La sátira es un género complicado y lo es por su capacidad — o al menos, la presunción que debería tenerla — de analizar la realidad desde cierto humor retorcido, cargado de una crítica elaborada e intelectualmente estimulante. Por supuesto, no siempre todos los elementos confluyen y lo que puede parecer un gran burla hacia ciertos pormenores de nuestra cultura o sociedad, terminan convertidos en un chiste flojo sin la mayor sustancia real. Kevin Kwan, autor de la trilogía “Crazy Rich Asians” parece tener en cuenta no sólo el núcleo esencial de lo que la sátira puede ser sino además, su peso argumental. El resultado es una historia que a lo largo de tres libros no sólo actúa como espejo convexo de cierta parte de la cultura asiática sino también, como una percepción abierta a interpretación sobre la identidad y la pertenencia, temas actuales que el autor maneja con mano de seda. Entre una y otra cosa “Crazy Rich Asians” es un devaneo con la polémica, la provocación simple y algo más elaborado, emparentado con la capacidad de las novelas (en especial la primera) para relatar la vida y vicisitudes de sus personajes desde cierta amabilidad campechana que esconde una dura versión de la realidad.
La primera novela sobre todo, parece elaborar un chiste cruel sobre la noción del lujo y la historia de una cultura tan tradicional como la asiática y lo hace, utilizando símbolos tradicionales de estatus para meditar sobre su valor — o la carencia de este — al mismo tiempo que el estereotipo que crean, casi de manera accidental. Pero para Kwan el lujo es una forma de vulgaridad rudimentaria (o esa parece ser la intención de su vertiginosa comedia de modales groseros) y la simbología cambia para mostrar al mundo asiático desde cierta percepción dolorosamente práctica. Ya no se trata de los costosisimos floreros Ming (que en la novela son parte de chistes e innumerables referencias burlonas) sino cosas tan pomposas como un closet de ropa climatizada Leo Ming (el juego de palabras termina siendo una referencia pop a toda regla) y el hecho básico que lo moderno llegó para arrasar con la circunspecta historia de una cultura apegada a viejas reglas de decoro. De pronto Kwan parece señalar con el dedo no sólo la versión real del mundo asiático sino su reflejo espectral histórico. Entre ambas cosas, la noción sobre lo moral, lo social y lo cultural se confunden para crear una idea sobre la percepción de la identidad colectiva extraña y risible. Todo bajo el lustre de una historia de amor.
Porque sin duda, “Crazy Rich Asians” es una historia de amor a toda regla. Claro está, no se trata de un argumento novedoso: la idea tradicional de una mujer común que conoce al hombre de sus sueños (que además es millonario, apuesto y sin duda, absolutamente encantador) pertenece a la fantasía cultural más añeja. Y Kwan lo sabe. No obstante, el escritor evita la convención — la lucha intrínseca del amor por su existencia — y lleva la historia hacia algo más complejo, novedoso y fresco. El argumento parece por completo consciente de las trampas y pequeños trucos a los que se enfrenta, pero tiene la suficiente coherencia y buen humor para desconcertar y cautivar: chillona y coqueta, traviesa e incluso profundamente emocional, “Crazy Rich Asians” se encuentra por completo consciente de su emotiva capacidad para emocionar, pero también de ser una herramienta para la reflexión sobre ciertos temas discretos que avanzan bajo la historia con discreta contundencia. Se trata a la vez de una fantasía ornamentada y muy colorida y también, de una reflexión consecuente sobre la individualidad y el trasfondo étnico como una forma de celebración del carácter multidiverso de su propuesta.
Kwan además, parece por completo decidido a construir una versión sobre el mundo asiático alejado del estereotipo y lo logra con una alegría casi grotesca que asombra por su eficacia. El libro desmenuza lo cultural y lo social, hasta crear un telón de fondo sentido sobre lo que comprendemos como parte de una percepción sobre la raza ajena a cualquier estereotipo. Kwan muestra el mundo asiático desde su belleza y atractivo. Lo hace además con buen ojo para construir un discurso en que las particularidades de la cultura que desea retratar se convierten en otro personaje en escena. Entre ambas cosas, la película avanza efervescente y feliz, pero con ciertos momentos cínicos que logran crear una redención tardía que sostienen el discurso completo de la novela.
Sin duda para el autor es de enorme importancia mostrar a la cultura asiática en toda su variedad y lo hace: cada descripción y escenario lleva a un nivel rico en contrastes, radiante de lujo y guiños a extensas y antiguas tradiciones a la historia, que parece desarrollarse con ligereza en medio de un paisaje tan remoto como radiante de vitalidad. Hay una corriente de optimismo emocional que la narración asume como línea divisoria entre la historia de amor y la percepción del contexto que rodea al argumento, lo que permite que el libro entero sea un gran tributo a lo tradicional sin caer en lo cursi o incluso, en lo simplemente sermoneador. Al estilo de las grandes comedias románticas de mediados de los ochenta y noventa, “Crazy Rich Asians” juega con particular alegría sobre la noción del amor, lo romántico y lo idealizado, además de meditar sobre asuntos más complejos sin que apenas lo notemos. Todo en un conjunto colorido y delicioso que no sólo logra su evidente cometido de emocionar, sino recordar que hay todo un mundo por descubrir en las pequeñas grandes historias en la que el cliché romántico es una excusa para elaborar un criterio más meditado sobre nuestra cultura y época. Quizás, el mayor mérito de la trilogía entera.
Pero aún así, la intención de Kwan es burlarse de su cultura — hacerlo además, con un humor chirriante — por lo que el autor disfruta creando un escenario extravagante para mostrar el poder del dinero y su peso en una tradición en la que el honor — orgullo — se encuentra firmemente arraigado. Durante sus primeras páginas,“Crazy Rich Asians” deja muy claro, que esta familia asiática — que quizás representa a todas y cada una de las nuevas familias de elite chinas — es algo más que un cliché. Y lo hace justamente con una escena que podría parecer la puesta en escena más cursi y edulcorada a no ser por la buen pulso del escritor para combinar parodia y una perversa visión del poder. Durante el prólogo ambientado en el Londres de 1986, los miembros de la familia Young son maltratados por los encargados y el personal de cierto hotel de élite de la ciudad. Lo siguiente que ocurre es que la familia compra el hotel (y la situación entera se desenvuelve al estilo de la ya clásica escena de la película “Pretty Woman” ( Garry Marshall — 1990), en la que Julia Roberts regresa a la tienda en la que fue maltratada para alardear del dinero del cual dispone. El corto pero sustancioso prólogo deja en claro que Kwan no sólo desea dotar a su historia de un indudable aire de cultura pop sino además, meditar sobre la riqueza, la pobreza, la apariencia y el despilfarro desde una vertiente casi inocente. Para Kwan, la algarabía de los Young al volver al hotel como nuevos propietarios — sacudiendo brazos y sonriendo con las manos abiertas en un gesto casi posesivo — es una manera de analizar esa percepción de la opulencia que en Asia tiene un sentido por completo distinto al que podría tener en occidente. Y el escritor lo logra: de entrada, el lector comprende que para esta aristocracia ruidosa y maquiavélica, el dinero es un medio para el poder y no al contrario.
“Crazy Rich Asians” ofrece un fresco y dinámico punto de vista sobre las fantasías aspiracionales que en Asia, tienen una forma por completo distinta de expresarse y construirse. Por supuesto, se trata de una labor de casi elaborada artesanía: Kwan muestra la vida de los muy ricos de Singapur, Hong Kong y Shanghai haciendo énfasis en el lucro y en una cierta torpeza sobre el uso del dinero como puerta abierta a todo tipo de lujos exagerados. A la vez, el escritor evita moralizar y desde luego, pasa sobre hechos de naturaleza alarmante — como el obsequio de dos seres humanos de una familia a otra — que podría mostrar la desmesura y el talante casi delirante de la opulencia asiática. Pero Kwan no moraliza ni sermonea. La historia está allí para contarse, para analizarse y sobre todo, para comprender la percepción sobre la riqueza transformada en algo más aleatorio. Una forma de cultura.
Sin duda, Kwan analiza su cultura desde cierta crueldad y lo hace, creando una delicadísima tela de araña a través de la cual, la historia de amor que cuenta debe sustentarse y además, envolverse como una idea coherente sobre lo que desea contar. Una y otra vez, el escritor crea un trasfondo en el que el lujo barato se muestra como parte del escenario y lo hace como una expresión del yo más general que elabora una idea clara sobre lo opulento. En “Crazy Rich Asians” (la trilogía entera) el dilema tiene relación directa con la versión de la realidad de la riqueza convertida en un cristal a través del cual se contempla la sociedad. Y lo hace con la connotación de placer culpable, lo escandaloso y el exceso de lo miserable (en ocasiones la mezquindad de los personajes resulta chirriante y melodramático) pero sin llegar a ser por completo desagradable. Al final, la noción sobre la belleza, lo entrañable, el lujo y lo vulgar convergen en un milagroso equilibrio que hace de la obra de Kevin Kwan una provocación — nunca gratuita — hacia la mirada elemental y dura sobre la identidad colectiva y étnica que desea mostrar.
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