viernes, 5 de enero de 2018
Una recomendación cada viernes: “Berta Isla” de Javier Marías.
Se suele decir que Javier Marias es el fruto de su entorno, como si su talento literario fuera consecuencia directa de una línea biológica que lo predispuso para el mundo intelectual. Razones no faltan para concluir algo semejante: el escritor es el cuarto de una familia de cinco del renombrado filósofo y miembro de la real Academia Julián Marías. Un catedrático reconocido por sus argumentos complejos sobre el mundo y su capacidad para comprenderse así mismo que muchos reconocen en los libros de su hijo, el autor. Como si eso no fuera suficiente, Javier también pudo haber heredado la elocuencia de su madre, la escritora Dolores Franco Malenas o compartir conocimiento y complicidad intelectual con su hermano, el historiador de arte Fernando Marías Franco. Si alguien tenía dudas sobre la ilustre línea de parentesco que avala la reputación de Marías también habría que nombrar, para redondear el peregrino concepto, al Cineasta Jesús Franco, tío materno del escritor.
No obstante, Javier Marías es algo más que la suma de las partes de su enrevesado e intelectual árbol genealógico. No sólo se trata de una de las voces más elocuentes de la literatura Española, sino además, tiene el raro honor de construir su propia ideal sobre su visión de la palabra en cada oportunidad posible. Sagaz, audaz, extrañamente irónico, Marías es un portentoso narrador que ha sabido encontrar en los escenarios más improbables, una cuota de belleza que sorprende por su buen hacer y elegancia en la prosa. Pero además de eso, Javier Marías es un personaje en si mismo: Una visión sobre el creador literario a mitad de camino entre lo evidente, lo contradictorio y lo levemente desarticulado. Como si se tratara de una de sus novelas — piezas de milimétrica y maravillosa precisión — Javier Marías se concibe así mismo como un escritor que escribe sobre si mismo.
Y es que lo que sorprende de Marías, es quizás su cercanía, su don para la palabra elocuente, su amabilidad sentida y llana. En la entrevista que le realizó el periódico ElPaís de España luego que su novela “Así empieza lo malo” fuera elegida el mejor libro del 2014, demostró que no sólo es un hombre que ama escribir — y lo hace de manera espléndida — sino que también está muy consciente de su papel como escritor. De hombre frente a las cámaras y frente al periodista. Sonriendo, todo ojos en el rostro pálido de intelectual irreprochable, su primer comentario es para una broma “Mi cardiólogo me va a reñir por salir fumando en las fotos” explica y luego explica que el médico se convirtió en uno de los personajes del libro homenajeado. Y es que para Marías, la realidad y la ficción parecen entrelazarse en finos hilos indeterminados, en un paisaje elemental que crea algo más que una página escrita. Se trata de una visión sobre lo que se cuenta tan vivaz como poderosa, tan profunda como real. Para Marías, el oficio de escritor trasciende la palabra, va a todas partes. Es el reflejo de los personajes en quienes conoces, de la personalidad del libro que es la suya propia. Y más allá de eso, un límite borroso entre quienes somos y quienes deseamos ser, esa percepción de la belleza y la ternura que parece zigzaguear entre lo bello, lo extraño y profundo a medida que avanza su percepción sobre el Universo literario que intenta crear.
Tal vez por ese motivo, la novela más reciente del escritor “Berta Isla”, es una vuelta de tuerca al estilo más depurado de Marías, con esa noción sobre el mundo real como panacea a los dolores existencialistas y su infalible visión sobre la vida incompleta, a mitad de camino entre la duda, el desconcierto y algo muy semejante a la belleza. Se trata de una novela que asume su cualidad como reflexión sobre la desolación y la belleza, sobre el temor y el miedo. Pero también es una mezcla delicadísima y elegante de humor, opiniones — algunas dolorosas, otras definitivamente provocadoras — que Marías entremezcla con complejas escenas. Con su estilo zigzagueante y una magnífica estructura, la acción parece discurrir entre lo verídico y algo más difícil de discernir, en medio de una narración rápida y agil. Hay un elemento de absoluto desamparo que Marías dota de un significado casi épico. Juntos, todos los elementos crean un sentido del asombro que convierten la novela en un tapiz de situaciones y personalidades que desconciertan por su complejidad. Como un juego de referencias cruzadas, el escritor logra trasponer situaciones y crear un aire de fatalismo, que además, dota a la historia de un aire de misterio subyacente. En las novelas de Javier Marías, las citas literarias crean una trama que el permite al lector seguir el rumbo de los personajes como un hilo conductor de puro conocimiento entrelazado. Y “En Berta Isla” el efecto es notoriamente sabido, lo que brinda a la narración entera un aire de sorpresiva belleza.
Para Marías, los personajes suelen ser reflejos de sus opiniones y en “Basta Isla” la noción le permite construir personalísimos puntos de vista, no obstante las contradicciones que eso pueda provocar. Para Marías, toda novela es un reto, es una percepción de la realidad ambigua, llena de pros y contra en los actos de los personajes. Y en “Berta Isla”, el reto parece ser mayor: ya sea en tercera o en primera persona, el narrador nunca emite juicios morales a pesar que podría hacerlo y permitir a Marías sermonear al lector desde la periferia. Sin embargo, el escritor se cuida de hacerlo: “Berta Isla” avanza entre lo extravagante, lo simple y lo extraño — una singular combinación que en manos menos hábiles podría no funcionar — y sostiene planteamientos de enorme agudeza, interpretados desde lo cotidiano y lo doloroso. Para Javier Marías no hay nada sencillo, nada elemental. Toda situación y circunstancia parecen entremezclados en una perspectiva mucho más dura, coherente y directa sobre el mundo. En “Berta Isla” los personajes son capaces de atravesar las hojas y sorprender al lector. Por otro lado, algo común en las novelas del escritor: en una ocasión confesó que seguía sorprendiéndole que quienes le leían, pudieran asumir a sus personajes como criaturas de carne y hueso. “En una firma de ejemplares una señora me dijo que estaba indignada con el comportamiento de un personaje. Otra le respondió: “Es que el marido…”. Supongo que es bueno que el lector se meta en una novela lo suficiente como para que las vicisitudes de los personajes le sean motivo de aprobación o de indignación. Me sorprende por el tipo de novela que yo hago, que no es de técnica realista, pero me agrada, claro. El mayor elogio que se le puede hacer a una novela es hablar de sus personajes como si fueran personas reales” contó en una entrevista. Y más adelante añadió “Es un poco como crear vida. Como asumir que la palabra sostiene la belleza desde lo que creas sin saberlo”. En “Berta Isla” crea además una percepción sobre el bien, el mal y lo insólito que supera cualquiera de los intentos del escritor por recrear escenarios imposibles. De pronto, la vida de sus personajes supera al miedo, supera a las pequeñas desgracias que le rodean. Se miran desde un cristal de considerable inteligencia. Y el mundo que les rodea se convierte en escenario, en reconocimiento de su propia existencia.
Sin duda, para Javier Marías, la escritura y la creación proviene de esa belleza perdida. ¿Heredada? ¿Asimilada? ¿Fruto de la experiencia? El escritor se niega a ser comprendido de una manera sencilla. Y sigue escribiendo. Fascinado quizás por su capacidad para reconstruir la realidad y sostenerla a partir de una idea consecuente. Con una sonrisa, el mismo hombre que se sorprende del efecto de lo que escribe, admite que sus historias y sus personajes son suyos, una puerta abierta a la imaginación. “Todos los personajes tienen algo de realidad, y siempre hay algo de uno mismo en todos ellos. Yo tiendo a poner cosas mías en los más desagradables. A veces son meros detalles. Pero todos existen en mí: el escritor en busca de su espejo”.
Una manera de asumir el valor de su propia pero sin duda también, una forma de celebrar esa visión personalísima del escritor sobre el mundo que crea, que asume como propio y que obsequia al lector como parte de un deseo de trascendencia. Toda una contradicción que nace de algún lugar misterioso de la mente de quien crea y que sin duda, es el mayor atributo de cualquier obra destinada a sorprender. Una forma de elaborar una nueva dimensión sobre lo real y lo profundo, en medio de lo que la palabra puede ser.
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