mujer en las novelas de suspenso, sino construir toda una estructura original que sostenga la idea. Se trata de una historia cruel, cínica y durísima, donde Amy, la protagonista absoluta de la trama, es una mujer que no sólo desconoce el viejo mandato de la vulnerabilidad femenina sino que además, lo convierte en otra cosa. Porque la Amy de Flynn no es una sola cosa, sino muchas: Dulce y atractiva, inteligentísima, cruel y déspota, violenta y despiadada si hace falta, Amy deja a un lado los tópicos de la mujer que sufre y trata de huir de los pequeñas fatalidades de la vida cotidiana, para convertirse en otra cosa. Una villana que no duda en mentir, robar y asesinar. Y que al final no sólo triunfa en su empeño de “castigar” a voluntad a quien le plazca, sino hacerlo sin perder la sonrisa. No hay arrepentimiento, culpa y mucho menos dolor en Amy. Para ella, su manera de actuar es necesaria, inevitable. Incluso se justifica, mientras la novela transcurre entre un análisis del papel de la mujer como chivo expiatorio y su nueva encarnación en un tipo de maldad muy específica. Y Flynn, cuyas historias suelen girar alrededor de grises morales, dota a su personaje no sólo de poder sino también, de veracidad. La Amy de Gilliam Flyn es tan dura como agresiva, tan original como inolvidable.

— Pero… ¿Está bien que Blancanieves hiciera eso? —pregunta mi prima muy asombrada. Me encojo de hombros.
 — ¿Por qué no?

En una ocasión, a Flynn se le preguntó por qué las protagonistas de todas sus novelas era directamente villanas o al menos, tan complejas y duras como para parecerlo. La escritora pareció sorprendida del matiz sobre su obra y protestó sobre el hecho que “Amy” es simplemente un gran personaje, más allá de su género “Muchos autores se sienten cómodos escribiendo de la violencia masculina, que es un tema muy común en la literatura hasta el punto de que mucha gente considera normal las historias de agresiones, psicópatas y demás. Quería luchar contra la idea de que las mujeres son inherentemente buenas , maternales y todas esas otras asunciones que se hacen sobre las mujeres” insistió. No obstante, no todo es tan simple: Gilliam ha definido toda una nueva perspectiva sobre la mujer producto que por años fue parte del imaginario colectivo y lo hace, en medio de un Thriller con connotaciones románticas, donde se mezcla la acción, lo voluptuoso y lo siniestro para crear una narración rápida y dura, que se sostiene sobre sus contradicciones y sus cambios de ritmo. Todos los personajes cambian de una connotación a otra y lo hacen, sin que la historia se resienta. Más bien, el lector agradece el cambio, lo asume necesario.

Sin embargo, el mayor logro de Flynn es burlarse de un modelo de mujer del cual se abusa en todo tipo de productos comerciales. De las películas a las novelas, la mujer frágil —o como la llama la escritora “Cool Girl”— pareció ser por años la única forma de asumir la existencia cultural de la mujer. Y Flynn lo describe magistralmente con una bien medida crítica a la sociedad machista que crea a la mujer ideal:

“Ser una chica cool significa que soy una mujer sexy, inteligente y divertida a la que le encanta el fútbol, el póker, los chistes guarros y que eructa, que juega a los videojuegos, bebe cerveza barata, le gustan los tríos y el sexo anal, y se atiborra de perritos calientes y hamburguesas como si estuviese protagonizando la mayor orgía culinaria del mundo, mientras, de alguna forma, consigue mantener una talla XS, porque las chicas Cool son por encima de todo sexis. Están buenas y son comprensivas. Las Chicas Cool nunca se enfadan; solo sonríen con desazón, de una forma encantadora, y dejan a sus hombres hacer lo que les dé la gana […].
Los hombres creen que esta chica existe. Quizá estén engañados porque hay muchas mujeres que están dispuestas a fingir que son esa chica. Durante mucho tiempo, las “Las Chicas Cool” me han irritado. Veía a los hombres —amigos, compañeros, extraños— atontados por estas horribles mujeres falsas y quería sentarlos y decirles calmadamente: ‘No estas saliendo con una mujer, estas saliendo con una mujer que ha visto demasiadas películas escritas por hombres socialmente ineptos a los que les gusta pensar que este tipo de mujer existe y que les besará’.

Se trató de quizás el manifiesto más violento contra la cultura de la mujer objeto que se ha visto en años. ¡Y sorpresa! sin estar incluido en un sesudo libro sobre el género y los tópicos que le acompañan, sino en un Best Sellers que se mantuvo como primero en ventas en EEUU casi diez semanas. El concepto de Flynn sobre la mujer suscitó debates encendidos. Se le acusó de feminista y machista a la vez. De ensalzar un tipo de mujer amoral y desalmada. Flynn, con una sonrisa en los labios, se limitó a decir “Mi Amy es tan real como lo es cualquier otro estereotipo”.

— O imagina que la Bella escapa del Castillo, sin mirar a atrás, sin escuchar las súplicas de la Bestia —sigo, mientras mi prima comienza a sonreír divertida— Nada de perdonar gritos y encierros. Nada de perdones. Bella escapa y se va a leer a donde le plazca.

Hace casi cuarenta años, una Princesa tomó un arma y decidió enfrentarse a un régimen despótico y autoritario. Leia Organa, hija de la segunda Oleada feminista, vino para romper todo tipo de patrones sobre lo que hasta entonces había sido la mujer en el cine. Lo hizo con un nuevo tipo de libertad que la convirtió de inmediato en un ícono y que sin duda, marcó un patrón a seguir en lo que a la identidad puede ser en el cine. Protagonista de una de las saga más cinematográficas más populares de todos los tiempos, Leia Organa representó un hito en todo lo que un personaje femenino podía hacer. Arma en mano, abrió el camino para toda una nueva generación de mujeres que no eran madres, esposas ni tampoco objetos del deseo en las historias a las que pertenecían. Una nueva generación de heroínas.

No obstante, esta poderosa Princesa guerrera, tuvo que enfrentarse a la idea tradicional de lo que debía ser un personaje de su talla. Para el “Retorno del Jedi”, Leia parece disminuida, un poco desdibujada en medio de la batalla del bien y del mal que encarnaría su hermano en la ficción, Luke. Aún peor el recorrido de su madre en la trilogía que narra la caída en el Lado Oscuro de Anakin Skywalker: Padmé Amidala (encarnada por una confusa Natalie Portman) pasa de ser un líder político en ciernes a esposa sufrida quien muere “con el corazón roto”. La transición de mujer de poder a secundario de ocasión, transformó el personaje no sólo en un tópico que parece desmerecer la imagen de su hija en la ficción, sino además, sepultar la única figura femenina de la llamada Segunda Trilogía en la banalidad. Como si la fulgurante figura de Leia fuera fugaz, su madre en la ficción pareció apuntalar el hito que encarna.

No obstante, El capítulo siete de la saga (Stars Wars: the Force Awakens, 2015) no sólo reinventa el mito original de la serie de películas con un aire fresco y moderno, sino que además, retoma la visión sobre el poder de sus personajes femeninos. Rey, su protagonista, parece ser además de una revisión sobre lo que Leia Organa pudo ser, toda una nueva visión de lo cómo se percibe actualmente a la mujer o en todo caso, como comienza a ser percibida. Rey, independiente, fuerte y moderna, dejó a un lado la aparente fragilidad de Amidala y la virtual desaparición de la trama Central de Leia, para convertirse en el secreto mejor guardado de la saga. No se puede ver de otra manera: Rey, con pulso firme y experto, toma el mando del Halcón Milenario. Lo hace sin que los guionistas añadieran alguna ayuda extra. En solitario y sin añadiduras, Rey toma el control de la Saga sin aparente esfuerzo. “La princesa Leia fue un gran ejemplo para muchas generaciones de mujeres –pondera la actriz Daisy Ridley, que encarna la nueva heroína -. Pero El despertar de la Fuerza presenta una nueva ola de papeles femeninos increíbles y con verdadero peso en la historia de la que formo parte”.

No es la única, por supuesto. Este año vimos el resurgir de Tris Prior de la saga “Divergente” y el desenlace de la taquillera “Juegos del Hambre”, donde Katniss Everdeen cumplió su destino como origen de una revolución de consecuencias imprevisibles. Alejada de la dicotomía virgen u Objeto sexual, el personaje de Katniss evitó ser marginada y se convirtió en algo por completo nuevo.

— ¿Y que pasaría si Rapunzel no arrojara su cabello por la Torre, sino que se lo cortara, lo atara y bajara para buscar al príncipe? —continuo contándole a mi prima— ¿Qué ocurriría si ella decidiera enfrentarse sola a la malvada mujer que la tiene atrapada?
— ¡Wow! —dice mi prima entusiasmada— ¿Eso puede hacerse? ¡Yo quiero que lo haga!

El personaje de Katniss de la saga "Los juegos del hambre" lo hizo, sin duda. Sin caer en los extremos habituales sobre las mujeres en libros de acción, el personaje no sólo escapa a los límites y restricciones tradicionales que intentan dividir lo masculino y lo femenino. Katniss, de hecho, se convierte en un símbolo justo por su capacidad mutable: Es cazadora y protectora de su familia, pero a la vez, también llora y se preocupa por ellos con una conmovedora angustia contenida que la hace falible y humana. La escritora Suzanne Collins, creó un personaje que combinó todas las identidades de la mujer y además, la dotó con una inteligencia estratégica que casi siempre suele atribuirse al hombre. En suma, construyó un nuevo tipo de mujer y le brindó los matices necesarios para ser creíble. De hecho, Collins parece regodearse en esa ambigüedad: Katniss parece incómoda —se ridiculiza así misma— cuando el Gobierno totalitario que rige Panem, la obliga a parecer femenina y frágil. Y no obstante, en sus mejores momentos, Katniss parece evitar esa visión de la mujer tradicional. Llevando atuendos de batalla y armas que maneja con habilidad, Katniss corre con paso ligero hacia un tipo de percepción de lo femenino poderoso y contundente.

— ¿Te imaginas? —le digo a mi prima— ¿Qué todas las princesas pudieran ser como quieren? ¿Hacer lo que quieren? ¿Que no podrían hacer? ¿A donde iría la Bella Durmiente una vez que el Príncipe la beso? ¿No tiene curiosidad de comprender el mundo luego de 100 años dormida?

La revolución de las mujeres poderosas parece estar en todas partes. Desde la espléndida Charlize Theron, demostrando con un sólo brazo y una dura mirada de sobreviviente que una mujer puede liderar una película de acción sin el menor esfuerzo, pasando por la Nora Durst de The Leftovers, que durante la segunda temporada de la serie tomó una extraordinario protagonismo, la Kimmy Schmidt de Unbreakable (Protagonizada por una Ellie Kemper en estado de Gracia) a la magnifica Jessica
Jessica Jones (una super heroína atípica y formidable que sobrevive en Nueva York) los roles para mujeres parecen cada vez mucho más complejos, poderosos y sobre todo, consistentes de lo que nunca había sido. De pronto, el estereotipo de la mujer frágil, víctima de las circunstancias, a la espera de ser rescatada,
parece desaparecer, refundarse en una nueva mujer que asume la noción sobre quien es —y quien puede ser— con firmeza. Un tópico nuevo que brinda a lo femenino la posibilidad de mirarse desde una perspectiva desconocida y con toda seguridad perdurable.

Mi prima mira de nuevo su libro. Pasa hoja tras hoja con sus delgados dedos ágiles. Finalmente sonríe y me lo extiende de nuevo, sonriendo con todos los dientes.

— ¿Me cuentas como terminó el cuento de la Cenicienta? —Cuando voy a tomar el libro, lo retiene un momento— Pero como tú lo estabas leyendo.

Ambas sonreímos. Y por un momento me emociona pensar que mi prima, con diez años, aún construyéndose como individuo, tendrá muchos nuevas cosas que mirar sobre si misma. Muchas nuevas preguntas que hacerse e infinitas respuestas que buscar. Que quizás, no soñará con Principes azules —ni de ningún color— que vengan a rescatarla sino con un camino que recorrer a lomos de su caballo blanco.

Una idea extraordinaria. Una esperanza.

Cenicienta toma una bocanada de aire, un poco aburrida, mientras el Príncipe continúa sacudiendo los brazos y lanzando improperios contra ella. “Desobediente, malcriada, desagradecida” le dice, con el rostro empapado de sudor. Ella finge escucharlo, pero en realidad mira por la ventana, hacia el cabello con una fina silla inglesa que alguien ató al cercano potrero. Lo contempla mucho rato y después el camino más atrás, polvoriento y soleado. Y lo que puede significar.

— ¡Esta deshonra os costará caro! —sigue diciendo el Principe— ¡No podeís…!

Cenicienta sonríe. Y luego hace algo que deja sin voz al Principe y al resto de quienes lo observan: Se inclina hacia él y lo besa. Un beso lento, radiante, como los que despiertan a bellas durmiente y rompen maldiciones de manzanas envenenadas. Lo besa por tanto tiempo que el Principe olvida lo que decía y que tanto le obsesionaba y se queda allí, fascinado por el olor del cabello de la doncella.

— Lo lamento, Mi Principe. Pero un baile no es suficiente —dice entonces ella, un movimiento de labios contra su boca. Empuja hacia los brazos del Príncipe la zapatilla de cristal y cuando él la sostiene, Cenicienta retrocede. Libre y descalza, el cabello despeinado, el rostro sonrojado—. La vida me espera más allá.

Y corre Cenicienta, ya no de las doce campanadas, sino hacia la libertad. Tropieza con las asombradas hermanastras, con la gente del pueblo desconcertada. “Disculpe usted” “lo lamento tanto”, dice entre sonrisas. y corre hacia el caballo del Príncipe, que corcovea cuando ella salta con agilidad sobre la silla y sujeta la brida con firmeza. Mira de nuevo el camino, la promesa más allá.
— ¡Esperad doncella! —el Príncipe aparece por la puerta de la casa, con el cabello despeinado y los ojos brillantes de emoción— ¡Esperad! ¿A dónde iréis ahora?

Cenicienta se suelta el cabello, sacude la cabeza y luego se sujeta con fuerza al caballo, que patea el suelo polvoriento, impaciente por correr. La luz del sol ilumina la escena y todos, incluyendo a las hermanastras envidiosas, la Madrastra enfurecida, la gente del pueblo desconcertadas, pensarán después que hubo algo de heroíco en ella, de inolvidable. Incluso el Principe, que aún no sabe que pensar sobre aquello, que sigue percibiendo el delicioso sabor de los labios de la joven en su piel.
— ¡No lo sé! —responde Cenicienta. El cabello alza las patas delanteras, se sacude y ella ríe, todo rizos rubios y exhuberancia— ¡A donde sea que el corazón me lleve!

Y la ven alejarse a todo galope hacia el sol radiante de la tarde. Una mujer que va descalza y sin peinarse. Libre y furiosa. Feliz y valiente.
Inolvidable.

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