miércoles, 13 de enero de 2016

Crónicas de la ciudadana preocupada: Una mirada al otro lado de la muralla ideológica





Apreciado Chavista que me lee:

Durante años, coincidimos en una variedad de espacios: desde virtuales hasta la vida cotidiana y hemos debatido hasta el cansancio sobre nuestras ideas. Lo hemos hecho, en una buena oportunidad de oportunidades, desde la grosería, el ataque personal y la violencia verbal. Y admito, que en cada discusión he advertido esa profunda diferencia de planteamiento país que nos separa y con toda probabilidad, seguirá separándonos. Esa sensación que su país y el mío son por completo distintos, que su país y el mío son concepciones del futuro radicalmente opuestas.

No obstante, en algún punto de este largo trayecto — diecisiete años que han transcurrido en una crisis social extenuante — comprendí que el insulto frecuente, el menosprecio y el irrespeto eran parte del discurso que usted apoya. No el mío. Un descubrimiento que puede parecer obvio — lo es, lo admito — pero que me liberó de la necesidad de intentar ofender o atacar. Porque las ideas que promulgo — asumo como propias, promuevo desde cada espacio que puedo — incluye comprenderlo como diferente, alejarme lo más que pueda de ese discurso insistente de odio que no me interesa. Como tampoco me interesa el debate clasista, la lucha revanchista ni mucho menos, esa percepción de quien me contradice como enemigo. Después de crecer en medio de un lucha de intereses que destrozó al país y nos dejó tanto a usted como a mi los escombros de una sociedad inviable, comprendí que mi mayor acto de rebeldía era rechazar la ideología que con tanto afán Chávez intentó inculcar al país. Que mi manera de liberarme — nunca mejor dicho — de la pesada carga del resentimiento era asumir que mi gran aspiración es la de un país normal.

¿Sencillo verdad? No lo es tanto. Mi normalidad incluye una serie de ideas sobre la sociedad y la cultura que chocan frontalmente contra las suyas. Mi normalidad tiene mucho que ver con pertenecer a una idea de nación donde el poder no sea una prebenda ni tampoco motivo de idolatría, sino algo más cercano a una eficiente administración. Y eso, claro está, tiene poco que ver con la emoción, la dependencia intelectual y la necesidad de lucha — lo que sea que usted comprenda por eso — que el Chavismo le ha vendido como única forma de asumir la realidad política que compartimos. Porque Chávez, quien supo manejar con enorme habilidad ese persistente resentimiento que llenó al Venezolano contra una clase política usurera y tramposa, lo convirtió a usted y posteriormente al disidente en su mejor excusa política. Porque mientras usted es pueblo, yo soy enemigo. Porque mientras usted es patriota, yo soy apátrida. Y mientras usted reclama el derecho a la reivindicación histórica, el resto del país insiste en ser escuchado, en formar parte de ese supraproyecto de Estado que debería incluirnos a todos y no lo hace. Somos Venezolanos pero para el poder, el gentilicio tiene una estrecha relación con la lealtad. Así que la crítica — los críticos — nos convertimos en un incómodo problema, en un escollo en medio de una idea preocupante y fallida de lo que Venezuela puede ser.

Es algo que aún, a pesar de los largos años transcurridos desde el nacimiento de la llamada Revolución, confieso me desconcierta. Lo es, porque a la la mayoría de quienes militan las ideas chavistas, se identifican así mismos como izquierdistas de convicción y al resto, como amantes de esa mezcla de ideas no muy claras llamadas “Contracultura”. Sé que la mayoría sostiene — y en algunos casos justifica — su militancia política con cierto idealismo y sobre todo, con esa necesidad imperiosa de construir a cuatro manos un mundo mejor. Más allá de eso, en un profundo amor al país. Lo hacen, con esa inocencia del recién nacido a una idea. Con esa furia que intenta pensar al país como una proyección de todos los deseos y aspiraciones de un proyecto social que no logra concretarse. Y que quizás nunca lo haga.

Sé también que buena parte de ustedes ahora mismo apoyan la campaña contra la Asamblea Nacional recién instalada. Que por pura inercia ideológica insisten en llamar “ilegítima” al nuevo órgano legislativo y con un enorme entusiasmo partidista, promueven todos los actos de propaganda y drama televisivo que difunde el Señor Maduro, en su intento por refundar una “revolución” popular que se tambalea por mandato popular. Lo hacen, con esa insistente perspectiva de “la conciencia de clases” y la supuesta preocupación que el “pasado” volvió a Venezuela. Incluso se habla acerca del “retroceso” que protagoniza nuestro país por tener un poder presidido por la oposición.

¿Realmente se ha detenido a pensar en lo que significa su resistencia a este inevitable cambio que vive Venezuela? Me refiero, apreciado Chavista, a una opinión que no sea el discurso sensiblero y cursi de izquierda histórica que todos los líderes en funciones repiten hasta el cansancio. Me refiero a si usted, como individualidad, como hombre o mujer que debe afrontar la realidad de un país construido sobre las fallas y errores de una progresiva destrucción de una posibilidad ideológica, se pregunta por qué su rechazo a lo que está ocurriendo ahora mismo. ¿Qué le preocupa? ¿El hecho que ocho millones de electores tomaron una decisión que contradice el discurso del poder? ¿La amenaza que supone para su forma de concebir el país que de pronto, esa supuesta minoría despreciada e invisibilizada por el argumento ideológico de pronto tenga una representación real? ¿O se trata del hecho que olvidó en realidad lo que aspira en un país como el nuestro? No le hablo de consignas, deponga el puño. Tampoco quiero escuchar sus largos y conocidos argumentos sobre los errores de una oposición que ha sido convertida en el enemigo político necesario tantas veces como ha sido útil. Quiero que se cuestione usted, como militante, que espera ahora mismo de un sistema político, social y económico que pende de un hilo, que se sostiene en base al enfrentamiento, que demostró sobradamente que es incapaz de hacer otra cosa que preservarse en el poder. ¿Cuándo le convencieron que lo que el gobierno puede ofrecerle es una dádiva? ¿Cuándo le convencieron que el deber gubernamental de procurar bienestar y progreso es un precio a pagar por mantener una cúpula corrupta y convertida en lo que siempre criticó? Usted lo sabe, a pesar que continúe en medio de la “batalla” que el gobierno necesita mantenga para justificar su propia incapacidad de maniobra. Lo sabe cada vez que debe formarse en fila durante horas para comprar a un precio exorbitante los pocos alimentos que un país exhausto produce. Lo sabe cuando debe recorrer durante horas la ciudad en busca de medicinas. Lo sabe y quizás hasta le teme, cuando comienza a comprender que está sobreviviendo en lugar de disfrutar del prometido país que la Revolución le ofreció hace décadas. No necesita admitirlo, tampoco es necesario que lo haga. Porque usted y yo llegamos a un punto de comprensión mutua que nunca esperamos que sucediera: ambos sabemos que el paisaje del país se volvió desolado. Que somos rehenes de nuestras fronteras y de las limitaciones. Que usted, que votó con enorme lealtad por una opción y yo que me le opuse, padecemos el mismo país destrozado y con heridas abiertas.

Respeto y de hecho no me interesan sus motivos para apoyar a Nicolás Maduro y su cúpula, lo que sí, es que quiero recordarle que lo que llama retroceso, en realidad es el primer paso hacia un país normal. ¿A qué llamo normalidad? Al hecho, evidente que finalmente, el país tendrá la posibilidad de comprenderse a través de la contradicción. Que luego de casi dos décadas, usted y yo tendremos un poder autónomo al cual recurrir en caso de necesidad y que hará contrapeso a la preocupante hegemonía de la que el Gobierno disfrutó hasta el seis de diciembre. Que podremos debatir nuestras ideas, las de ambos, en un espacio de igualdad. Que habrá diputados que representen al ciudadano que siempre fue ignorado, vituperado e insultado por el poder en funciones. Que luego de diecisiete años de monólogo ideológico de un grupo de militantes que envejeció en el poder, habrá un grupo representativo de quienes no tenemos voz que le obligará al argumento. Y más allá de eso, nos permitirá a los que no podemos acceder al poder, enfrentarlo también.

De manera que no, no se trata de un retroceso. Que aquí no hablamos si el diputado Henry Ramos Allup es o fue Adeco sino que es uno de los 112 representantes de casi 8 millones de electores que decidieron buscar un interlocutor válido contra el poder. Tampoco si a usted le simpatiza Miguel Pizarro o considera que este país no está “preparado” para una diputada como Tamara Adrián. Hablamos que hay la esperanza de pluralidad. Que siendo adeco, copeyano, psuvista o incluso simplemente opositor de conciencia, el Venezolano podrá reclamar el derecho de ser escuchado, que sus aspiraciones legales y políticas sean tomadas en cuenta. Por tanto le cuestiono ¿Usted considera esta nueva palestra pública un retroceso? ¿Usted considera un paso atrás el hecho que haya voces frescas con un mandato popular para enfrentar el poder? ¿Considera un retroceso que se reconozca de nuevo el valor de la Prensa libre como la nueva Asamblea Nacional lo ha hecho? ¿Considera un retroceso el hecho que esa considerable porción de ciudadanos que el gobierno intentó silenciar por tantos años pueda hacerse escuchar? ¿No se supone que su militancia izquierdista asume el humanismo como vía necesaria? ¿O sólo se trata de una postura política que aspira al control, a la destrucción de la disidencia? ¿No se supone que hay una cierta persistencia sobre la supuesta integridad de quien se llama revolucionario?

Y siendo así, ¿cómo apoya los tejemanejes del Tribunal Supremo de Justicia? ¿Cómo mira hacia otra parte cuando la estafa histórica es para usted también? Hablamos de un grupo de funcionarios que decidieron que la decisión de su voto — incluso si su opción fue la contraria — no es tan valiosa como sus intereses partidistas. ¿Cómo puede confiar su proyecto de futuro a un grupo de juristas que burlan la mínima noción de pluralidad? ¿Cómo puede reclamar a la Asamblea - que busca representarle a usted también — que admita ser vejada y desconocida por una decisión legal conveniente al poder? ¿Cómo puede levantar el puño para defender a un órgano que no sólo usa la ley como arma sino que ahora mismo tiene el objetivo de sesgar la voluntad popular? ¿Cómo puede apoyar, a ciegas, una sentencia irrita e ilegal cuyo único objetivo es sostener el poder absoluto que el gobierno desea detentar? ¿Cómo puede apoyar que durante la peor y más violenta crisis de nuestra historia el gobierno insista en el no-hacer por conveniencia y en la profundización por ideología?

Le recuerdo: cada vez que apoye un acto del Gobierno, recuerde que está apoyando a la misma cúpula que utilizó su voto, buena fe y sobre todo credulidad para reducir al país a una desastre económico sin precedentes. Que cada vez que aplaude las maniobras legales que convalidan todo tipo de tropelías, usted está creando un país donde la venganza y no la ley, imperen. Que mientras usted llora el retiro de un grupo de gigantografías partidistas y se queja amargamente del irrespeto a los símbolos, probablemente un niño esté muriendo por falta de insumos médicos, algún pariente suyo está en cola en busca de alimento, alguien que conoce es asaltado e incluso asesinado. Que mientras usted insiste en que debió “respetarse” un símbolo partidista, el país herencia se hunde un poco más, se hace inviable. Que usted, con su apoyo a un ideal que no existe, será el responsable de la debacle Venezolana que probablemente todos padecemos a no tardar.
Aunque no quiera reconocerlo — en realidad, eso es lo menos importantes — usted y yo somos víctimas. O lo seremos. Si algo es democrático en medio de la situación en que vivimos es la repartición de las penurias, los dolores y las carencias. Corremos el mismo riesgo, nos asomamos al mismo abismo. Caminamos bajo la misma perspectiva y posibilidad. Tanto y usted como yo vivimos en un país donde probablemente haya una bala con nuestro nombre. En un país donde envejecer es un lujo que no todo pueden procurarse.

De manera que, insisto en preguntarle, ¿cuál es la esencia del humanismo que defiende? ¿Cuál es su percepción de la contracultura que insiste le representa? ¿Cómo es que apoya al poder que le usa como útil pieza electoral la cual coloca a conveniencia? No le pido apoye mis ideas, tampoco que interprete el país desde mi punto de vista, sino que asuma su deber crítico. Que no continúe dependiendo de un discurso anacrónico y pugnaz para razonar su forma de comprender la sociedad en que vive. Le pido independencia moral e intelectual. Le pido asuma su deber como Venezolano.

Tal vez se me pueda acusar de indiferente, o que con toda seguridad que no hice lo suficiente para apoyar la intención de crear un país normal, pero nunca de cómplice de lo que sucederá. De la posible destrucción de un proyecto de nación por la terquedad ideológica de un grupo gobernante y sobre todo, esta nociva intención de llamar política al resentimiento cultural.

Sin otra esperanza que reconocer el hecho que ambos somos ciudadanos de un país herido,
A.

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