lunes, 19 de febrero de 2018
Terror, género y desconcierto: ¿En que falla la novela “Sleeping Beauties” de Stephen King y Owen King?
El terror y la ciencia ficción quizás sean dos de los géneros literarios que suelen combinarse con mayor facilidad y de manera más frecuente. Por ese motivo, resultan cuando menos complementarios, la mayoría de las veces elucubraciones del mismo punto de vista que meditan sobre la naturaleza humana desde el dolor, la belleza y el miedo. Tanto el terror como la ciencia ficción intentan responder las grandes preguntas de la humanidad, sin lograrlo, pero mostrando estimulantes perspectivas sobre el bien, el mal y los demonios privados. De manera que entre ambas la visión del mundo — de lo que somos, lo que esperamos, lo que deseamos comprender como parte de nuestra interpretación de la realidad — se hace cada vez más sofisticado, profundo y extravagante.
El libro “Las bellas durmientes” escrito a cuatro manos por Stephen King y su hijo Owen King, analiza esa mirada asombrada sobre la naturaleza humana y sus dolores invisibles, desde un punto de vista retorcido, letal y original. Se trata de una revisión sobre la ausencia, el desarraigo y la soledad en clave de metáfora filosófica, a través del terror y el suspenso. Alegórica y por momento metaficcional, “las Bellas durmientes” apela a la gran pregunta sobre la noción entre sexos, el reconocimiento mutuo y la forma en que comprendemos nuestra cultura. Los King lograr crear una atmósfera perversa, insidiosa y desagradable, en medio de una serie de preguntas de corte existencialista que convierten a la novela en una presunción sobre el bien y el mal, las relaciones de poder y la comprensión de la diferencia. No obstante y a pesar de sus ambiciones, la novela no logra extender su potencial más allá de un recorrido inquietante por una distopia selectiva, en la que el género se convierte en una visión incompleta sobre la percepción del futuro.
De la misma forma en que Úrsula K. LeGuin analizó las relaciones entre hombres y mujeres desde cierta perspectiva ambigua, Los King intenta proporcionar un elemento de profunda dimensión alegórica al centro de su narración, en el que todas las mujeres del mundo — o al menos, las que caen dormidas — terminan envueltas en un capullo grueso de procedencia desconocida, sólo para despertar convertidas en monstruos violentos y letales. No obstante, a pesar de la inquietante premisa, el libro está lejos de sostener un clima de terror a lo largo de sus 736 páginas. “Las Bellas Durmientes” es una épica abultada, colorida y disonante, que no termina de ensamblar las piezas necesarias para crear un discurso coherente sobre el miedo a través de la percepción de lo cotidiano como fuente de peligro, lo cual es su punto más débil y convierte a la narración en una sucesión de circunstancias sin mayor coherencia lineal. La mayor parte de la novela, parece enfrentar la debilidad de un argumento que se agota pronto y que no logra sostener la percepción del miedo — la inevitabilidad de la amenaza o la consecuencia inmediata de la destrucción de lo cotidiano — más allá de los parámetros de un prólogo excesivamente largo. Una vez que el misterio se devela, la novela pierde fuelle y no logra recuperarlo del todo, mientras las visiones de la violencia se entremezclan entre sí para crear un único escenario agresivo y monstruoso sin mayor brillo o trascendencia.
La primera mitad de “Las Bellas Durmientes” resulta vertiginosa, bien planteada y sobre todo, con un sustrato alegórico que insinúa que la novela profundizará sobre el temor y otras nociones sobre la soledad moderna a través de elaborados símbolos. Gracias al indudable talento de Stephen King para la descripción detallada en la vida de pequeños pueblos, la forma como la tragedia misteriosa avanza a través de un país desprevenido, toma un cariz trágico, potente y elocuente que refleja a la cultura estadounidense desde sus temores y desigualdades. Un escenario habitual que King padre ha explotado en casi todas sus obras y aquí, resulta indispensable para crear un diálogo de enorme valor argumental entre el meollo de la historia y sus amplias implicaciones. Entre tanto, la novela crea un mundo paralelo, en el que la versión sobre la realidad se desdobla bajo la búsqueda de una visión del bien y el mal maniquea. En este mundo donde las mujeres se han convertido en monstruos a los hombres deben enfrentarse, nada es lo que parece y la antigua — y primitiva guerra de los sexos — alcanza un nivel de épica monstruosa que en sus momentos más altos, resulta gratificante y asombrosa, mientras que en los bajos, una repetición de clichés al uso que atentan contra su solidez narrativa.
Como suele ocurrir en las novelas de King, una pequeña ciudad de EEUU se aproxima a la metáfora del microcosmos y el escritor logra crear un perfil sólido sobre el sufrimiento y la crisis a través de un puñado de personajes. No obstante, la poca pericia de Owen King — y es notoria la disparidad de ritmo y forma — transforman a la novela en una combinación poco acertada de la habitual novela caleidoscópica que hizo famoso a Stephen King. Por supuesto, la historia es una combinación de pequeños escenarios que el escritor ha explorado en varias de sus novelas más conocidas. De “El Domo” rescata a la comunidad aislada, pervertida por el miedo y reconstruida en una especie de noción insular perniciosa. La noción sobre la perversa rapidez en que puede resquebrajarse la normalidad y lo que se considera cotidiano, forma parte de la precisión de “The Stand” de un apocalipsis de origen desconocido y con efectos inexplicables. No obstante, ambas premisas parecen encontrarse lo suficientemente gastadas como para no encontrar un sentido básico en medio de la profusa descripción de personajes y escenarios. Con decenas de personajes entrecruzados — tantos como para que la novela necesite un glosario explicativo — la acción se derrumba por su incapacidad para aglomerar las historias bajo una noción única. De pronto, “Las Bellas Durmientes” se convierte en una lenta y trabajosa enumeración de hechos y situaciones que en poco o nada, se relacionan con la premisa principal.
Por supuesto, la novela adolece de la superposición de estilos y lo que es aún más lamentable, una combinación poco atinada de voces narrativas. ¿La escritura de un libro a cuatro manos requiere cierta línea común entre los estilos y formas de elaborar una idea literaria? Si y no. Y tal disyuntiva es muy notoria en los momentos complejos de una narración difícil de asumir como una sola visión sobre la realidad, el tiempo y los dolores culturales. Ambos King parecen incapaces de encontrar un punto común que pueda unir y sostener la narración desde una perspectiva coherente. La novela insinúa, oculta y muestra, sin que los diferentes lenguajes creativos puedan crear un espacio común para funcionar como un discurso.
Con su tenebrosa premisa, “Bellas durmientes” es incapaz de construir la habitual sensación de verosimilitud que suele ser el elemento más reconocible en las novelas de Stephen King. Con su extraña visión del género — la infección mundial que sólo ataca a mujeres y sobre todo, las connotaciones culturales que eso puede mostrar — la novela desaprovecha la oportunidad de explorar intrigantes cuestiones sobre lo que somos, como nos comprendemos y la manera como la cultura asume el binomio de la identidad. Y esa quizás es su mayor y más lamentable falla.
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