jueves, 31 de marzo de 2016
Crónicas de la ciudadana preocupada: La culpabilidad histórica de Hugo Chávez.
Hace unos días, durante una conversación, alguien que conozco me aseguro que “Chávez no habría permitido todo esto”, refiriéndose a la gravísima crisis que padecemos en Venezuela y cuyas implicaciones, ahora mismo, son imposibles de predecir. Me lo comentó en un tono de casi tristeza, como si el fallecido presidente hubiese sido algún símbolo de probidad, buen hacer político y tolerancia.
— ¿Cómo se supone no lo hubiese permitido? — pregunté desconcertada. Mi interlocutor se encogió de hombros, con cierta tristeza.
— Chávez sería autoritario, pero era un hombre con una visión política muy clara. Jamás habría permitido que todo esto ocurriera — insistió.
Pensé en todas las ocasiones que Chávez había actuado siguiendo un plan personalísimo de construcción no muy clara, todas las ocasiones en que había tomado decisiones casi espontáneas, apuntaladas en su enorme popularidad y sobre todo, su carisma. Pensé en la manera como había provocado crisis tras crisis, con toda la intención de acumular poder y además, erosionar las bases del piso político de una oposición desprevenida. Pensé en el despilfarro sucesivo de los recursos del Estado, en su imposición de un modelo social y cultural que complaciera su ambición clientelar. Pensé en todas las decisiones que había tomado basadas en el populismo, en el uso del resentimiento como un arma política, en el furor de una concepción de la administración pública basada en la lealtad ideológica. Y de pronto, me irrito la inocencia e ingenuidad del Venezolano, esa memoria corta y selectiva que tantas veces nos ha condenado al desastre y la desesperación.
Por supuesto, no es la primera vez que escucho algo semejante, pero sí, de alguien que jamás apoyó al chavismo y que de hecho, insiste en que jamás votaría por un candidato oficial. Entonces ¿Qué ocurre con esa perspectiva tan distorsionada de Chávez? ¿Por qué esa extrañísima insistencia en celebrar su memoria cuando en realidad lo que vivimos no es otra cosa que la consecuencia directa de sus malos manejos, irresponsabilidad, violencia verbal y personalismo? Quizás sea adecuado recordar, que la gravísima crisis que sufre actualmente Venezuela no es obra de la casualidad, sino de una serie de decisiones erradas, en las cuales la personalísima visión sobre el ejercicio del poder de Hugo Chávez tuvo una directa relación:
Chávez es responsable del caos económico:
No sólo despilfarró el excedente de una improbable y súbita bonanza económica, sino que además, instauró todo tipo de controles, restricciones y limitaciones económicas que devinieron en una economía rota, controlada y agonizante. Fue Chávez quien tomó decisiones políticas sobre la economía, como el control de cambios, expropiaciones y nacionalizaciones de empresa, cuyas gravísimas consecuencias sufrimos hoy.
Nadie lo niega: Cuando Hugo Chávez asumió el poder por primera vez en el año 1999, Venezuela sufría de todo tipo de problemas económicos. Desde un erario público asediado por la corrupción hasta el sempiterno problema de la inflación, la economía nuestro país parecían moverse en medio de indicadores inestables que sin embargo, aún entraban una línea posible recuperación. Gracias al petróleo, las Finanzas públicas se hallaban en un límite que podría considerarse tolerable y además, había la esperanza que con una correcta administración pudiera superarse el creciente déficit fiscal.
Por más de siete años, el país disfrutó de una inesperada bonanza económica: con el precio del petróleo superando los 100 dólares por barril, Chávez disfrutó de una prosperidad improbable que no sólo despilfarró a manos llenas sino que además, utilizó para apuntalar su poder político. A pesar de sus muy publicitados programas de ayudas públicas y su aparente acento en lo social en las que invirtió las ganancias del país, gran parte del excedente en la venta del único producto sobre el cual se sostiene nuestra economía desaparecieron en un complejo sistema de corrupción y clientelismo. Por supuesto, se trató de un sistema que no pudo sostenerse por demasiado tiempo: Una vez que los ingresos extraordinarios comenzaron a decaer, la economía Venezolana se tambaleó y se convirtió en una enorme bomba de tiempo. Los indicadores económicos, distorsionados por una serie de sucesivos controles y directrices basadas en las maniobras ideológicas, implosionó una vez que la enorme maquinaría del Estado no pudo continuar sosteniéndose sobre las bases de los ingresos petroleros.
No se trató de un proceso aleatorio: Chávez utilizó los recursos del país no sólo para incrementar su poder político sino para construir una enorme maquinaria partidista sobre la cual pudiera apoyarse. creo subsidios que pudieran sostener los cada vez más dramáticos índices de pobreza y además, manipuló la gravedad de las restricciones financieras brindando acceso a dólares baratos. Además, invirtió buena parte de los ingresos petroleros en crear una red de apoyo internacional con la cual expandir las fronteras de su proyecto político. Todo lo anterior, fue construido a través de un meditado engranaje de decisiones de corte ideológico, que Chávez tomó en perfecto conocimiento de sus posibles implicaciones y confiando en su capacidad de maniobra política apuntalada en su creciente popularidad. Las consecuencias las sufrimos en la actualidad.
Chávez es el responsable de la crisis institucional y política que vivimos:
Desde su llegada al poder, Chávez se aseguró que ningún líder pudiera enfrentarse a su forma de ejercer el poder. No sólo torpedeó cualquier aspiración de sucesión política sino que además, se aseguró de cerrar cualquier posible contendor político apelando a la lealtad ideológica para sepultar ambiciones de líderes locales y nacionales de cierta relevancia. Por casi catorce años, luchó por construir una estructura de poder donde su figura fuera el eje central y además, imprescindible para la comprensión de la forma como se ejerce el poder en Venezuela.
Como si eso no fuera suficiente, una vez enfermo, Chávez ponderó las opciones para una posible sucesión desde la óptica de cuanto podía beneficiar a su permanencia en el poder la posible figura llamada a sustuirle en el poder por un período de tiempo indeterminado. Maniobró entre opciones basadas en la lealtad y compromiso con su proyecto político y por ese motivo, escogió de entre sus filas, a un Nicolás Maduro de profunda inexperiencia política pero que había probado su lealtad al llamado “Socialismo del siglo XXI” en más de una ocasión. Como si se tratara de una investidura emocional más que política, Chávez designó a Maduro como una especie de sucesor carismático, investido eventualmente de su autoridad sin su capacidad para la maniobra política. ¿El resultado? Un líder débil, que debe batallar no sólo contra sus evidentes limitaciones como actor político sino además, un escenario conflictivo y cada vez más complejo que es incapaz de manejar.
Chávez es responsable de la polarización, división y odio que sume al país en un estado de violencia y pugnacidad cada vez más peligroso:
Sí, nadie niega que Venezuela fue un país clasista, racista y prejuicioso antes de la llegada de Chávez al poder. Pero cabe recordar, que Chávez fue el primer líder político en convertir el resentimiento en un instrumento político por medio del cual no sólo se apuntaló en el poder sino que creó la necesaria ruptura social que todo régimen con aspiraciones autoritarias necesita. Lo hizo a sabiendas de las preocupantes consecuencias que podría traer un enfrentamiento entre Venezolanos. Lo hizo, a pesar de los altísimos índices de violencia en un país roto por la desigualdad.
No sólo se trata del uso del poder como un arma de violencia política, sino la segregación que el disidente y el opositor sufre en Venezuela. Un enfrentamiento que parece recrudecer mientras el Chavismo insiste en ahondar en las diferencias y apostar al juego de la división como única oportunidad de permanecer en el poder. Apoyado en la retórica de Chávez, el Partido Socialista de Venezuela no sólo se asegura de acentuar las grietas en el mapa político cultural de Venezuela, sino de obtener el suficiente provecho de un escenario cada vez más complejo para autopreservarse en el poder. Otra de las tácticas que Chávez utilizó a lo largo de sus sucesivas presidencias.
Chávez destrozó y con toda intención, el equilibrio de poderes en el país:
Usando la enorme marea electoral que lo mantuvo imbatible por casi catorce años y manipulando a voluntad el entramado ideológico que construyó, transformó al poder ejecutivo en un control unificado capaz no sólo de aplastar sino de manipular al resto. Además de eso, convirtió la meritocracia en lealtad debida y sepultó cualquier posibilidad de objetividad en la toma de de decisiones jurídica.
Ejemplos sobran: Hugo Chávez fue acusado en múltiples ocasiones de interferir en el poder judicial y además, de usar todas las armas a su disposición — desde la orden basada en la lealtad ideológica hasta la presión política — para usar la ley como una herramienta de uso indiscriminado al servicio de proyecto socialista. El caso más notorio es quizás el de la jueza María Lourdes que fue arrestada luego de ejecutar una medida legal que contradijo lo que parecía ser una orden directa presidencial. Desde su programa de televisión “Aló Presidente” Chávez denunció lo que llamó “Un complot” para permitir al empresario Eligio Cedeño, acusado de corrupción administrativa pidió el castigo para la magistrada. La orden fue ejecutada días después y la jueza fue encarcelada y torturada por casi dos años. Actualmente, Afiuni está en prisión domiciliaria y su caso continúa siendo uno de los mayores símbolos de la interferencia de Hugo Chávez en el poder judicial, una táctica también utilizada por el Presidente en funciones, Nicolás Maduro.
Chávez hizo escombros el aparato productivo del país:
Chávez, con una sonrisa de hombre fuerte y apoyado por la popularidad comprada a fuerza de petrodólares, expropió cada empresa privada que pudiera representar una competencia laboral para el Estado. No conforme con eso, torpedeó la iniciativa privada, pulverizó la capacidad del Venezolano para cualquier iniciativa sin relación con el sector oficial y se vanaglorió de depurar todas las estructuras de poder, para sustituir profesionales por leales al régimen.
A su muerte, Chávez deja un país con casi todos los sectores productivos bajo completo control del Estado. Chávez no sólo nacionalizó desde el cemento al Oro, sino que además creó una Banca Pública que maneja la mayoría de los fondos privados del país. Además, afianzó y estructuró en una dimensión por completo nueva, el control del Estado en la explotación petrolera, creando empresas mixtas obligatorias. Todo lo anterior tuvo una única consecuencia: Un Estado convertido en una maquinaría ineficiente e incapaces de sostenerse y el aumento exponencial del gasto público.
Chávez transformó al empresario Venezolano en reo de condena:
Chávez permitió un mínimo espacio a las empresas privadas del país y ejerció un férreo control en la distribución de divisas, lo que creó un inevitable desbalance en la cadena de producción, distribución y comercialización de alimentos y productos elaborados en el país. No sólo confiscó, expropió y destruyó toda posibilidad de independencia económica a través de una elaborada estructura de restricciones y limitaciones de orden Fiscal, sino que además lo uso como arma política siempre que pudo. Como si eso no fuera suficiente, demonizó al empresario local, por el sólo hecho de sobrevivir y de intentar mantener empresas funcionales frente al despilfarro y control oficial.
Chávez contaminó con política y sectarismo todas las iniciativas culturales, sociales y de acervo histórico del país.
Desde fundaciones, editoriales, movimientos artísticos y deportivos, Chávez procuró que cada elemento del mapa cultural Venezolano estuviera signado por la lealtad política. Lo hizo usando todos los medios a su alcance para destrozar cualquier aspiración de independencia intelectual y privada que pudiera sostenerlas. Una y otra vez, se aseguró de limitar el espacio de experiencias individuales y privadas, en la búsqueda de la ideologización necesaria para instaurar lo que consideró una necesaria reeducación del Venezolano bajo la perspectiva ideológica de su proyecto político.
Chávez instauró la censura y convirtió la opinión en delito:
Como todo autócrata y Líder Carismático, Chávez odiaba la opinión y la crítica. Y uso la ley para sofocar ambas cosas siempre que pudo. Utilizando la ley como un arma política e ideológica, no renovó la concesión de la señal abierta del canal RCTV, que dejó de emitir su programación en Mayo del 2007. Fue el primero de cientos de medios de comunicación cerrados, encarcelamientos políticos, censura previa bajo un engranaje punitivo que amenaza la libre expresión de las ideas. Al mismo tiempo, Chávez se aseguró de apuntalar lo que llamo “la hegemonía comunicacional” que consideró necesaria promocionar y difundir su proyecto político.
Chávez no permitió remozar la infraestructura eléctrica y en consecuencia, es el responsable de la potencial crisis de proporciones devastadoras que viviremos a no tardar:
Chávez consideró que los servicios públicos del país eran parte de su estrategia política, por lo cual decidió nacionalizarlos y asegurarse que la estructura laboral fuera un ejemplo de lealtad ideológico, lo que provocó que buena parte del talento técnico y profesional fuera sustituido por empleados de probado compromiso socialista. Todo lo anterior se tradujo como un rápido deterioro de la estructuras laborales en industrias encargadas del servicio de electricidad y telefonía local y móvil. Como si eso no fuera suficiente, la inversión en tendido eléctrico disminuyó y además, dejó de priorizarse el mantenimiento y modernización del tendido eléctrico, lo cual desembocó en una crisis de proporciones preocupantes y que actualmente, parece virtualmente incontrolable, donde la responsabilidad de Hugo Chávez es evidente. Como conclusión a todo lo anterior, cito uno de los párrafos del estupendo artículo El colapso eléctrico se asoma en Venezuela www.armando.info.com, que analiza la“El manejo de la crisis eléctrica que atraviesa el país sudamericano tiene dos precedentes: 2003 y 2010. Entonces el gobierno del presidente Hugo Chávez se resistió a racionar a gran escala hasta último minuto, agotando las reservas de agua del embalse de Guri, en el suroriente del país.”
A veces, me preocupa la corta, selectiva y peligrosa memoria del Venezolano sobre su pasado político. Su necesidad de disculpar, ocultar y disimular los graves la travesía de gravísimos errores que nos condujeron a esta gravísima coyuntura histórica. Pienso en eso, mientras camino por la calle y me tropiezo cada tanto con las imágenes amarillentas del rostro de Chávez, cuarteadas por largos días de abandono y finalmente sepultadas en cientos de consignas antiguas y recientes, de la durísima realidad de un país cada vez más desdibujado en sus dolores. Y me pregunto si somos conscientes de nuestra responsabilidad, no sólo del país a fragmentos que soportamos sino de la incertidumbre que nos golpea y convierte en futuro en un paisaje desdibujado y peligroso. Si alguna vez seremos capaces de comprender el alcance de esta indefensión de la mala memoria colectiva y sus dolorosas implicaciones. Y más allá de eso, hasta que punto somos artífices de nuestra pequeña tragedia cotidiana y sus consecuencias.
No tengo respuesta para ninguno de esos cuestionamientos. Quizás nunca las tendré. Y quizás eso sea lo más preocupante de un panorama cada vez más caótico.
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miércoles, 30 de marzo de 2016
ABC del fotógrafo curioso: ¿Cuánto beneficia a un fotógrafo estudiar en una escuela de fotografía?
La discusión surge de vez en cuando entre fotógrafos: alguien habla sobre las escuelas de fotografía — su pertinencia y necesidad — y muy pronto, comienza un encendido debate entre los defensores acérrimos de la idea y los que insisten, en que la fotografía es poco menos que un instinto que solo necesita pulirse con la práctica. Siempre he pensado que en algún punto entre ambas posturas, se encuentra la verdad y aunque yo no sé aún cual podría ser, continuo intentando comprender ambas opiniones. Después de todos, me he encontrado la mayor parte de mi vida entre ambas visiones — fui autodidacta por mucho tiempo y ahora trabajo en una escuela de fotografía — por lo que tengo quizás una manera de comprender el dilema de manera mucho más directa que la que pueda tener un fotógrafo que solo ha vivido una sola de las experiencias. Con todo, la disyuntiva continúa allí y mucho más desde que la fotografía — como arte y técnica — se popularizó y se democratizó de la manera que lo ha hecho durante los últimos años.
De manera que, una pregunta frecuente que suele hacerse cualquier fotógrafo, tanto profesional como amateur es tan frecuente como inevitable ¿Que tan necesaria es la educación fotográfica? Cuestionamiento que de inmediato lleva a otro muy relacionado con el anterior ¿Necesito cursar algún tipo de curso o aprobar asignaturas para llevar a cabo una expresión artística tan privada como lo es la fotografía? La respuesta a cualquiera de ambas cosas es tan complicada como subjetiva y depende de como perciba o bajo qué óptica se comprenda a la fotografía ¿Es únicamente una profesión? ¿ Es solo una herramienta para expresar el lenguaje visual? ¿Cual es el punto medio entre ambas cosas?. Quizás la forma más sencilla de comprender el tema sea analizando todos los puntos de vista y tratando de desmenuzarlos más allá de la opinión y si bajo una idea mucho más objetiva del tema.
Así que ¿Cuales son la mayoría de las inquietudes que tiene el fotógrafo promedio al momento de decidir como estructurar su educación fotográfica? Luego de preguntar y escuchar algunas respuestas, concluí que podrían ser las siguientes:
* ¿Por qué necesito estudiar fotografía? Los grandes maestros no lo hacían: solo tomaban la cámara y fotografiaban.
La fotografía es una ciencia arte muy joven y su profesionalidad, cosa reciente. De manera que sí, es cierto, ninguno de los iconos actuales de la fotografía acudieron a una escuela de fotografía para aprender…probablemente porque no existían. No al menos, como las conocemos actualmente. Pero la gran mayoría de ellos, si cursaron todo tipo de estudios y grados en artes, arquitectura, diseño gráfico y toda una serie de profesiones que les permitieron comprender el lenguaje visual de una manera profunda. También, la mayoría de los grandes Maestros fotográficos tuvieron la oportunidad de trabajar como asistentes de fotógrafos de renombre o con largos años de experiencia en el oficio que les enseñaron una gran cantidad de detalles técnicos y visuales que de otra manera, les habría llevado décadas aprender por si solos. Así que de una manera u otra, los fotógrafos siempre se han educado de la mejor manera posible entre los recursos y posibilidades de los que disponían. Indudablemente, el talento y la pasión por la imagen es un requisito fundamental para todo aquel que quiera llamarse fotógrafo, pero también, necesita pulir esa capacidad de crear para que las herramientas que utilice no sean un obstáculo al momento de crear sino una posibilidad que les facilite expresar las ideas visuales que desea mostrar al mundo.
¿Cual es la respuesta entonces a la pregunta? Estudiar fotografía te facilitará el trayecto en ese largo aprendizaje que tienes por delante como fotógrafo cuando tomas la decisión consciente de dedicarte al mundo visual y al lenguaje de las imágenes. Por supuesto, no todo fotógrafo tiene los medios para permitirse una educación fotográfica como la que aspira: no solo hablamos de costo sino de la disponibilidad — y existencia — de planteles educativos que le permitan acceder a los cursos y talleres que necesita. Aún así, asumir que la fotografía requiere un aprendizaje estructurado y que por tanto, es necesario platearse las posibilidades para recibirla, es una de las maneras de comenzar con buen pie en el mundo visual. ¿No puedes estudiar fotografía en una Escuela? Sé el asistente de un fotógrafo con mayor experiencia, intenta aprender lo que puedas del mundo de la fotografía trabajando y formándote a través del trabajo, la observación y el respeto de la profesión. Recuerda, si deseas que te tomen en serio como profesional, toma en serio tu profesión.
* ¿En qué me beneficia estudiar en una Escuela de fotografía? Soy autodidacta y el verdadero conocimiento está en el mundo real.
Desde luego, la práctica y la experiencia de un autodidacta son de inestimable valor. De hecho, estoy convencida que la gran mayoría de los fotógrafos comenzaron por cuenta propia. La experiencia por supuesto, es una parte sustanciosa de cualquier aprendizaje, pero también lo es el conocimiento estructurado. Tener la posibilidad de responder preguntas, escuchar opiniones de expertos en diferentes especializaciones fotográficas, tener acceso a exposiciones, libros, documentos fotográficos, aprender a utilizar tu equipo de la mejor manera posible, conocer todos los trucos y técnicas que te permitirán mejorar tus imágenes, son beneficios que ofrecen las Escuelas de fotografía. Sobre todo, la experiencia enriquece la visión del fotógrafo sobre su propio desempeño y más allá, su manera de comprenderse como parte de una idea de comunidad. ¿Te parece poco importante? Piénsalo dos veces: La gran mayoría de los grandes fotógrafos compartieron experiencias y en muchísimas ocasiones, dedicaron tiempo y considerable esfuerzo a mejorar su ejecución y su técnica fotográfica como parte de una comunidad. Una escuela de Fotografía te brinda la experiencia y además, te proporciona los medios para que el aprendizaje coherente, efectivo y sobre todo eficaz.
* Como profesionales ¿Existe alguna diferencia entre el fotógrafo que estudia en una Escuela de fotografía o el autodidacta? ¿Hay algún prejuicio al respecto?
En Venezuela — y en varios países también — a un fotógrafo se le considera profesional cuando gana dinero por la comercialización de su trabajo fotográfico. Esa es una idea muy amplia por supuesto y abre toda una serie de preguntas que pueden preocupar a un fotógrafo que quiera entrar en el mercado de trabajo: ¿Cuál es el estándar de calidad que exige para comercializar cualquier imagen fotográfica? ¿Que elementos debo tomar el cuenta al momento de vender mi trabajo? Lo más preocupante es que habitualmente la respuesta no es clara sino un conjunto de elementos y razones que crean una visión concreta sobre el tema.
Pero volviendo al tema de la llamada profesionalidad de la fotografía, los cuestionamientos son complejos y tienen respuesta complejas, claro está. Porque no hay mayor diferencia en el resultado del aprendizaje entre un fotógrafo autodidacta y otro escolarizado — quizás, el tiempo que le puede llevar alcanzar un nivel de preparación lo suficientemente idóneo como para trabajar en el mercado laboral — si pudiera existirlo en la manera como ambos estructura, ordenan y sobre todo, comercializan su trabajo. El mundo fotográfico no es un negocio sencillo, mucho menos un mundo fácilmente comprensible: Cambia todos los días y sobre todo, se hace cada vez más complejo y exigente a medida que crece y obtiene una mayor respetabilidad y reconocimiento. De manera que, el fotógrafo autodidacta debe aprender por cuenta y riesgo propio todos los secretos que le permitirán vender su trabajo a un publico cada vez más amplio y exigente, la forma como recorrer el tortuoso camino de comercializar su producto como marca personal. El fotógrafo escolarizado tiene los medios y herramientas para conocer mucho mejor el mercado, aprender técnicas precisas de comercialización y venta de su producto y sobre todo, alcanzar con más rapidez el estándar optimo de calidad que el mercado requiere. En otras palabras, aunque en esencia no exista mayor diferencia, un fotógrafo autodidacta tendrá que tropezar muchas veces para alcanzar el mismo resultado que un escolarizado en mucho menos tiempo.
* Mi padre, Madre, herman@, espos@ es fotógrafo y lo he visto trabajar, no necesito cursar ningún curso o taller.
Una idea común: obviamente, el fotógrafo que tuvo la oportunidad de educarse junto a otro de mayor experiencia, tendrá una considerable ventaja con respecto a otro que esté intentando aprender por su cuenta. La experiencia señala que este aprendizaje continuo y vivencial ofrece al futuro fotógrafo una visión privilegiada del mundo de la imagen y le permitirá comprenderla con mucha más precisión que alguien que no tuvo la misma oportunidad. Pero aún así, el aprendizaje es individual, es una experiencia personal que dependerá de una serie de factores que tienen mucha relación con la manera como el fotógrafo en formación comprende la imagen o en todo caso, la analiza. La fotografía es un arte — técnica personalisimo, que se perfecciona con la educación, la experiencia y el aprendizaje. Un fotógrafo crece a medida que su manera de crear evoluciona, en su capacidad para expresar ideas coherentes a través de la imagen y sobre todo, durante ese largo aprendizaje tiene mucho de construir una visión personal del mundo visual. Cada una de estas cosas, requiere trabajo, esfuerzo y la mayoría de las veces, una experiencia constructiva de aprendizaje estructurado.
¿Cuando soy profesional de la fotografía? ¿Depende de los cursos y talleres que he tomado? ¿Una escuela de fotografía hará que lo sea más rápido?
Como lo dije más arriba, en Venezuela — y en varios países del mundo — un fotógrafo se considera profesional cuando puede ganar dinero a través de su trabajo visual. Una idea muy ambigua claro está y que deja abierta una serie de posibilidades en cuanto a la estructuración y sobre, cuestionamientos muy válidos sobre la calidad del trabajo que se ofrece y cual es el estándar en que se debe asumir para considerarse parte del mercado Laboral. ¿Depende de los talleres y cursos que hayas tomado? En Venezuela, aún la fotografía no es considerada carrera técnica o Universitaria, como si lo es en países como Argentina, Chile y México, de manera que la respuesta más pragmática sería no. Pero obviamente, una mayor educación, experiencia y dedicación a la fotografía brindará una mayor calidad a tu trabajo y lo hará mucho más mercadeable. De manera que la respuesta a las preguntas podría ser: eres profesional en tanto tu trabajo tenga calidad para venderse y además, conozcas los medios para comercializarlo de la mejor manera posible.
¿Responde esta pequeña reflexión todas las preguntas que tienes sobre una posible escolaridad fotográfica? Supongo que no, pero aún así, te permitirá tener una idea más o menos clara de como podría beneficiarte invertir en tu educación fotográfica de manera directa
martes, 29 de marzo de 2016
Crónicas del lector curioso: Diez libros sobre el luto y el duelo.
Cuando mi abuela murió, la pena me sumió en una especie de vacío insondable que no pude superar por meses. No sólo se trató del dolor paralizante que produce la muerte de cualquier ser querido, sino además la incertidumbre que me produjo asumir el hecho de su ausencia. Una especie de paisaje derruido sin frontera ni confín en el que tuve la sensación vagaba a ciegas. Recuerdo que por meses enteros, me desplomé en una amargura sorda que llevaba a todas partes. No hacía más que llorar, dejé de comer e incluso, perdí el ritmo de mi vida cotidiana. Finalmente, me encontré intentando avanzar más allá de ese lugar a fragmentos que me sofocaba y me aplastaba, sin lograrlo.
Entonces, tropecé con el libro “De Profundis” de Oscar Wilde. Recuerdo que en mi necesidad de consuelo, comproba docenas de libros semanales que iban a parar a la mesilla de noche y allí permanecían sin abrir. Y “De Profundis” no fue la excepción: lo arrojé en la pila siempre creciente y lo olvidé por el suficiente tiempo como para sorprenderme cuando volví a encontrarlo. Era casi la madrugada de una de mis largas noches de insomnio y miré el libro con un leve desconcierto. Nunca me había interesado demasiado aquella larguísima carta de dolor y sufrimiento que Wilde le había dedicado a su amante traicionero. Tenía la impresión era un documento un poco críptico, violentado por la angustia y el dolor de un hombre sorprendido por el horror, tan lejos de la obra previa de su autor que era toda una rareza literaria. Abrí la primera página con cierta desconfianza, preguntándome qué tendría que decirme Oscar Wilde sobre el sufrimiento que pudiera conmoverme en un momento tan duro de mi vida. Qué tanto podría aprender sobre sus reflexiones y delirios, tan poco comprensibles para mí.
Resultó que no sólo tenía mucho que decir, sino que gracias a “De Profundis” de alguna manera comencé a analizar mi dolor desde un nuevo punto de vista, algo que no siempre resulta sencillo y es probablemente el primer paso para toda curación espiritual. El libro, duro, descarnado, una visión profunda y descarnada sobre la decepción y el desconcierto existencial, no sólo me demostró que el sufrimiento es parte de la naturaleza humana y también, una etapa inevitable dentro de todo crecimiento intelectual. Eso, a pesar que el tono derrotista de la novela y su profunda decepción sobre la belleza y el poder de la pasión describen la realidad del dolor humano desde un punto de vista desalentador. Pero a pesar de eso, reconocerme en la angustia profunda de Wilde, en su completa pérdida de esos elementos privados que construyen nuestra perspectiva íntima sobre el mundo, me alivió. Me reconfortó como no lo había hecho ninguna palabra, consuelo, la compañía de nadie más. Lloré con el libro entre las manos, abrumada por esa pena compartida a través de hojas y siglos, de esa sensación de pérdida que Oscar Wilde describe con minucioso detalle. Y aunque él se enfrentaba a la desesperanza debido a una debacle emocional y yo al luto de la muerte de un ser querido, encontré que la tristeza tiene una línea en común que puede unirnos a todos, que se sostiene y se elabora a través de ideas consecuentes sobre el temor al olvido, la soledad y la angustia privada. Con su estilo preciosista, en ocasiones ampuloso pero siempre extraordinario, Wilde me habló sobre la vida y la muerte, la pesadumbre y la capacidad para el dolor mejor de lo que nadie lo había hecho hasta entonces.
Por supuesto, no podría asegurar que recuperé la cordura y la tranquilidad espiritual debido a que leí “De Profundis”. Pero sí debo reconocer que su lectura me permitió plantearme interrogantes privadas gracias a las cuales, tome decisiones concretas sobre lo que deseaba hacer con mi vida a continuación. Poco a poco, superé el estado de completa postración en el que había estado hasta entonces y me permití la posibilidad de comprenderme de una manera distinta. Mirando hacia atrás, siempre estaré convencida que el libro me dió el empujón que necesitaba para sobrevivir a mi sufrimiento.
Inspirada por ese recuerdo, decidí hacer una recopilación de los libros que sin duda, podrían brindar un nuevo significado al sufrimiento emocional o mental y que sin duda, podrían ayudar a su mejoría. Una lista corta, irregular y sin duda incompleta, pero donde intento recopilar las mejores historias que podrían no sólo consolar la pena como una forma de comprender el mundo sino ayudar a construir una nueva forma de asumirlo. ¿Y cuáles podrían ser esas pequeñas visiones sobre el dolor de inestimable valor? Quizás las siguientes:
* Lo que no tiene nombre de Piedad Bonett:
Descarnado, crudo y extraordinariamente bello, se trata de las crónicas de lo que vivió la escritora luego del suicidio de su hijo. No sólo es una mirada profunda al sufrimiento espiritual y moral de una madre que debe enfrentar la pérdida desde lo imprevisible y devastador, sino además, una reflexión sentida y sin cortapisas sobre el miedo, el duelo y el miedo que subyace bajo su angustia existencial. Con una prosa sincera y emocional, la autora recorre no sólo el abismo privado que ocasionó la pérdida de su hijo, sino sus implicaciones. Se plantea interrogantes sobre la naturaleza del dolor y sobre todo, esa profunda necesidad de comprendernos y sobrevivir al sufrimiento que todos descubrimos nos une en crisis personales especialmente duras. Un documento de invaluable sobre el horror de la ausencia, el recorrido hacia la necesidad de enfrentarse a ella y finalmente, esa serenidad desigual que proporciona mirarnos desde el otro lado de una tormenta personal de consecuencias imprevisibles.
La hora violeta de Sergio Molino:
Otro libro testimonial sobre la devastación emocional de la muerte de un hijo, pero mientras Piedad Bonett describe con su prosa exquisita el mundo que sobrevive a lo impensable, Del Molino medita sobre la paternidad desde una perspectiva cálida y sensible. Escrita como una sentida despedida a la memoria del hijo difunto, Del Molino se debate entre la soledad de su historia personal mutilada por la muerte y la forma como asume su cualidad inevitable. Una y otra vez, el autor se mira así mismo como parte de una idea mucho más grande a la cual sobrevive y además, forma parte de su futuro. A pesar del sufrimiento emocional, Del Molina plantea la idea de la esperanza que sobrevive a la tragedia y sobre todo, el poder del espíritu humano para enfrentarse al sufrimiento.
Di su nombre de Francisco Goldman:
El escritor Francisco Goldman se encontraba nadando en una playa pública junto a su esposa, cuando una ola los golpeó a ambos, matándola a ella casi de manera instantánea. El libro “Di su nombre” es la crónica no sólo de la muerte inesperada, del dolor insoportable, sino lo que vino después, una mezcla de pesadilla y duelo absoluto que sumió a Goldman en la absoluta desesperación. Un libro de extraordinaria belleza, que no sólo evoca las raíces del dolor humano — la vulnerabilidad de no comprender la mortalidad de quienes amamos y la propia — sino ese lento descenso a los infiernos que puede provocar cualquier luto. Contada a trozos y fragmentos que en ocasiones parecen no encajar, “Di su nombre” cuenta la depresión en la que Goldman cayó luego de la muerte de su mujer y además, esa necesidad suya de autodestrucción que convirtió los meses posteriores en un suicidio consciente. Finalmente, luego de un accidente en el casi muere, el escritor comenzó a replantearse su propia existencia: es entonces cuando comienza a escribir el libro. Un alegato sobre la desesperanza, la angustia y el vacío de la existencia tan extraordinario en su valor literario como en su belleza emocional.
Mi libro enterrado de Mauro Libertella:
La muerte en ocasiones, es mucho más que el dolor de la ausencia física: es un replanteamiento a trazos forzados sobre nuestra propia vida y la capacidad que tenemos para enumerar los dolores personales y confusos que parecen de pronto hacerse más claros y evidentes luego de la tragedia. Mauro Libertella no sólo analiza el tema desde una perspectiva fresca y directa, sino que además medita sobre las implicaciones del luto y la angustia, mezcladas con sentimientos mucho menos comprensibles como la amargura y la decepción. En clave de reflexión personal, el autor se pregunta luego del fallecimiento de su padre — el extraordinario escritor Héctor Libertella — cómo puede sobrevivir a su sombra y sobre todo, cómo puede luchar contra su recuerdo y su enorme influencia sobre su presente y futuro. Una extraordinaria mirada a la ausencia desde el desconcierto y el miedo sempiterno de comprender nuestra identidad.
Canción de tumba de Julián Herbert:
Con una enorme delicadeza, Julián Herbert analiza su relación con su madre en un diario íntimo donde apunta no sólo su personal punto de vista sobre el dolor y la angustia, sino también la complicada convivencia entre ambos. Lo hace mientras su madre agoniza unos pocos metros más allá, en la cama del hospital y deteniéndose con frecuencia en su narración para cuidarla. Todo lo anterior convierte su relato no sólo en una perspectiva única sobre la pérdida y la angustia moral, sino en una revisión concienzuda sobre los intrincados lazos que nos unen a quienes amamos y forman parte de nuestra vida. Conmovedor por momentos, desconcertante en otros el relato avanza con buen pulso hacia una conclusión elemental y no por ello menos importante que el autor celebra en cada palabra: Somos quienes amamos.
El año del pensamiento mágico y Noches azules de Joan Didion:
Una dupla extraordinaria y por momentos escalofriante sobre la muerte y el duelo. Y es que no sólo se trata de relatos separados que funcionan como espejos de una única historia, sino que además cuentan la lenta debacle emocional de la autora, que primero enfrenta la muerte de su esposo y después, la de su hija. Las devastadoras experiencias parecen completarse así mismas y de un libro a otro, estructurar una especie de mapa sobre el dolor y la agonía emocional. No obstante Didion no se regodea en la angustia y las cientos de implicaciones del duelo, sino que convierte ambos libros en una alegoría extrañamente sincera sobre el luto y más allá de eso, la manera en que podemos sobrevivir a nuestras peores tragedias.
Mi abuela, Marta Rivas González de Rafael Gumucio:
Para Rafael Gumucio su abuela fue no sólo una madre sustituta sino un personaje de enorme implicación en su vida. Como una super presencia que abarcó no sólo su niñez sino cada momento de enorme valor existencial, Gumucio no sólo narra su visión sobre la especialísima relación que les unía, sino también su muerte. Una revisión de extraña belleza sobre la perspectiva de la ausencia y el sufrimiento hacia la muerte inminente de quien amamos. Obra mínima e intimista, asombra por su conmovedora delicadeza pero sobre todo, su acierto al hilvanar los vínculos emocionales y personales como una especie de espiral interminable que sustenta la identidad.
Tiempo de vida de Marcos Giralt Torrente:
También desde la perspectiva del que sobrevive a un afecto de capital importancia, Giralt analiza la pérdida desde el recuerdo. Con un pulso exquisito y un buen gusto literario que por momentos sorprende y conmueve a partes iguales, el escritor avanza en la narración de la compleja relación que sostuvo con su padre con una mirada certera sobre la influencia que tuvo en su identidad y sobre todo, ese reflejo que fue de si mismo durante su vida. Una obra durísima y de enorme belleza, que no sólo elabora una curiosa mirada sobre los elementos que cimentan el luto sino también, la abrumadora soledad del que sobrevive.
También esto pasará de Milena Busquets:
Exquisita, por momentos irritantes, pero siempre con la capacidad de cautivar, la novela de la traductora Milena Busquets es quizás inolvidable por su necesidad de comprender el luto desde sentimientos tan dispares como la ira y la sátira cruel. Contada en clave levemente epistolar — aunque en realidad, es una narración circular que construye su propio laberinto de ideas — la novela elabora un elegante tapiz sobre los recuerdos, el dolor y la tristeza, pero que a pesar de eso, la vida continúa. Y lo hace en un hedonismo cercano a la pasión y a la decadencia, en un juego de espejos donde el luto y el sufrimiento parecen ser sólo piezas que justifiquen el vacío existencial que la muerte deja a su paso. No se trata de una visión tradicional sobre la muerte ni busca serlo. De hecho, la misma Milena Busquets, describe la novela como una carta de amor a su Madre Muerta, una visión profundísima sobre los lazos que nos atan a la nostalgia y una fervorosa rebelión contra la desesperanza. Toda una joya literaria.
Una lista corta sin duda y como dije incompleta, que no logra reunir todos los libros que pudieran simbolizar un consuelo parcial — una visión nueva, recurrente o simplemente balsámica — sobre el tema de la muerte. Aún así, son reflejos literarios de quizás esa visión de la muerte que todos tememos y que de alguna forma, se construye con piezas y elementos olvidados. Una noción sobre la pérdida basada en nuestros temores y más allá de eso, nuestra necesidad de sobrevivir a nuestra personal manera de comprender la soledad. Una forma de esperanza, quizás.
lunes, 28 de marzo de 2016
La lucha de dos iconos: Lo bueno, lo malo y quizás lo feo de #BatmanVsSuperman
“Yo soy un peligro político. Tú eres una broma”
Batman a Superman en Batman:El regreso del Caballero Oscuro, de Frank Miller
Se suele decir que Superman es la encarnación moderna de lo que antiguamente fueron los Dioses grecorromanos. Que con su poderes ilimitados — y en ocasiones absurdos — , su extraña mezcla de humanidad y algo parecido a la una divinidad forzada, representa lo peor y lo mejor del ser humano. No obstante Superman — el símbolo — parece ser incluso más que eso: es la representación del sueño americano, una figura luminosa que brindó al país una metáfora sobre el optimismo en los oscuros años de la Postguerra. Más allá de eso, Superman es una idealización moral inquietante, que eleva los principios y dilemas del hombre común a una dimensión inalcanzable.
Por el contrario, Batman es violento, tenebroso y sobre todo, ambiguo. A pesar de que su origen es similar al de Superman — la muerte violenta de ambos progenitores — el hombre Murciélago no tiene la necesidad de cumplir un canon ético, sino que construye el propio. Al contrario que el héroe de Metrópolis, Batman se debate entre sus dolores y la responsabilidad moral que asume sin quizás prever sus consecuencias. Así que mientras Superman se cuestiona si el bien es algo más que una postura intelectual, Batman legitimó la estrategia y la cólera como una forma de comprenderse así mismo y la manera en que lucha contra el crimen en una ciudad complicada como Gotham. Un símbolo de una cierta concepción del mal necesario.
Visto así, ambos héroes se encuentran en extremos contrarios del espectro: Superman es una aspiración y Batman, una interpretación humana del dolor y la venganza. Como bien comentó David Macho, guionista español que tiene el honor de ser el único ibérico que escribió un cómic de Bruce Wayne, no es sencillo comprender al justiciero de la máscara negra: “Mientras Superman representa un objetivo inalcanzable de bondad que tememos plantearnos, Batman es la encarnación del poder de la inteligencia y el dolor humano. Planos superpuestos uno sobre otro”.
Quizás por ese motivo, el hecho de llevar a la pantalla la batalla entre ambos íconos es desde su origen, un planteamiento que conlleva un considerable riesgo. No se trata sólo que Superman y Batman son expresiones paralelas de una idea única, sino que incluso sus respectivos contextos parecen acentuar la diferencia hasta crear puntos de vista diametralmente opuestos: Mientras Gotham es una ciudad oscura, violenta, árida y peligrosa, muy parecida a la Nueva York de los años ’70 inmortalizada por Scorsese, Metrópolis es limpia optimista y casi ingenua. Ciudades espejos protegidas por héroes a su imagen y semejanza. Creaciones utópicas y distópicas de una interpretación que insiste en analizar la luz y las sombras a la periferia de cada uno de nosotros.
¿Cómo crear una película que pudiera abarcar ambas ideas sin menospreciar alguna en beneficio de la otra? ¿Como construir una visión sobre épica basada en un personaje tachado a menudo de bidimensional como Superman y otro que tuvo que adaptarse al gusto cinematográfico y sus transformaciones, como lo es Batman? ¿Puede una única propuesta visual contenerlos a ambos, contraponer ambas visiones sobre el hombre y su noción sobre la verdad, la justicia y el dolor?
Frank Miller lo logró con enorme éxito en su cómic de culto: Batman: The Dark Knight Returns. La miniserie, dividida en cuatro volúmenes, logra captar la oscuridad del Vigilante de Gotham y lo enfrenta directamente contra el bien ideal, encarnado por Superman. En el cuarto capítulo — Batman: La Caída del Señor de la Noche — Superman se enfrenta contra Batman en una pelea extraordinaria, donde no sólo parecen enfrentarse como individuos, sino como metáfora de algo mucho más grande y colosal. Para Miller, el hecho del bien ambiguo encarnado por Bruce Wayne parece construir un punto de vista nuevo sobre la concepción de la lucha por ideales que de pronto, no parecen tan claros. Superman en cambio, insiste en el bien absoluto, pulcro. Una moral extraña a la cualquier concepción humana.
Quizás por ese motivo, la película de Zack Snyder, donde finalmente ambos Superhéroes se enfrentan en pantalla, divide opiniones. Como si se tratara de un reflejo de los temas que tocan y profundizan los personajes, nadie parece saber muy bien cómo catalogar que ha sido catalogada desde basura comercial hasta una película imprescindible para todo amante de la cultura Pop. En medio de ambas perspectivas — radicalizadas en medio de una lucha de críticas cinéfilas y una fervorosa respuesta de los fans — la película de Snyder parece encontrarse a medio camino entre haber logrado el propósito de sintetizar la personalidad de Batman y Superman en una alegoría fastuosa y sólo decepcionar. ¿Lo logró el director? ¿Pudo Goyer como guionista crear un fresco lo suficientemente amplio y bien ensamblado sobre los extremos que representan Superman y Batman?
Quizás la mejor manera de entender una película con tantas ambiciones y resultados fallidos sea analizando punto por punto lo que la hace extraordinaria y lo que definitivamente, afectó la estructura de lo que pudo ser la mejor propuesta del cine de Superhéroes hasta la fecha. De manera que vale la pena preguntarse: ¿Cuáles fueron los puntos buenos y malos de una pieza fílmica que ha generado un debate confuso y apasionado? Con toda seguridad, los siguientes:
Lo bueno
Otra visión del hombre de Acero:
La película “Batman vs Superman” es deudora directa de “Man Of Steel”, desde donde recoge la mayor parte de sus puntos argumentales y los analiza desde una perspectiva nueva. Y lo hace con enorme acierto. Desde esa transformación sucesiva de Superman de un hombre ingenuo a otro atormentado por el dolor y la confusión, hasta ese planteamiento enorme sobre la raíz del conflicto que atraviesa y que por primera vez, parece golpear la figura mítica de un héroe hasta ahora sin doblez. El Superman de Snyder (encarnado con gran sutileza por un Henry Cavill ponderado y contenido) está lleno de impotencia y horror. Hacia la responsabilidad que supone proteger a la humanidad de si misma y enfrentarse a las expectativas y temores que se reflejan sobre él. Quizás por ese motivo, el Superman de Snyder se comprende mejor en los silencios que en los pocos — y en ocasiones, lamentables — diálogos que el guión le brinda. Y es que este Superman hierático, pensativo y desconcertado es una percepción inédita de un héroe que hasta el mítico Frank Miller, tachó de inalterable. Snyder logra no sólo brindarle un lado humano de inestimable valor sino de una profundidad que por momentos, conmueve.
Es una película de Superhéroes adulta:
Asombra los niveles de épica violencia que alcanza la película, que la convierten quizás en la revisión más contundente del género hasta la fecha. Se trata de un panorama de miedo y odio que no sólo beneficia el tono general de la propuesta sino también la atmósfera. Snyder maneja con pulso preciso no sólo las múltiples facetas con que dota a sus personajes, sino que los convierte en interpretaciones de un tipo de visión sobre la heroicidad pocas veces vista. Ni Superman ni Batman parecen especialmente felices ni cómodos con el papel que les ha dado la historia. Atormentados, abrumados y sobre todo, convertidos en símbolos involuntarios de ideales difusos, Batman y Superman batallan no sólo sobre lo obvio, sino sobre esa consideración directa sobre lo que es esa necesidad de proteger a la humanidad de sus grietas, sin lograrlo. Y mientras el Superman de Snyder parece sofocado por el dolor y la inconformidad, su Batman batalla con crudeza, sin atenerse a miramientos. En una película donde todo involucra a sus dos personajes, esa percepción resulta un triunfo argumental que se agradece, a pesar de sus múltiples errores de forma.
La atmósfera oscura y decadente:
Snyder escogió para su película crear una atmósfera durísima sobre el contexto de los personajes y además, le agregó un ingrediente de pura decadencia que convierte a la película en un espectáculo pesimista. A pesar de los múltiples problemas de guión, el director logra sostener la película sobre una percepción aumentada del sufrimiento de sus dos protagonistas. Desde el génesis de Batman — versionado por enésima vez con una cuota de nostalgia innecesaria — hasta el rostro pétreo de un Superman confuso y cansado, la película no tiene remilgos en apuntar directamente al centro de lo que parece ser la propuesta del film y la futura saga que engendra: aquí nada será sencillo, luminoso ni agradable. La estructura se maneja desde las sombras, desde las vicisitudes humanas y avanza hacia un núcleo de sufrimiento real que el director supo mostrar a través de plano secuencias tenebrosos y una percepción pesimista de sus personajes. Una vuelta de tuerca original que dota a la película de una personalidad única.
Una violenta revisión al Batman cinematográfico:
Durante meses se criticó muchísimo la elección de Ben Affleck como Batman: se habló sobre su blandura actoral, su apariencia física de chico bueno e incluso, se habló sobre su incapacidad para comprender la psiquis de un personaje tan complejo como el hombre Murciélago. De manera que sorprende gratamente que su versión de Batman no sólo sea lo mejor de la película, sino la piedra angular sobre la cual se sostiene una película que por momentos parece flaquear en sus puntos más frágiles. El Batman de Affleck es el más parecido al cómic de todas sus revisiones cinematográficas: Violentísimo y definitivamente convencido de la necesidad de esa violencia. Desde la primera escena, el Batman de Snyder elabora una percepción sobre lo que vendrá a continuación desde una suprema angustia y rabia: Bruce, testigo de excepción en medio de la batalla de Zod y Superman, mira hacia el cielo y en esa única mirada se trasluce toda una declaración de intenciones. El vigilante de Gotham sabe que Superman es un tipo de amenaza que debe ser detenida y destruída. Sin cortapisas o disimulo alguno, Batman se convierte en enemigo de ese Semi Dios flotante por la mera idea de lo que puede significar.
Y tanto Affleck con una estupenda actuación como Snyder con una mirada pulcra sobre el héroe oscuro, lo muestra con enorme solidez. Batman se convierte no sólo en la mirada del público, que contempla a Superman sin comprender en realidad que es o cuales son sus intenciones, por lo que Snyder le concede no sólo estupendas escenas sino también, cortos diálogos que consiguen descifrar esa extraña percepción del hombre murciélago sobre el bien y el mal. Sobre todo, el guionista Chris Terrio se preocupa por profundizar en las ideas claves sobre el poder y la justicia que Batman predica y cuestiona a cada paso. Asombra además, el diseño visual del personaje — robótico, rígido, casi una armadura de hormigón — que no sólo lo convierte en una criatura inhumana y fatídica, sino en una a la que hay que temer. No hay un sólo momento en que el espectador se cuestione si Batman podrá enfrentarse a Superman. Y cuando lo hace, las expectativas son sobradamente satisfechas.
Una espléndida Wonder Woman:
La sorpresa de la función: La debutante Gal Gadot deslumbra por su buen hacer con un personaje que apenas aparece en medio de la conflagración entre Superhéroes, pero que se convierte en centro de atención por su solidez y elegancia. Gadot no sólo imprime a Diana Prince misterio y osadía, sino que además, crea un personaje poderoso que se sostiene a pesar de sólo aparecer en unas cuentas escenas. El personaje, ninguneado por décadas y que hace su primera aparición en la pantalla grande, sorprende por encarnar no sólo las cualidades que hereda del cómic sino además, sustentarlas por lo que parece ser un promisorio primer paso hacia su propia historia.
Un corrosivo Alfred Pennyworth:
El extraordinario actor Jeremy Irons encarna al clásico Alfred con un toque de sofisticación y buen gusto que se agradece. Alejado de paternalismos innecesarios, continúa siendo la conciencia de Batman, con un estilo corrosivo e irónico que se sostiene momentos álgidos dentro de la trama. Además, Irons actúa como catalizador de la violencia de Batman. De esa noción furiosa y elemental del héroe en busca de la redención a través de la amenaza. Impagable los diálogos de puro humor británico que el guionista Chris Terrio brinda al personaje.
Las referencias directas al cómic, sobre todo a la serie escrita y dibujada por Frank Miller:
La película está llena de escenas de extraordinaria riqueza visual, calcadas del cómic en el que bebe la mayoría de sus referentes y las películas animadas basadas en la obra de Miller, el Caballero Oscuro. Snyder no sólo es un evidente amante del mundo del Cómic sino que además disfruta al plagar de referencias visuales y estructurales su film. Por supuesto, por si sólo la numerosa cantidad de metamensajes y todo tipo de pequeñas alusiones al Universo DC no son suficientes para apuntalar la solidez de la trama.
No obstante, asombra la minuciosidad de la visión Snyder sobre las tramas argumentales que maneja y sobre todo, la forma como elabora con enorme pulso pequeños juegos de espejos que el fanático sin duda agradecerá.
Lo malo
Un Guión irregular y lleno de innecesarios vacíos:
Lamentablemente, quizás el punto más bajo de una película que se sostiene sobre una lucha conceptual, es su guión. Discordante, incompleto, blando y en ocasiones inconexo, el planteamiento de Batman vs Superman como historia falla en más de un ocasión y de manera aparatosa. Se trata de un caos a nivel de ejecución narrativa, donde los espacios vacíos parecen rellenarse con una sucesión de escenas sin mayor consistencia. De la misma forma en que Nolan apeló al corte secuencia rápido para apuntalar el ritmo de su obra, Snyder lo hace también, pero sin el mismo éxito. La película intenta abarcar tres historias en paralelo y no logra profundizar en ninguna. El resultado es una serie de escenas sin cohesión alguna, que se superponen en una confusión narrativa que resulta por momentos tediosa. Con giros argumentales superficiales, gratuitos y por momentos por completo previsibles, la película se desploma lentamente en una pirotecnia visual que se agradece y se disfruta, pero que no logra sostener la propuesta entera.
Eso, a pesar que Snyder compone un tramo final acertadísimo y coreografía lo que es quizás, la secuencia de lucha y acción más pulcra vista en el cine de género por mucho tiempo. Pero a pesar de eso, la película decae, tiene momentos por completo absurdos y otros que sólo se justifican por exigencias de producción que torpedean lo que pudo ser un buen resultado general. Especialmente lamentable la manera como el guión es incapaz de construir una visión múltiple sobre Superman y Batman enfrentados por ideales disímiles y contradictorios. Al momento de analizar por fin el motivo que sostiene el concepto general de la película, la trama languidece en una serie de clichés y giros facilones que destruyen su unidad temática con lamentable facilidad.
Un fatuo Lex Luthor:
Jess Eisenberg decepciona por completo en un papel plagado de tics y muecas absurdas que no termina de construir en realidad a pesar de sus esfuerzos. Llamado a ser un villano que encarnará la envidia y la avaricia que el poder incomprensible de Superman representa, se convierte en un personaje blando y superficial sin mayor motivación que el odio infantil por la superioridad física del héroe de Metrópolis. Eisenberg crea a un Luthor superficial, torpe e banal, que atraviesa la película en una colección de pequeños gestos nerviosos que intentan completar lo que la actuación intelectual no logra. Al final, el mal mundano y retorcido de Luthor, se transforma en una excusa para la acción de la película y jamás logra conectar como objetivo de la concepción d la maldad como consecuencia el miedo.
El Ritmo Irregular de la narración:
Basada en la violencia y la oscuridad, la película parece no ser capaz de sostener el discurso que propone. Y no lo logra, al decaer en momentos álgidos o de capital importancia. Tal pareciera que la película intenta no sólo abarcar líneas argumentales que no tiene la intención de completar sino que además, lucha con una cierta tendencia a la divagar del temor. Con docenas de escenas conectivas apiñadas en secuencias caóticas, la película no logra cohesionar todas las perspectivas que maneja en una única percepción, lo que la convierte en una serie de piezas rotas que no llegan a encajar y mucho menos sostenerse ante la avalancha de pirotecnia visual que maneja. Se trata de un blockbuster a toda regla y aunque eso no sería criticable a priori, si lo es la manera en que desmerece el buen trabajo técnico y creativo que intenta sostener a la película, sin lograrlo en todas las ocasiones.
La deficiente dinámica entre Batman y Superman:
Directamente relacionado con sus fallas de guión, Batman vs Superman falla al no lograr crear una comprensible idea que sostenga el enfrentamiento entre ambos íconos. No hay transición entre la percepción de este Superman cabizbajo y tambaleante y el estricto moralista que se enfrenta a Batman. Tampoco en los motivos que cimientan la extraña dinámica entre ambos personajes, que parecen ser enemigos más por requerimientos de guión que por verdaderos y fundados motivos. Y aunque ambos actores intentan brindar solidez a una batalla de ideales que el guión no muestra, los esfuerzos de Cavill y Affleck no son suficientes para brindar credibilidad al antagonismo que supuestamente apuntala la historia. La trama, mal desarrollada y construida sobre sus debilidades, es incapaz de explicar el motivo por el cual dos idealistas — ambos en lados distintos del espectro — deben enfrentarse en una guerra a muerte sin mayores consecuencias. Incluso el conflicto humano — que Snyder sugiere pero no logra construir con suficiente solidez — sabe a poco en medio de la colosal sucesión de efectos especiales y escenas cortísimas que torpedean la interacción. Tal pareciera que Snyder no permite a sus personajes desarrollarse lo suficiente como para explicar sus motivos — humanos e incluso conmovedores — y abarcar algo más que una sucesión de clichés sin demasiada sustancia.
¿Explica las razones anteriores el debate que suscitó una película que nació para construir toda una serie de visiones espejo sobre si misma? Quizás no, pero en resumidas cuentas, ya es bastante claro que el Universo de DC cómic tomó personalidad y comienza a construirse así mismo desde esta perspectiva oscura y tétrica. Una apuesta arriesgada sin duda pero que también, garantiza que lo vendrá a partir de ahora sin duda será digno de verse. O al menos debatirse lo mejor que se pueda.
domingo, 27 de marzo de 2016
El brillo de las estrellas olvidadas y otras historias de brujería.
La primera vez que celebré el solsticio de Primavera lo hice en brazos de mi madre, siendo un bebé de cuna. No lo recuerdo por supuesto: sólo tengo una fotografía sobre esa noche y unos cuantos relatos familiares. Y también, una profunda sensación de añoranza que no sé muy bien donde podría encajar: fue una de las últimas veces que ambas compartimos un ritual de brujería juntas, lo cual es un pensamiento triste y quebradizo. Siempre que se lo recuerdo, ella parece profundamente incómoda e incluso, irritada por mi insistencia en rememorar la ocasión.
- Sabes lo que pienso sobre eso - me dice con severidad. Se inclina sobre el plato de la cena, sacude la cabeza - no es algo que forme parte de mi vida como para insistir en hablar sobre eso.
Me incomoda su tono de voz pero sobre todo, la manera como todo su cuerpo se pone rígido, como si la mera mención a la celebración le provocara un malestar invisible. Mientras mastico levemente un trozo de pasta de la fuente que compartimos, me pregunto si debo insistir. Si debería explicarle lo mucho que me preocupa el silencio entre ambas, ese espacio sensible que nunca debatimos en realidad. Se trata de un pensamiento doloroso y que he tenido en más de una oportunidad - tantas veces, incontables - mientras crecía. Ahora, adulta y bruja, la actitud de mi madre hacia las creencias que compartimos me parece inaudita.
- Pero no se trata de nada grosero - vuelvo a la carga - sólo que me gusta tener una fotografía de ambas en una ocasión tan importante para la familia.
La fotografía la encontré hace poco revolviendo las viejas cajas que traje cuando se vendió la casa de mi abuela. Había imágenes de todos nuestros parientes, en albumes y marcos de metal, otras perdidas entre hojas de libros, flotando en medio de objetos sin nombre y sin recuerdos, rotas en medio del estropicio de tiempos mejores, olvidados y perdidos. Las recopilé una a una, las ordené contemplándolas con una profunda y rara nostalgia. Y entonces, allí estaba: la única fotografía que mostraba a mi madre en el traje blanco de las ceremonias, con el cabello trenzado, la coronilla de flores apretada en la sien. Lleva un bulto envuelto en tela clara entre los brazos. Apenas me reconozco en el bebé de mejillas rosadas y cabello abundante que muestra la imagen.
- Para ti, es una ocasión importante. Para mi es un recuerdo.
No entiendo como puede desdeñar su propia historia con tanta facilidad. Desde que la encontré, llevo conmigo la fotografía a todas partes. La miro de vez en cuando, disfrutando de ese fragmento congelado y recuperado entre cientos de remembranzas parecidas, de palabras y escenas que se escapan del ahora y crean el pasado a fragmentos de melancolía. En la imagen, el jardín antipático de mi abuela tiene un aspecto frondoso y salvaje, con su maleza mal cortada sobresaliendo aquí y allá. Y en medio de la multitud borrosa a espaldas de mi madre, hay algún que otro rostro que reconozco. La bisabuela mirando con su acostumbrada sonrisa burlona. Mi petulante prima M. sosteniendo las cintas de colores entre las manos. La primavera en medio del Verano perpetuo de mi ciudad Caribeña. Y sonrío, de pura maravilla, de comprender la historia entre las historias, de encontrar la belleza en cientos de palabras silenciosas e imágenes a medio construir. Las brujas, eso somos. Las mujeres que dieron sentido a mi vida.
- ¿Cómo puede ser un recuerdo? - insisto con los ojos muy abiertos y asombrados - creciste siempre bruja, te educaste en la brujería. ¿Cómo puedes olvidarlo?
- La religión no te define - tercia mi madre intentando mantener la calma. Pero noto la furia llenándole las mejillas. Los ojos entrecerrados de un pesar colérico que me lleva esfuerzos comprender - Creí, lo abandoné. Ahora soy alguien más.
En una ocasión, mi abuela - la sabia, la bruja - me contó que toda mujer es bruja, aunque no lo sepa. Aunque huya en sentido contrario al fuego de su espíritu, que se empeñe en escapar de la sabiduría del viento y del agua. Que no recuerde el tiempo de la Luna en su mente, las miles de palabras que crean un camino de sabiduría y conocimiento. Que toda mujer es bruja porque es una creadora nata, porque sabe el valor del dolor y la alegría, porque construye y levanta ciudades enteras con un mero esfuerzo de su mente. Que toda bruja es una mujer que aspira, que sueña, que lucha, que se debate, que teme y que vence. Que toda mujer lleva el miedo y el valor en el corazón, la noche y el día, la Luna y el sol.
¿Cómo olvidas algo semejante? ¿Cómo dejas de escucharte a ti misma?
- No hablamos de religión. Hablamos de tu capacidad para crear y construir lo mejor de ti misma - le digo. Alzo un poco la voz. A nuestro alrededor, algún comensal del restaurant donde nos encontramos se vuelve para mirarnos, un poco sobresaltado. Mi mamá aprieta la boca, toma la copa de vino con mano temblorosa - hablamos que eres parte de una historia más vieja que ti misma. Que eres cien mujeres a la vez. ¿Cómo puedes rechazar todo eso?
Hemos discutido sobre el mismo tema por años. De niña me obsesionaba el rechazo de mi madre a la Antigua Religión. No podía entender su dolor, su miedo, su distancia. No podía entender sus razones, las prácticas, las simples y las complejas, para abandonar el circulo de fuego. Para mirar en otra dirección y avanzar dejándolo todo atrás. Una vez que creí quise entenderla, necesité hacerlo. Pero seguía sin lograrlo. Ambas enfrentadas por una comprensión del pasado y del futuro contradictorio para ambas.
- Aglaia, simplemente soy quien soy. Y lo decidí hace mucho tiempo - dice terminante - ¿Por qué no puedes entender eso? "Bruja" sólo es una palabra. Y sólo eso significa para mi ahora.
Pero sé que no es cierto. La he visto obedecer sin querer los tiempos de la Luna. Mirar por la ventana para comprender la estación. La he visto combinar hierbas y cocimientos con sabiduría, con la naturalidad de un hábito tan viejo que ya no sabemos de donde proviene. La he visto plantar con sus manos semillas en suelo fértil, la he visto abrir la ventana en su lujosa oficina para recibir al sol de marzo. La he visto barrer con manos firmes hacia afuera, hacia el viento, conjurando en voz baja todo lo que le preocupa. Le he visto escribir sus pensamientos, anudarlos y arrojarlos al fuego, en un gesto tan simple que parece carece de significado. Pero lo tiene, como tantos otros, como otras decenas de pequeños rasgos que sobreviven a pesar de su dolor, de sus deambular más allá del bosque de los Silencios. De los recuerdos que atesoramos.
- Eres bruja porque aún estás convencida que todo el valor de lo que eres y creas, forma parte de tus decisiones, tu voluntad, tu manera de asumir el poder de la esperanza - le digo. Siento un escalofrío de angustia cuando ella me mira con una frialdad que desarma. Pero no me detengo, no quiero hacerlo - Conoces el valor de las promesas que te haces a ti misma. La fuerza de tus propios rituales. Sabes como sanarte a ti misma. Confias en tu corazón, en tu espíritu, en tu mente más que en cualquier otra cosa. Eres fuego puro, eres todas las cosas que construyes y levantas. Eres indomable, audaz, impenitente. Eres justa, pero jamás dura y obtusa. Tienes la energía de todos tus pensamientos y todos tus dolores secretos. Eres una bruja.
Ella no responde. Inclina la cabeza y sigue comiendo, con la barbilla endurecida por la furia y quizás la angustia. Y la recuerdo en mi niñez, silenciosa y callada, mirándome copiar rituales en mis libros de las Sombras. La recuerdo en mi adolescencia, ayudandome a enfundarme en mi vestido blanco sin decir una sola palabra. Siempre en la periferia, en la lejanía. Siempre mirandome a cierta distancia. Siempre consciente de lo que compartíamos pero sin atreverse a admitirlo. Conozco su dolor, ese del mundo corriente, del mundo que no admite un conocimiento antiguo y ancestral. Conozco su verguenza, sus decisiones. Pero no las comprendo, no las admito. Y a veces me pregunto que tan necesario es que lo haga.
- Ser una bruja es una decisión - dice de pronto. Lo hace en voz baja y cansada, como si sobreviviera a un debate encarnizado consigo misma - ser bruja es un camino, un libro abierto. Una página a medio escribir. Una canción que se recuerda de inmediato. Ser bruja es un país sin fronteras. Y no sé si perdí el camino, no sé si deseo encontrarlo. Y debes respetar que así sea.
No digo nada, entristecida y colérica. Dejo los cubiertos sobre la mesa y de pronto, me levanto, aunque no sé a donde voy ni por qué lo hago. No miro atrás. Simplemente avanzo por el restaurante atestado y salgo al jardín que lo rodea, que huele a lluvia, a humedad, al trópico donde nací. Me quedo de pie, con los brazos furiosamente apretados sobre el pecho. Temblando de angustia y algo más duro que no se definir.
- ¿Qué quieres que te diga?
Allí está ella. Alta, hermosa, callada. Tal y como la recuerdo en la infancia. La miro con los ojos de mi mente en la fotografía que encontré. Era muy joven entonces, el cabello largo trenzado le caía sobre los hombros. El rostro cálido, la sonrisa timida. ¿Quienes eres mamá? ¿Quién soy que no te comprendo? No me muevo de donde me encuentro y ella se acerca, con su paso lento, delicado, firme.
- ¿Quieres que te diga que en ocasiones duermo para soñar con rituales? ¿Con la vieja casa? - me dice y hay casi amabilidad en su mirada - ¿Qué recuerdo cada cosa que me enseñó tu abuela, como te las enseñó a ti? ¿Que me alegra seas más terca, más violenta, más decidida de lo que nunca fuí?
No sé que responder a eso. Nos quedamos las dos, mirándonos a la distancia de un árbol extraordinario que sólo florece en nuestra imaginación. Pienso otra vez en la fotografía, en la mujer exquisita que fue. En la Dama Triste que es. Y entre ambas, este silencio, este dolor, esta pequeña agonía.
- ¿Nunca volverás a mirarte como lo que eres? - le digo y ya no estoy disgustada, sólo infinitamente triste y abrumada - ¿Nunca volverás a levantar las manos? ¿A celebrar con la Luna? ¿Siempre huyendo? ¿Siempre mirando sobre el hombro?
Ella suelta un jadeo irritado, se balancea de un lado a otro. De pronto, soy muy consciente de su edad, de su casi seis décadas de vida, de su fortalezas y debilidades. Cuando sacude la cabeza y el cabello le cae sobre los hombros, veo hilos blancos entre el oro de su melena abundante. Y siento tristeza, amor y maravilla. Mi madre, que soy yo.
- No sé quien soy ahora o quien seré en el futuro. Sólo sé que estoy en el lugar que me he creado para mi misma. Qué soy...
- Tu mejor obra de arte - completo. Ella sonríe, como si la vieja frase ritual le provocara una cierta alegría triste.
- La verdad, soy parte de muchas historias. Inclusive la tuya.
***
Más tarde, cuando nos despedimos, me da un abrazo fuerte y firme, muy poco común en ella. Cuando se separa de mi, me acaricia el cabello y me dedica una de sus lentas y dulces sonrisas cansadas.
- ¿Tienes la fotografía allí?
- Muestramela - me pide.
La vemos juntas. La chica de la fotografía sonríe, a la distancia. Y el bebé en sus brazos levanta los puñitos y parece incomodo en medio de las pequeñas mantas. Mamá me pasa un brazo por los hombros y me besa en la sien, mientras la mujer y la niña de la fotografía nos miran a la distancia del tiempo.
- Todos somos parte de un ciclo interminable de conocimiento complejo - dice entonces. Me cierra la mano sobre la fotografía. Escucho el papel crujir, combarse. Sus dedos firmes sobre los míos - Somos parte de muchas historias, ya lo sabes. Y allí puedes ser la madre, la hija, la olvidada, la que se recuerda...
- Y la bruja - murmuro.
Mamá ríe en voz baja. Me besa las mejillas me acaricia el cabello. Después se da la vuelta y camina hacia la puerta de su edificio. Antes de entrar se detiene un momento.
- Una vez pensé que todos los rituales formaban una única forma de comprendernos - dijo entonces - que siempre celebramos lo mismo porque siempre somos las mismas personas. Así que sí, quizás la bruja en mi sobrevive. Aunque yo no lo sepa, me preocupe o lo desee.
Cierra la puerta. Me quedo con la fotografía arrugada apretada en la mano. Y de pronto sonrío, con lágrimas en los ojos, con una sensación de puro alborozo que no sé de donde proviene pero que disfruto como una ráfaga de calor. Una palabra que escucho en silencio. Un recuerdo profundo y exquisito que atesoro en algún lugar de mi corazón.
***
A veces miro la Luna Llena desde mi habitación y pienso en mi madre, que no se llama bruja pero lo es y todas las mujeres que como ella, celebran lo femenino, lo fuerte y lo poderoso sin nombrarlo de alguna manera. Y me pregunto si así sobrevivió la bruja, la antigua, la perenne, la mujer de fuego a través de las épocas. En los espíritus que no llevan el nombre pero bailan en el fuego. En la voz del viento que canta en silencio para quienes sufren de desazón. Un misterio dentro de un misterio. Una obra de arte de infinito valor.
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sábado, 26 de marzo de 2016
Petalos rotos y otras historias de brujería.
No me parezco a mi madre. De hecho, somos tan distintas físicamente que de niña, siempre me avergonzaba un poco que todo el mundo nos mirara entre sorprendido y desconcertado. ¿Esta es tu madre? era la pregunta más incómoda que nadie podía hacerme y la que se repetía con más frecuencia. Luego, me dedicaban una larga mirada apreciativa - que se detenía en mis ojos oscuros y mi cabello rizado - y otra idéntica a mi madre, a su melena rubia, rostro anguloso y pupilas verdes. Y aunque todos en casa siempre me insistían en que no debía preocuparme por algo semejante, a mi por supuesto me preocupaba. Y mucho. Me parecía muy angustioso no poder encontrarme en el rostro de mi madre. No poder reconocerme en ella.
- La verdad no te pareces, pero igual es tu mamá ¿No? - opinó en una oportunidad Flor, con toda su sabiduría de diez años. Me encogí de hombros, dándole un mordisco a la manzana que comía.
- Pero...¿No se supone que todas las hijas y madres se parecen? - insistí - ¡Tu te pareces a la tuya!
Y tanto. Flor parecía la versión en miniatura de su delgada y nerviosa madre. Tenían el mismo rostro delgadito, los ojos grandes y asombrados, el cabello grueso y brillante. Además, habían muchas más cosas semejantes entre ellas: la manera de moverse, los pequeños tics y manías. Nadie diría que no eran parientes, como solía sucederme a mi. Más de una vez, solía escuchar la misma frase "No pareces en absoluto hija de tu madre", dicha en diferentes matices y entonaciones. Pero el sentido es el mismo: al menos a simple vista, no había nada que nos uniera a mi madre y a mi. Ese pensamiento me entristecía.
- Oye, que te lo dicen en chiste - dijo Flor quitándole importancia - eres la hija de tu mamá y ya.
Pero mi prima M. no me lo decía en chiste. O al menos a mi no me lo parecía. Había algo en su mirada maliciosa, en el tono burlón de su voz que dejaba traslucir algo que me inquietaba. Una cierta certeza que en ocasiones me provocaba un desagradable sobresalto.
- Quien sabe de donde te habrá sacado prima Z. ¿No? ¿En que lugar te habrá encontrado? Y te trajo aquí y dijo que eras su hija.
- ¿Por qué me dices esas cosas? ¡Claro que soy hija de mi mamá! - le contesté a gritos en una ocasión, definitivamente harta. Ella enarcó la ceja, divertida.
- Cálmate, no sé por qué te pones así - ronroneó. Sacudió su melena de gloriosos rizos brillantes - lo único que digo es que es raro que ella y tu...no tengan nada en común, eso es todo.
Apreté los puños. Quise gritarle que era un pensamiento malintencionado y malvado, que sus insinuaciones me herían más de lo que podía suponer. Pero con diez años, no es fácil ordenar sentimientos tan complejos y tan duros de digerir. Era como si mente se volviera una maraña de sensaciones y pensamientos que no podía comprender bien. Y además, estaba lo otro: realmente creía que mi prima tenía razón. Tenía la dolorosa sensación que había algo real en las puyas de mi prima. En su insistencia en que el hecho que no tenía parecido físico con mi madre, podía significar...no me atrevía ni a pensarlo.
- Yo digo que te preocupas por nada - sentenció Flor sacudiendo la cabeza - lo que hace a la mamá ser mamá no es tener la misma nariz. Es otras muchas cosas.
Asentí con un cabezazo aburrido. Sí, yo lo sabía. Pero me habría encantado...había algo reconfortante en sentirte parte de la gente que amas, de quienes te rodean y forma parte de tu vida. Lo sentía a menudo en casa de mi abuela - la bruja, la sabía - donde me sentía tan a gusto como jamás me había sentido en otra parte. Aunque era muy pequeña para nombrarlo de alguna forma, sabía que tenía mucho que ver con saber a todas las mujeres de la familia mis parientas. Infinitas líneas de sangre que nos unían y nos acercaban. Era algo hermoso, cálido, que agradecía cada día. Una sensación de amor que no había sentido antes.
De pronto y a mitad de la conversación con Flor tuve un pensamiento alucinante, de esos que te dejan sin fuerzas y muy dolorido. Si resultaba por alguna razón que mi mamá no era mi mamá...tragué saliva y sacudí la cabeza. Si resultaba que como insinuaba mi prima M. yo no era su hija...eso querría decir que tampoco...el resto de las mujeres de la casa eran mis parientes. Se me calló el alma a los pies y me quedé petrificada, con la manzana a medio comer entre los dedos. El jugo de la fruta se me escurrió en la palma de la mano cuando la apreté.
- ¿Qué? - preguntó Flor alarmada. Debí haberme quedado pálida para preocuparla tanto - ¿Que pasa?
- ¿Y si no...si no soy parte de mi familia? - murmuré. Flor abrió mucho sus ojos verdes y me dedicó una de sus miradas críticas.
- ¿Vas a seguir? ¡Claro que lo eres!
Pero no lo dijo con su habitual tono firme o eso me lo pareció. De pronto, noté que detallaba mi cabello oscuro, a la forma de mis manos, incluso a las pecas de mis mejillas que nadie de mi familia tenía. Los minutos transcurrieron lentos y dolorosos hasta que volvió a mirarme a los ojos.
- ¿Piensas que es verdad? - pregunté ahora sí muy asustada. Una cosa era que lo creyera mi petulante prima mayor y otra muy distinta Flor, que era muy sensata y lista. Me recorrió un escalofrío helado cuando se encogió de hombros y apretó los labios en una mueca triste.
- ¿Y si le preguntas a la gente de tu casa?
Me quedé sin aire. Que Flor me dijera eso sólo quería decir una cosa: que se había quedado sin respuestas o que las que tenía, no me iban a gustar. El estomago se me encogió en un espasmo doloroso y sentí que todo el cuerpo me dolía por lo rigidez del miedo. ¿En serio esto podía estar sucediendo? me dije sin atreverme a decirlo en voz alta. ¿Realmente...podía ser cierto eso que...? No me atreví a completar la frase. Flor, muy consciente al parecer que había confirmado sin querer mis peores temores, se apresuró a sacudir la cabeza con aire contrito.
- No te pongas así, quizás... - se tragó el resto de las palabras que pensaba decir y eso me dió aún más miedo - tu pregunta. Mejor saber que quedarse con la duda.
Me mordí los labios, con la garganta seca de un sentimiento amargo y duro. Cuando levanté la cabeza, Flor miraba en otra dirección, con una mueca cansada en su rostro de niña. Como si también estuviera pensando - y no me lo dijera - en el dolor raro y punzante de las incertidumbre.
***
Abuela me dedicó una mirada curiosa mientras me veía caminar de un lado a otro de la cocina, moviendo pequeños objetos de aquí para allá. Pero con su proverbial paciencia y discreción, me dejó hacer, como si supiera aunque yo no se lo dijera, que necesitaba unos minutos para ordenar mis pensamientos. Durante todo el día, había intentado descubrir que me entristecía tanto, que me había reducido a un insólito silencio en el camino de vuelta desde el colegio y después, provocado me encerrara en mi habitación hasta la hora de la merienda. Cuando me vio aparecer por la puerta de la cocina, justo a las tres, sonrío. Pero yo no lo devolví la sonrisa. Me limité a deambular de un lado a otro, con las manos apretadas en los bolsillos y el miedo haciéndome cosquillas desagradables en la garganta.
No es fácil hacer preguntas de las que no quieres escuchar la respuesta. Eso, a pesar que te hayan enseñado que la sabiduría siempre libera, que las preguntas son una forma de libertad y el conocimiento la llave al infinito. Pensé en esas cosas, de pie frente al retrato de una de las parientes Europeas que no conocía y que por alguna razón, alguien había considerado era de buen gusto colgar en la cocina. Alguien me había comentado que era una bruja muy sabía, que tenía muchos conocimientos sobre cocina y herbolaria y que sin duda, le gustaría estar allí, entre las hierbas, verduras y olores del asado. Una idea curiosa. Pero ya se sabe: Las brujas son espíritus extravagantes, imprescindibles, por completo insólitos.
Debajo de la fotografía en blanco y negro enmarcada en plata, había una frase que ya me conocía de memoria. Me acerqué para leerla de nuevo. Debajo de la sonrisa amplia de dientes pequeños de la mujer, una mano diestra había escrito: "Somos la suma de nuestras dudas y conocimientos. Toda bruja teme, pero también sabe que el valor es en parte aceptar el miedo para vencerlo". Nunca me había detenido a pensar en por qué alguien que estaba obsesionado por la comida y los condimentos querían que le recordaran con esa frase misteriosa. Y no obstante, ahora me parecía hermosa, dura. Inevitable.
Claro está, nadie con diez años piensa en esos términos. Pero a pesar que no comprendí la rara sentencia, si sentí que aquella mujer que no conocía tenía muy claro que siempre es mejor enfrentarse al miedo que quedarse escapando de él. De manera que apreté los puños y me volví con un movimiento lento y dramático para mirar a mi abuela.
- Hay...una cosa que quiero preguntarte - murmuré. Abuela se detuvo a mitad de movimiento de cortar algunas naranjas para el Té de la tarde y me miró, paciente e interesada - Es...grave.
Abuela no dijo nada y yo se lo agradecí. Movió la cabeza, aceptando la pregunta que no había hecho y se sentó en la silla junto al mesón de la cocina. Con un par de movimientos ordenó frente a ella los gajos de naranja, el recipiente de la miel, la tetera con agua caliente y las hojas cernidas. Todo tenía un aspecto bonito y simple, cálido. Siempre me había gustado la hora de la merienda en la casa, esa soledad somnolienta y tranquila, las largas conversaciones junto a la ventana. Y pensé de nuevo, con machacona insistencia, si no sería la última vez que vería todo aquel pequeño ritual como parte de mi vida, de las cosas que me identificaban. El corazón me dio un salto doloroso.
- Te escucho - dijo mi abuela. Y como siempre, su voz tenía un maravilloso tono de interés. Le importaba lo que tenía que decirle. Le agradecí su amor, que quizás...no me merecía.
- Es algo que me da mucho miedo. Que me asusta porque...me da miedo sea verdad - dije. Ahora que había empezado, era más sencillo - Mi mamá y yo no nos parecemos en nada. Y no sé, tampoco me parezco a nadie de la casa - suspiré - abuela ¿Soy de la familia? O...o como dice Prima...me trajeron aquí...
Cerré la mandíbula con un gesto mecánico. Ya había dicho todo lo que podía sin echarme a llorar. Abuela se quedó muy quieta, como si mis palabras la hubiesen tomado por sorpresa - algo muy extraño - y luego hizo algo que no me esperaba. Se echó a reír. Una carcajada franca, fuerte y fresca que llenó la cocina con su eco musical.
Por supuesto, no se burlaba de mí, aunque pudiera parecerlo. Para mi abuela, reír era muy importante y lo hacia con frecuencia. Pero por raro que suene, también sabía que se lo tomaba muy en serio. Que reía para relajarse, para disfrutar de momentos importantes, pero que sobre todo, reía por felicidad. Que nunca se contenía de reír, a carcajadas, hasta las lágrimas cuando lo ameritaba. Incluso cuando nadie podía entender muy bien por qué lo hacía. Una vez le pregunté por qué su risa era tan insólita y ella se limitó a guiñarme un ojo: "La risa es el lenguaje del espíritu de fuego y una bruja lo sabe".
Así que supe dos cosas al escuchar su carcajada: tenía algo importante que decir y que también, quería que me tranquilizara. Así que me encontré sonriendo, de pie muy rígida, aunque minutos antes no habría creído posible obligarme a esbozar el más mínimo gesto de alegría de ninguna manera.
- Claro que eres hija de tu madre y también parte de la familia - contestó por fin y sentí que el pecho se me llenaba de aire, fresco y limpio y con olor a naranja. Una sensación extraordinaria - Y aunque no hubieses nacido como parte de la familia, ahora lo serías. Por amor, por conocimiento, por las cientos de pequeñas cosas que unen a quienes se aman. Pero claro que eres hija de tu madre. Su hija de carne y sangre.
Me dejé caer en la sillita de madera baja de la cocina, como si el alivio que sentí me dejara sin fuerzas. Abuela ladeó la cabeza y me dedicó una de sus sonrisas maliciosas.
- ¿Te preocupa tanto no parecerte a tu madre? - preguntó.
- ¡Sí! - confesé. De nuevo hubo un momento de tristeza - no entiendo por qué no tengo su cabello rubio o sus ojos verdes. Por qué...no hay nada que nos una.
Sacudí la cabeza con pesar, como si entre las muchas cosas que sentía no entendía de mi madre, el hecho que no tuviéramos nada en común fuera una de las más dolorosas. Mi madre era distante, callada y la mayoría de las veces, severa. Había entre ella y el mundo una distancia tan cierta que sin duda me incluía y eso era un pensamiento que me entristecía simple. No parecerme a ella era como una pieza en ese extraño rompecabezas que nos separaba. Esa grieta entre ambas que no lograba comprender muy bien.
- Lo que une y nos separa no siempre es evidente y mucho menos, visible - contestó mi abuela comenzando a preparar el té de la tarde con manos hábiles - no es necesario analizar lo que nos une desde lo obvio. Los sentimientos y los pensamientos son mucho más complejos que eso. Mucho más extraños y quizás, mucho más fuertes.
Abrió la tapa de la tetera y arrojó las hojas de té. El olor seco y fresco llenó la cocina. Lo aspiré, contenta de poder llenarme los pulmones con aquel aire rico y lleno de texturas.
- En Brujería, creemos que a todos nos unen hilos infinitos de ideas, percepciones, emociones y sabiduría - siguió mi abuela - que cada persona en el mundo está profundamente vinculada no sólo a quienes le rodean, sino a todos quienes forman la gran familia humana. Que hay un hilo de conocimiento invisible y poderoso que viaja de espíritu en espíritu para unirnos. No se trata de una idea poética, aunque la parezca, ni tampoco de una física. Es una forma de pensar que nadie nunca está solo. Que todos partes de la misma idea Universal.
El pensamiento me sacudió. Jamás había pensando en algo semejante, aunque varias veces había escuchado sobre el hecho que las Brujas estaban convencidas que estaban unidas a todas las cosas vivas. Por convicción, por conocimiento, por la necesidad de crear, por su insistencia en encontrar la sabiduría en cada elemento y lugar. ¿Eso era lo que quería decir la abuela?
- Cuando me preguntaste si no eras hija de tu madre sólo por no parecerte a ella, limitaste lo que es en realidad una relación de amor y profunda sensibilidad - continuó mi abuela. Con dedos firmes, desgranó la naranja y la añadió al agua hirviendo de la Tetera. El olor se hizo mucho más profundo, rico y especiado. Casi podía saborearlo - lo mismo ocurre cuando todos miramos a nuestro alrededor y sentimos que el mundo es inmenso y solitario. Miramos sólo un aspecto de la verdad.
"Una bruja sabe que todos somos parte de una misma percepción del conocimiento. Que lo que nos une a cada uno de nosotros es más fuerte que lo que nos separa. Que cada hombre y mujer en este mundo, aspira a la belleza, a la sabiduría firme de la esperanza. Que todos estamos vinculados de maneras misteriosas pero reales. Que todos avanzamos hacia la luz del sol que despierta pensamientos y convicciones. Que incluso los lastimados y heridos, saben instintivamente que puede haber un instante de renacimiento esperando por ellos. Toda bruja aspira a la esperanza y la construye. Toda bruja se enfrenta a lo que la separa de esa creación inmensa que la rodea. Toda bruja comparte el conocimiento por que sabe es enorme y poderoso. Toda bruja eleva las manos para invocar por si misma y por quienes ama. Una bruja canta con las brazos levantados hacia el Universo para celebrar es parte de un todo que comienza por sí misma".
Sonreí, un poco asombrada por esa visión enorme del mundo que no lograba abarcar. De pronto, tuve la sensación que había algo más extraño y singular que entender sobre mi corazón de lo que nunca había supuesto. Un pensamiento exquisito que me hizo sonreír cuando mi abuela me extendió una taza de té oloroso. Me apresuré a acercarme a ella para tomarla.
- Entonces, todos somos parte del otro - pregunté desconcertada. Abuela paladeó un sorbo de Té, mirándome por encima del vapor con una de sus miradas enigmáticas.
- Somos parte del todo y a la vez, a todos nos une el conocimiento que intentamos alcanzar - añadió - en realidad, la brujería está convencida que ese hilo de poder y conocimiento que avanza a través del mundo es una forma de comprender quienes somos. A donde vamos. Esa celebración de las memorias compartidas, de todas las cosas que nos hacen ser semejantes, no importa donde nazcamos o crezcamos. Somos parte de un Universo hermoso. De un pensamiento espiritual que nos une por igual.
Tomé un sorbo de té y sentí que la boca se me llenaba no sólo de su sabor, sino de esa sensación de felicidad extraña y perenne que brinda algo más profundo que la pura sensación física. Como si el té estuviera rebosante de las palabras de mi abuela, de ese mundo multicolor que me describió - su mundo, el mío, el de todos - y esa furiosa necesidad de comprender todos los matices que podían unirnos. Una certeza única de pertenecer a algo más grande que mi misma.
- Y por cierto, si te pareces a tu madre - dijo de pronto. Me quedé con la taza a mitad de camino a la boca, mirándola con los ojos muy abiertos - quizás no tanto como quisieras. Pero te pareces. De niña, tenía el mismo cabello despeinado, el rostro redondo y pecoso, los ojos grandes. Sé que en las fotografías que has visto sobre su niñez no te lo parece tanto. Pero soy su madre y puedo decirte, que siempre que te miro la veo a ella en ti.
Me sonrojé de puro placer. Abuela tomó otro sorbo de té y me guiñó un ojo.
- Y sobre todo, te pareces a alguien más...
- ¿A quién? - pregunté entusiasmada.
- A mi.
Me regaló una de sus amplias sonrisas chispeantes. Y como si la mirara por primera vez, noté que teníamos los mismos pómulos altos, la barbilla delicada, la nariz un poco puntiaguda. Su cabello era cobrizo y muy largo, el mio corto y negro, pero allí terminaba la diferencia. Sentí que una emoción dulce subiéndome a las mejillas, un sentimiento complejo que no pude comprender pero que se quedó allí, flotando en mi mente. Extendí la mano para tomar la de mi abuela. Ella sonrió y la estrechó con un gesto firme de dedos cálidos.
- ¿Lo ves? Todos somos parte de todos.
- Y la bruja debe comprenderlo y celebrarlo - añadí. Me sorprendió escucharme decir aquella frase profunda, que pareció provenir de un lugar muy profundo de mi mente. Me pregunté que otro conocimiento encontraría en mi misma, desconocido, espontáneo poderoso. La mera posibilidad me hizo sonreír.
Y es que quizás, me dije, bebiendo el último sorbo de té de la merienda, todos somos un Universo desconocido a punto de descubrir su verdadera capacidad para crear.
viernes, 25 de marzo de 2016
Proyecto "Un país cada mes" Marzo: España. Javier Marias.
Se suele decir que Javier Marias es el fruto de su entorno, como si su talento literario fuera consecuencia directa de una línea biológica que lo predispuso para el mundo intelectual. Razones no faltan para concluir algo semejante: el escritor es el cuarto de una familia de cinco del renombrado filósofo y miembro de la real Academia Julián Marías. Un catedrático reconocido por sus argumentos complejos sobre el mundo y su capacidad para comprenderse así mismo que muchos reconocen en los libros de su hijo, el autor. Como si eso no fuera suficiente, Javier también pudo haber heredado la elocuencia de su madre, la escritora Dolores Franco Malenas o compartir conocimiento y complicidad intelectual con su hermano, el historiador de arte Fernando Marías Franco. Si alguien tenía dudas sobre la ilustre línea de parentesco que avala la reputación de Marías también habría que nombrar, para redondear el peregrino concepto, al Cineasta Jesús Franco, tío materno del escritor.
No obstante, Javier Marías es algo más que la suma de las partes de su enrevesado e intelectual árbol genealógico. No sólo se trata de una de las voces más elocuentes de la literatura Española, sino además, tiene el raro honor de construir su propia ideal sobre su visión de la palabra en cada oportunidad posible. Sagaz, audaz, extrañamente irónico, Marías es un portentoso narrador que ha sabido encontrar en los escenarios más improbables, una cuota de belleza que sorprende por su buen hacer y elegancia en la prosa. Pero además de eso, Javier Marías es un personaje en si mismo: Una visión sobre el creador literario a mitad de camino entre lo evidente, lo contradictorio y lo levemente desarticulado. Como si se tratara de una de sus novelas - piezas de milimétrica y maravillosa precisión - Javier Marías se concibe así mismo como un escritor que escribe sobre si mismo.
Y es que lo que sorprende de Marías, es quizás su cercanía, su don para la palabra elocuente, su amabilidad sentida y llana. En la entrevista que le realizó el periódico ElPaís de España luego que su novela "Así empieza lo malo" fuera elegida el mejor libro del 2014, demostró que no sólo es un hombre que ama escribir - y lo hace de manera espléndida - sino que también está muy consciente de su papel como escritor. De hombre frente a las cámaras y frente al periodista. Sonriendo, todo ojos en el rostro pálido de intelectual irreprochable, su primer comentario es para una broma "Mi cardiólogo me va a reñir por salir fumando en las fotos” explica y luego explica que el médico se convirtió en uno de los personajes del libro homenajeado. Y es que para Marías, la realidad y la ficción parecen entrelazarse en finos hilos indeterminados, en un paisaje elemental que crea algo más que una página escrita. Se trata de una visión sobre lo que se cuenta tan vivaz como poderosa, tan profunda como real. Para Marías, el oficio de escritor trasciende la palabra, va a todas partes. Es el reflejo de los personajes en quienes conoces, de la personalidad del libro que es la suya propia. Y más allá de eso, un límite borroso entre quienes somos y quienes deseamos ser, esa percepción de la belleza y la ternura que parece zigzaguear entre lo bello, lo extraño y profundo a medida que avanza su percepción sobre el Universo literario que intenta crear.
También es un hombre modesto, como modestas son sus novelas, sus percepciones sobre su talento, sobre su fino olfato para crear ideas perpendiculares sobre la realidad que lo circunda. Tal pareciera que Marías no se cree demasiado su capacidad para crear y construir ideas, para soñar y asumir el valor exacto de sus logros como escritor. Del premio, llegó a decir que no se lo esperaba. Que era una sorpresa, que era una fantasía de ego, que ahora que se cumple, parece parte de algo mayor y muy más complejo. ¿Le sorprende que su libro sea el mejor en un universo denso de plumas noveles y reconocidas compitiendo por la atención del lector? Sí, le sorprende, admite. “Por dos razones. Una, porque este año ha sido excepcional en cuanto a libros importantes de escritores importantes: Marsé, Muñoz Molina, Landero, Cercas, Luis Mateo Díez, Gimferrer en poesía, Ferrer Lerín, Molina Foix, Guelbenzu… No los he leído todos pero alguno mejor tiene que haber. La segunda, porque cada nueva novela la escribo más a tientas y con menos fe. Además, me sorprende que al cabo de 43 años de publicar mi primera novela todavía pueda seguir vigente lo que hago, cuando todo cansa tan rápidamente. De mí debe de estar la gente aburrida” explica. Y lo hace, rodeado de libros ajenos, de historias ajenas, que también admira, que disfruta que paladea. Porque para Marías la literatura no termina en su propio libro, sino que avanza más allá para crear un todo extravagante sobre lo que se crea por derecho propio y lo que se sostiene por una visión más elaborada de la realidad. Ni siquiera considera la narrativa en prosa - su género natural - su favorito. Como si lo que hace y crea estuviera al borde de algo mucho mayor que mira con sorpresa, que analiza desde los límites, que asume poderoso y punzante. ¿Y cual es el libro favorito de este escritor en busca de algo más que la trascendencia? ¿De este hombre humilde y asombrado por la capacidad sonora y poderosa de la palabra? No es uno de los suyos por cierto, nada más lejos de su intención. Tampoco alguno de quienes se le parece o incluso, a quienes le gustaría emular. Es la poesía. Y de Mark Strand, nada menos. Una visión hacia lo intrínseco y doloroso, hacia la belleza y el silencio, hilvanado por ese gusto de Marías por lo denso, lo trágico y lo bello. “La poesía” insiste “me sigue pareciendo la más alta expresión literaria posible”. Como si mirara a la distancia el poder de la palabra y su capacidad para construir ideas.
Pero a pesar de esa humildad sugerida, apenas entrevista, Marías también es un escritor que elabora ideas esencialmente personajes en sus novelas. Y las construye a partir de su personalísimos puntos de vista, no obstante las contradicciones que eso pueda provocar. Para Marías, toda novela es un reto, es una percepción de la realidad ambigua, llena de pros y contra en los actos de los personajes. Y es que su narrador nunca emite juicios morales a pesar que podría hacerlo y permitir a Marías sermonear al lector desde la periferia. Sin embargo, el escritor se cuida de hacerlo: sus novelas avanzan entre lo extravagante, lo simple y lo extraño - una singular combinación que en manos menos hábiles podría no funcionar - y sostiene planteamientos de enorme agudeza, interpretados desde lo cotidiano y lo doloroso. Para Javier Marías no hay nada sencillo, nada elemental. Toda situación y circunstancia parecen entremezclarse en una perspectiva mucho más dura, coherente y directa sobre el mundo. Pero eso sí, vista entre los dedos, a unos pies por detrás. Porque para Marías el acto de escribir es una comunicación perfecta pero etérea. Una comprensión anodina y firme sobre la identidad de su autor.
Quizás por eso al escritor lo siga sorprendiendo que sus personajes sean capaces de atravesar las hojas y sorprender al lector. En una ocasión confesó que seguía sorprendiéndole que quienes le leían, pudieran asumir a sus personajes como criaturas de carne y hueso. "En una firma de ejemplares una señora me dijo que estaba indignada con el comportamiento de un personaje. Otra le respondió: “Es que el marido...”. Supongo que es bueno que el lector se meta en una novela lo suficiente como para que las vicisitudes de los personajes le sean motivo de aprobación o de indignación. Me sorprende por el tipo de novela que yo hago, que no es de técnica realista, pero me agrada, claro. El mayor elogio que se le puede hacer a una novela es hablar de sus personajes como si fueran personas reales" contó en una entrevista. Y más adelante añadió "Es un poco como crear vida. Como asumir que la palabra sostiene la belleza desde lo que creas sin saberlo".
Sin duda, para Javier Marías, la escritura y la creación proviene de esa belleza perdida. ¿Heredada? ¿Asimilada? ¿Fruto de la experiencia? El escritor se niega a ser comprendido de una manera sencilla. Y sigue escribiendo. Fascinado quizás por su capacidad para reconstruir la realidad y sostenerla a partir de una idea consecuente. Con una sonrisa, el mismo hombre que se sorprende del efecto de lo que escribe, admite que sus historias y sus personajes son suyos, una puerta abierta a la imaginación. "Todos los personajes tienen algo de realidad, y siempre hay algo de uno mismo en todos ellos. Yo tiendo a poner cosas mías en los más desagradables. A veces son meros detalles. Pero todos existen en mí: el escritor en busca de su espejo".
Una manera de asumir el valor de su propia pero sin duda también, una forma de celebrar esa visión personalísima del escritor sobre el mundo que crea, que asume como propio y que obsequia al lector como parte de un deseo de trascendencia. Toda una contradicción que nace de algún lugar misterioso de la mente de quien crea y que sin duda, es el mayor atributo de cualquier obra destinada a sorprender. Una forma de elaborar una nueva dimensión sobre lo real y lo profundo, en medio de lo que la palabra puede ser.
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